La chica se llamaba Sonia, entre Los Monos, el elefante y las hormigas
Primera nota de una serie publicada en Mirador provincial entre el 20 de octubre y el 8 de diciembre de 2013 bajo el título "El nuevo actor social aparecido".
Una de las preguntas que más aparecen cuando se debate qué viene después del cristinismo consiste en: ¿Y cómo siguen los planes sociales? Hay un abanico de clientelismo del que vive mucha gente, en parte para asegurar el 'voto cautivo' y en parte para contener un drama social que ha profundizado notablemente la llamada 'Década Ganada', gracias a su inflación galopante que golpea tan fuerte ahí abajo, pese a los supuestos 'precios congelados' de Guillermo Moreno, que tanto defiende Artemio López. Pobreza que se suma a la crisis educativa y a la droga, combustión latente para una clase media que tiene sus propios problemas y no quiere más malas noticias.
Olvídese de la política y por un momento, ingrese a la Argentina real. ¿Hacia dónde va esta sociedad? El Gran Rosario se parece mucho al GBA, en su crítico segundo cinturón, donde Cristina siempre confía en ganar y revertir el comicio.
Una visión de primera mano de una Argentina caliente.
El nombre es Sonia, pero no es Sonia. -A mí me gustaría hablar, pero hay muchos ojos en esta zona. Yo iría a charlar con Usted, pero con otro nombre, -sabe? Se calla. Caminamos lado a lado. Tranquilos.
Dónde ir con una mujer que pasea su cuerpo por estas calles que no lo son, estas luces que no están. En esta ciudad, que es otra, hay cables y oscuras y herrumbradas pantallas de luces que se fueron hace tiempo. Dónde ir. No lo sé. Me codea y murmura; -De noche es distinto, -sabe? De día veo el miedo de la noche. Se siente cercano, parte inevitable de la caminata.
Vivir en este sitio es decidir. Camina, Sonia, saludando. Ni joven ni vieja, ni insinuante ni resignada. Segura. Sonia, que no se llama Sonia, es una referente del sitio. Segunda generación en la villa. Porque esto es villa/villa. Teléfono celular androide, cartera mochila. Apuntes. Vaquero común y zapatillas deportivas. Feliz saludando y feliz devolviendo el saludo. Es feliz donde la reconocen. Uno es donde los demás lo ven. Chau, Sonia.
Estas cunetas tiran olor, moscas y desechos hacia arriba. Miro hacia allá y comienza un basural. Uno más, ni siquiera es una acumulación importante, como la de Ricardone, que parece una montaña o un cerro verdadero, turístico. Bienvenido a Rosario. Visite la montaña de basura de Ricardone, jé. Esto es mínimo, poco importante.
Rosario es esto y no lo es. Aquí no hay más ciudad, el agua servida viene de alguna parte, es un arroyo, una cuneta, una acequia tapada por la mugre. El declive trae el agua hacia las casuchas, los minicuartos. Cartones y unos palos sostienen la primera. Duerme alguien en ese sitio.
Los perros son tranquilos. No hay perros guardianes de la calle. Son habitantes, como los muchachos y las chicas. Ciclomotores. Celulares. Buenos físicos. Alguien arregla un viejo Chevrolet SS como los de las series yanquis. Silban. Cantan en la tarde del sábado. El parque automotor es grande. Minga de Juanito Laguna y Ramona Montiel.
El sujeto social es otro. Ni piden ni dan lástima. Nos comprenden un poco, sólo un poco. La mutación no es genética, es social. Es, repito: otro sujeto social. Creer en el asistencialismo es vivir hacia atrás. No hay atrás en esta sociedad, hay otro sujeto. Necesidad, experiencia y su propia finalidad, su destino, su utopía. Ya se construyeron. Estamos fuera.
El Estado está inventándose con ellos dentro. Otro estado. El nuestro tiene nombre: Estado fallido. Minga de teoría. Aquí está. Este es el Estado Fallido de los libros de texto presuntuosos. Existe. Caramba.
El declive es hacia dentro y caigo en la cuenta: construyeron en mitad de otra hondonada. Hay una cañería que tira agua limpia en mitad de una bocacalle abochornada. En rigor hay agua y luz. Una cloaca madre que se negó hace un año a seguir su camino devuelve las aguas servidas. La ciudad, la administración estatal puede decir que cumple y que atiende. Luz, agua. Una máquina removedora, una pala mecánica aliviaría tanto, tanto. Un estado presente a cualquier hora de cualquier día es el discurso. Discurso.
