Mensajito
Cada uno, muchachos, debe asumirse como lo que es. El cordobés es eso: cordobés. Roberto es eso: rubio, y yo soy gordo. Soy el Lalo. El gordo Lalo.
A que se debe este afán de reconocerse, preguntó Tony. Será que empezamos a visitar el analista. No, dijo Lalo. No pudo seguir, Roberto estaba con la camisa al aire, acalorado. Resoplaba y se empujaba un mechón de pelo de la frente hacia arriba. En realidad el gesto. El pelo hace rato que desapareció. Yo conocí un poeta, Luis María Albamonte, totalmente pelado, que se llevaba la mano a la frente y levantaba suavemente un mechón de cabello desaparecido hace tiempo. Los reflejos son así. Los que saben dicen que te quedan los reflejos del dolor en la pierna así te la corten. No lo se.
Lo que hay que hacer es asumirse. Yo me asumo, arranqué con el teléfono a manivela y la central con clavijas. No entiendo dijo Tony. Si que entendés, dijo Lalo. Yo viví en un pueblo con tres mil personas y trescientos teléfonos en una central con clavijas y dos empleados clavijeros. A la noche cerraba. No se podía llamar a nadie, dejaba todos los teléfonos conectados con la pieza del fondo, donde vivía su suegro. A él lo despertaban pasadas las 10 de la noche. Creo que se lo hacía de mal llevao tu amigo, pero me parece que estás exagerando, cuñao. El cordobés lo encaró al Lalo. Raro, el adulto mayor espera turno, es un contragolpeador nato. En qué me equivoco, preguntó Lalo. En que en ese pueblo no había tres mil habitantes ni mamao. En eso tiene razón el abuelo, dijo Tony. Mas abuelo será tu maaamita, dijo el cordobés. Al adulto mayor con el viagra, el bife jugoso y el vasito de tinto no se lo puede atacar. Lo de abuelo es peor que sus tres debilidades.
Lalo tiene razón. Debemos asumirnos como lo que somos, insistió Roberto. Que te pasa, Robertinho, dijo el Colo, que siempre lo trata como bebé a Roberto. Roberto se hace el tonto. Cada uno sabe de qué modo enojarse o pacificar al otro. En la mesa de los sábados lo que sobra es carpeta, diría un tanguero.
Il dotttore Danielito llegó también acalorado. Hay lío afuera, che. Parece que agarraron a una mechera robando y la fajaron. Donde, preguntó Lalo. En la cintura, una hernia, dijo Danielito. A Lalo no le gustan nada esas bromas de Daniel, pero sabe que el día que necesite operarse será Danielito el que facilitará las cosas. ¿Vos lo operarías a Lalo?, dijo el Colo. No, pero de la billetera si, dijo Daniel. Lalo sonrió. Daniel concluyó: opero cerebros, con ustedes me muero de hambre.
Una rubia con las primeras vestimentas del verano, provocó el silencio de las rubias. El cordobés es transparente. Se oye a su cerebro acomodar las piezas. Vos, ¿le das al sildenafil?, preguntó el adulto mayor. Lo mejor es la pastilla de las 36 horas, acotó Tony. Un día y medio a disposición de los excesos me parece demasiado dijo Lalo. Yo soy amante de la música romántica, las velas, un buen bolero, un buen champú –Lalo lo miró al cordobés, esperaba la broma de champú / jabón. No sucedió – y una conversación a la luz de la luna. Con eso me inspiró, dijo el Lalo, con una voz melosa, verdaderamente de bolero. ¿Tenés cable en tu casa, Lalo?, pregunto Daniel. Si, porqué. Debés estar sintonizado el canal Volver.
Este ni volviendo todo el día sale a bailar un bolero, mirá los pies como empanadas de kilo y medio. ¿Empanadas de kilo y medio? ¿dónde las comprás?, dijo Tony, metido en la conversación sin entusiasmo. A las pastillas me las receto yo, dijo Daniel, pero no aconsejo la de 36 horas. Las empanadas de kilo y medio, alguien las conoce, insistió Tony. Medio vasito de wiski tiene ése efecto, dilata las arteriolas. Arteeeeriolas dijiste, preguntó el cordobés. Si, las mismas que irrigan buena parte del cerebro, neurona por neurona. Vos deberías usar sildenafil todos los días, dijo il dotttore. ¿Tanta fe me tenés?, preguntó el adulto mayor. Es que su verdadero efecto es dilatar las arteriolas y las de la cabeza, por la poca irrigación, suelen fallar seguido. Daniel estaba implacable.