Sonia en voz baja. -La iglesia está allá y la comisaría y la escuela, pero hoy es sábado, -sabe? Otra vez el murmullo; -Hace un año que no vienen, tienen que traer una máquina con aire comprimido que destape la cañería pero no se animan a venir. Veinte metros más allá de donde estoy parado no hay más ciudad. Pastizal ralo. Fin.
Los dejaron construir en la nada, les pusieron un simulacro de pavimento, una cloaca madre, agua de algún lugar y postes de luces que no están.
El Estado de bienestar debe ser revisado. Es una frase para otras poblaciones, otros idiomas, otras tribus.
Hay una ornamentación de chatarras menores, desvencijadas cajas, suelas de zapatos. La mugre elemental es parte del paisaje, mejor: del ecosistema. De aquí y hacia allá ciudad. Delante una subidita, una miniloma y nada. Un pequeño bañado de aguas servidas. De aquí y hacia el otro lado sólo preguntas. Nada. Dónde ir que no se lleve, uno, Sonia y yo, ambos, el mensaje de esta descampada soledad. Digo, que no se lleve uno este olor, esta mirada, este paisaje del alma flaca. Dónde.
-Territorio de Los Monos, -me dice el conductor del auto que me trajo, -lo espero en esta esquina,- sabe? Sobre la calle las bolsas de maíz esperan comprador. Estamos cerca de la vía, lo juntan de lo que se cae del tren, -vió? Ni ella ni yo lo creemos. Los trenes son rigurosamente demorados, asaltados. Se abre la boquilla del vagón con cereales y se junta el maíz. El grano mejor para estas transacciones. No hay culpa ni delito. Tampoco justicia popular o revancha. Las cosas son, fluyen. El tren se debe detener y no es saqueo ni restitución. Es una sociedad actuando, interactuando.
Es la tarde de un sábado previo a Semana Santa, previo a todo. El sol ya es el tibio sol de otoño. He reflexionado mucho sobre el otoño. Me gustaba de antes, no de estos años. El otoño ofrece las últimas tibiezas y no hay pudor en tomarlas. Son esas, las que restan. El mejor trago del pocillo, la jugosa y paladeada última porción, cuando se sabe qué cosa se toma. En este sitio, un extremo de Rosario, un costado de la ciudad que termina en la nada, el sol de otoño se recibe completo, como la comida, la dádiva, la tarjeta, los planes, el regalo, la confidencia. Ninguno de los muchachos, las chicas, los hombres y mujeres de este sitio desprecia algo. Lavoissier en estado puro, nada se pierde. Un final de Rosario según se mire. También es un comienzo.
-Yo iría a charlar con Usted allá en el centro, porque las cosas ahora son pero de otro modo, -vió? Deja el suspendido de mirar, el vio en el aire como si yo supiese lo que no sé pero adivino. -Comenzó la política. Algo tenemos que recibir. A veces nos piden que cortemos sobre la autopista y lo hacemos, tenemos conexión con gente amiga de otro lado. Si le pedimos ellos vienen y ayudan. Para las inundaciones como para los saqueos de diciembre estuvimos juntos. Sonia nunca, nunca mencionó una consigna política. Nunca. Quien busque calificaciones según fracciones partidarias estará mirándose el ombligo, es otra cosa la ciudad de afuera. Aquí no hay punteros ni fervor partidario. Otra sociedad. Otro sujeto.
“Los partidos políticos ya no organizan las visiones del porvenir, ya no constituyen sistema con la opinión pública”. Rosanvallon está tan fuera de este paisaje como el petimetre porteño, Abal Medina y su caricatura hereditaria del poder soberano, como Carta Abierta, como Elisa Carrió, como yo. Y cito a los preocupados, no a los aprovechados. “En el Siglo XIX las mayorías no sabían encontrar las palabras. Hoy cada uno puede tomar la palabra, cada uno sabe decirlo cada vez más fuerte y más claro”, dijo Pedrito Rosanvallon en su conferencia. Aquí se entiende mejor.
El olor y el mosquerío trabajan su papel. Una pibita, Jessica, que tampoco se llama Jessica, juega con un parlante-radio y reproductor portátil, de los que se alimenta de un cargador telefónico, una batería de litio. Tuve uno, me duró 6 horas. No supe manejarlo. Suena una sonora cumbia atorranta, agresiva, desafinada, de las de una sola cuarteta como texto. Poesía rancia, recolectada de salideras y entraderas del lenguaje. “…Y yo no te veía venir, y vos no te querías quedar… ay, mala, no estás enamorada de nada, de nada…ay, y yo no te veía venir…”. Siguen los quejidos, el acordeón angustiado y el compás de los redoblantes. Jessica baila, tendrá 4, acaso 5, 6 años. En su mano el aparato y un control remoto. El parlante aguanta el baqueteo. Jessica es rubia, tiene zapatillas nuevas y las piernas sucias. Caminar esas calles y veredas (¿calles, veredas?) no le ensucia el alma, sonríe. “Y vos no te querías quedar, ay…”. Jessica maneja el parlante-radio como una muñeca y acaso sea eso. Los niños inventan su juguete. No es el que reciben de regalo, es otro. No los rompen, los transforman. No parece fuera del paisaje. Me acongojo.