Por eso, hay que asumirse, muchachos, insistió Roberto. Estaba mas calmo, pero la mirada estaba levemente apuntada al infinito. Respiraba mejor. Había entrado verdaderamente agitado. La edad de la gente de la mesa de los sábados trae definiciones. Alguien agitado es, casi, casi, un alerta meteorológica.
Creo que al que inventó el sildenafil habría que darle el premio Nóbel, dijo el Colo, que suele exagerar, como buen vendedor. Tengo un amigo, el “gomina”, que maneja una chatita renó a la que puso de taxi. Maneja de noche y todas las madrugadas hace travesuras, con la azulina puesta claro está y le sobra para llegar a la casa y completar el circuito con su esposa legítima. Eso está muy mal, dijo Roberto. Es cierto, dijo el Colo. Vos lo conocés bien. Si, ayer fui a visitarlo. Dónde dijo el Lalo, que sigue comprando boletos de inocencia. En el Italiano, terapia intensiva. Viste, dijo Roberto, el crimen no paga, como decía Dick Tracy. Se le reventó el corazón. No, la mujer lo descubrió y lo mandó derechito al hospital. Exceso de perfume, no de Viagra.
Debemos asumirnos, insistió Roberto. El tony se cansó. Roberto, la terminás con la asunción. ¿Qué te pasa? Nada, dijo Roberto, pero debemos asumirnos. Me robaron el celular mientras estaba escribiendo un mensajito aquí, en el Centro, mientras venía para acá y estaba escribiendo un mensajito.
Son caros estos teléfonos, a mi me lo pagan del sanatorio, estoy de guardia 24 horas todos los días. Roberto estaba mitad caliente, mitad enojado, mitad impotente, mitad desilusionado. Habitante típico de ciudades y estado de ánimo clásico, cuando la violencia le toca personalmente. Este me lo habían traído de Miami, un liberado. Era un rehén, dijo el cordobés, que a veces tira chistes que pocos entienden.
Lalo, mientras le daba instrucciones al mozo que el queso debía ser cortado en fetas de dos milímetros, el jamón cortado al bies y el pan levemente húmedo y trozado a mano tenía su telefonito en la mesa y miraba que sonaba y sonaba, pero no lo atendía. No lo atormentés a Ramoncito, che, Lalo, y atendé el teléfono. No puedo, no traje los anteojos de ver de cerca. El adulto mayor le prestó los suyos. Una atención rara, porque no suele ser generoso el adulto mayor.
El teléfono del Lalo terminó su barullo, tenía una tarantela de ring tone. Igual campanilleaba. Es un mensajito, Lalo, dijo Roberto, mi teléfono suena igual. Deberíamos tener sonidos distintos en los teléfonos, así no hay confusiones. En Argentina han vendido 60 millones de teléfonos celulares, necesitaríamos toda clase de ruiditos. Tengo un amigo que le suena un grillo dijo Daniel. Yo también lo tengo, dijo Tony. ¿En el dormitorio? Mi amigo no puede dormir. El Tony lo miró feo a Daniel, cuando viene chistoso no para.
Dale, Lalo, mirá el mensajito, dijo Daniel. Así deja de sonar el teléfono. Daniel, cuestión extraña para un sábado, pidió una gaseosa Light. Ni vino tinto ni salamitos. Nada. Lalo usó los anteojos de ver cerca del cordobés. Hicimos un respetuoso silencio. La respiración de Roberto era casi normal. La de Lalo no. Cavernas del pecho comenzaron a agitarse. Comenzó a agitarse más. Cerró el fono. Dijo ya vengo y salió. Daniel puso cara de conocedor y dijo: yo también hubiese salido disparando. El auto. Que le pasó al auto. Alguien abrió la puerta. Están las dos mecheras adentro. La cana armó un lío bárbaro. Cerraron la playa. Quieren que vaya el dueño. Van a romper la puerta para sacarlas.
Qué raro, el Lalo deja las puertas cerradas, es cuidadoso. Tony sospechaba por sospechar. No son feas las chicas, dijo Daniel. Una fue paciente mía, en la guardia, vino con la cabeza rota de un botellazo. No son feas. Daniel sonrió. Un sábado raro. Previo a las fiestas. Esa sonrisa de Daniel, que hace cada broma. En fin. Yo también tengo un mensajito dijo el cordobés, pero no lo puedo leer, Lalo se llevó los anteojos. Te presto los míos dijo il dotttore. El cordobés se los puso. Veo todo oscuro, cuñao. Yo dije que te los prestaba, no que tuviesen aumento. Lo dicho. Los días que Danielito se pone en bromista mas vale que todo termine temprano. Qué le habrá pasado al auto de Lalo.
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