No me asusto de lo que veo. El periodismo también es cinismo narrativo. Mi mirada es dura, pero eso es lo que parece. Ella no se aleja de la acequia, de la subidita, de la basura rancia. Me refugio en la teoría: ha cambiado la base material, también los soportes tecnológicos, el nuevo sujeto social no pertenece al código que construyó el burgo. Ni a sus leyes. No las traiciona porque no son las suyas, son otras.
La teoría no disminuye la congoja. La angustia es la enfermedad autodiagnosticada, por eso se recicla y se retuerce en su mismísimo centro de caracol, de pecho apretado, de pesadumbre.
Un sitio de reunión se llama La lucha El otro Los pibes. Un comedor comunitario tira afuera el olor a torta frita. Poca grasa. Harina leudante de primera marca. Cuántos paquetes, pregunto. -Ocho, poca grasa, son para el mate cocido de las tardes. La garrafa grande tira el fuego a la olla comunitaria, el aceite es fresco. -¿Quiere otra?
Lucho parece cansado y mira todo. Monologa. -El techo es lo primero que hay que arreglar, ya no aguanta, después de las lluvias de diciembre se jodió, vio? El piso es bueno, pero el agua llegaba hasta la mitad de la pared, mire, ahí está la marca. Tenemos fotos, negra, trae las fotos. Algunas están ahí en la pared, mire. La familia, el grupo familiar se alborota. Hijas y maridos de hijas, todos jóvenes. Sobre la heladera hay una radio que tira su música de latita suburbana. El amor, siempre el amor. “…Ay, mala, me hiciste enamorar por nada…”. Lucho sigue. -La comida viene, poca carne, eso sí. Si ustedes consiguen que manden carne estaría mejor. Vienen unos doscientos pibes a comer, a veces más. Y les damos la ración al mediodía, para que se la lleven. Si vienen con alguien también le damos. Entiendo que alguien es algún adulto, hay varios en la mesa bajo el árbol, en la puerta del comedor. Miro fotos y vídeos en una computadora portátil. Pequeños vídeos editados, muy elocuentes. -Este lo saqué yo con mi celular. Una mujer flaca, con pantalón ajustado y remera azul, lisa.-La compañera tiene a su pareja privada de la libertad, dice Sonia. Me rebusco con los chanchos, hace desde noviembre que no me pagan más el plan, a varias nos pasó lo mismo en este barrio. La mujer, que acompañaba en silencio, dijo su discurso. Barrio le dicen barrio. Planes. Criadero clandestino. Pareja detenida, ‘privada de la libertad’, eso dijo. Jé. Qué lenguaje. Sociedad solidaria. Filmadoras. Manejo del teléfono. Hay otra resistencia a los problemas del mundo. Una mutación. No hay analfabetos funcionales ni nadie que pueda asumir el lugar de la democracia en su nombre, ni representarlos. Delegarán poder en una elección que no les pertenece, pero nadie está representándolos. Lo saben, no parece importarles. En realidad no delegan nada, nuestro imaginario supone que los mandamos, los integramos, nos pertenecen.
“Inmediatamente después de la elección el poder es un atributo personal”. A su modo lo saben, lo entienden y presumo: no les interesa. “Another country” diría Baldwin, hablando en nombre de homosexuales y negros.
Aquí el camino se convirtió en atajo. De la mano de Jessica vamos hacia el fondo de la casa. Buena construcción. Un almanaque con la foto de Jesús barbudo me cuenta de alguna religión que está, cómo no mencionar a Dios en estos casos. -Éste será el centro comunitario es más grande para la comida de todos. Compramos esos porcelanatos, pero nos estafaron, no eran de segunda selección, estaban todos rotos. Compramos, porcelanato. Una casa de paredes sólidas, grifería. Añoro a Chico Buarque: “…ladrillo por ladrillo en un dibujo mágico”, “Usted que inventó la tristeza, tenga la gentileza de desinventar”. Chico Buarque tiene 70 años. Buena pregunta me hago. ¿Plata para porcelanato?
Lucha es la mujer de Lucho. -Tenemos comida, algunas latas tenemos, esta es la despensa, mire. La despensa es una habitación que cierra una lona, dentro se acumulan latas de arvejas, de choclo, latas de comida. Paquetes y paquetes de fideos secos. Miro y no digo nada. La interrogo silenciosamente. Sonríe. No dice nada. Nos haría falta un apoyo, sabe. No tengo una respuesta. Tengo dudas. Qué es estatal, qué es público, qué es privado y público. Qué es esta sociedad completamente fuera de la que me contiene. Qué es.
-Eso de ahí enfrente es el centro de los muchachos, a veces vienen a veces no. Ahora no hay nadie. La construcción es amplia, es una esquina, las pintadas de Ñul y Central identifican la ciudad. Es el Estado, un Estado espasmódico que vendrá en las semanas previas a las elecciones y luego se irá. Construir sobre ruinas es difícil. El estado destruye y destruye sobre sus propios ladrillos malgastados. La municipalidad, la provincia, la nación: el Estado.
Los narcos, ‘los monos’ remplazan a la sociedad de beneficencia, al asilo de huérfanos y la defensoría de la víctima, al viejo adefesio legal, el defensor público de putas y pobres. Privado. Estatal. Público pero privado. Hum.
La teoría es un refugio cuando no se entiende la carrera del día a día. La economía no registrada y la economía del delito están fuera del sistema pero insertas en el sistema y generan sus propios paradigmas, su lenguaje, su código de insignias, sus significantes, sus transferencias. Todo es otro. Cómo reconstruir un Estado de Bienestar que además es un ideal, un proyecto, una formulación esperanzada. El Estado de bienestar es una ficción de tribuna, de proclama. Estamos en mitad del territorio. Aquí hay otras esperanzas. Este es otro sujeto social. Fallamos, somos un fallido social.
La pregunta es dura: ¿Tienen hambre? -No, no señor. Me responde un coro. Sonia, Lucho y Lucha, la pareja de Flammarion, de Las Flores, del fono de La Tablada, del costadito del barrio toba; la canción es la misma. Carlos, el pelado del centro comunitario de La Tablada mueve la cabeza. La respuesta es básica. No, no tenemos hambre.
-Aquí estaba todo bien cuando estaba vivo el jefe, que también era el jefe de una barra brava. Los cumpleaños, las fiestas, todo estaba pago. Ahora se están peleando para saber quién manda. Pagan a pedido (lo miro) sí, sí. Usted va y les pide y le pagan la fiesta, le cuidan el cumpleaños, le consiguen los remedios; -me entiende? Pero todavía no está claro quién es el jefe, todavía es un lío bárbaro. Antes había un grupo de cuatro, cinco mil entre activos y familiares que le respondían. Carlos no habla para mí, se maneja solo. De todos los centros que se abrieron en el 2000 quedamos nosotros, pero por otra razón. No somos originados en una necesidad coyuntural, continuamos la obra del Ángel. El jardincito lo pagamos entre todos.
En mitad de la siesta que abochorna entramos al edificio blanco. Dentro hay otro aire más fresco. Aire acondicionado central. Luces, sillas, gente esperando. Un centro de Salud Primaria un sábado a la tarde es un remanso. En el salón de usos múltiples serruchos, trozos de madera. Acaso una mini escuela de carpintería. Hay vidrios sanos, puertas que abren y cierran, listado de nombres para algún turno en especialistas en el centro de la ciudad en los próximos dos meses. -Yo vengo aquí, me atienden más rápido que en PAMI, que está lejos. Lucha, la mujer de Lucho es específica: -Me toman la presión y si preciso algún remedio me lo dan y chau.
Debería reconciliarme con mis paradigmas. Un Centro de Salud, aire fresco en el calor de la siesta, transparentes con turnos, una médica de guardia que atiende a alguien en el consultorio, un dispenser con carga de agua fresca o caliente, según, y un recipiente que entrega, gratis, profilácticos. Este es un elefante en mitad del campo. ¿Qué hacer con un elefante? No lo sé. Ellos tampoco. Disminuyeron las muertes infantiles y sumaron más nacidos vivos por este elefante. Estadísticas.
“Las políticas públicas se juzgan caso por caso, por eso la idea misma de revolución se ha vuelto difusa. Los partidos con idea de representar el todo no sirven de nada. Atrasan una evolución permanente, la distorsionan, la enferman, al final son rechazados de mala manera”. La teoría enmaraña el final. No hay elefantes, hay hormigas. Acaso la razón le asistía a Pocho Leprati. Las hormigas pueden ocultarse y tienen un destino común. Empiezan a comprender el otro Estado. El de ellos. Este, el nuestro, parece que no va más.
RAÚL EMILIO ACOSTA
ILUSTRACIÓN:
LUCAS CEJAS
No hay comentarios. :
Publicar un comentario