Google+ Raúl Acosta: El país del narcotráfico, nuevo actor social

viernes, 3 de enero de 2014

El país del narcotráfico, nuevo actor social

Lucas, ponele que se llama Lucas.


Segunda nota de una serie publicada en Mirador provincial entre el 20 de octubre y el 8 de diciembre de 2013 bajo el título "El nuevo actor social aparecido".

Nuevo Actor Social

Llegar y salir es fácil. De día, claro, cercano al mediodía, cuando el sol es una naranja partiendo la jornada. De noche no sé, no se sabe, nunca fui con la oscuridad en el lomo. De día es otra cosa.

Ponele que se llama Lucas. Manda un hijo y la mujer hasta la avenida, una avenida cuyo nombre es cualquiera, una Avenida que cruza por el medio un barrio innominado y otro desanimado, Lucas manda a un nene, ‘El Lucasyunior’ y ella, la Isabel, a buscarnos.

Cruzamos la avenida que más allá se corta por otra avenida. Hormigón del bueno, luminarias altas que dicen que funcionan (no lo sé) e iluminan la calle nueva. La crónica periodística usa frases fenomenales. Calles raudas, avenidas rápidas, hormigón quieto por donde se desliza la gente, cruzando de acá para allá sin cuidado, sin semáforos que se respeten ni miedo a la velocidad de eso, de las avenidas.

Vamos codo a codo, como en las marchas por algo. Los autos pasan y un bocinazo cada tanto se corresponde con el insulto del conductor. Los autos no frenan de noche y de día ven la razón por la que no frenan en la noche cuando, por lo demás, los semáforos quedan en intermitente. Nunca dan tres luces celestes. Nunca. La poesía no llega de ese modo. Pregunta: ¿hay poesía en la villa? “…En una semana será navidáaaaa…” Es otra. La poesía es el viento de la biblia, sopla donde quiere. Nunca sabré la razón, el conjunto, la música del conjunto (Lucas y sus estrellas) canta una ranchera mejicana hecha cumbia o cumbietta, variables similares del suburbio de cualquier pentagrama. La efeeme se llama noventaidós punto cinco: el barrio. Los parlantes la traen hasta el último centímetro del pavimento. “…Yo acá, encerrado y en una semana será navidáaaaa”…Poesía, jé. Un tipo preso, su mujer lejos y en una semana llegará la Nochebuena. Lindo panorama.

El primer pasillo es ancho, entraría un auto, una chata, un desvencijado Renault 12 o el camión-colectivo (“es fenomenal, es de 1960, nos lleva a todas partes”) el camión puede entrar pero queda allá, entraría pero queda allá, sobre la última línea de urbanización, la última frontera.

El fin del hormigón es el comienzo de esta vida diferente. El pasillo se llama “Del cordobés”. El cielo sería la delicia de los ecologistas del centro de la ciudad. Excepcional contaminación visual. Cruzan de allá para acá los cables. Van y vienen como una telaraña de vida. Eso son, son eso y nada más. La vida enmarañada, todos colgados. Sonrío. Mirar es malo. El que mira es parte del pecado, soy la mujer de sal y sigo caminando. Caminamos unos 50 metros, poco más y los senderos se bifurcan (si, y no de otro modo) se dobla y el pasillo ya es más delgado. “La calle del lucas”, le dicen. Una cuneta a la derecha y la frase de Isabel: “cuidado no refale…” El agua busca su nivel, servidas o limpias da igual, buscan su nivel. Estás son servidísimas. Se asoman a mirarnos. Voy emponchado de neblina, como dice el poema del folk. El humo tiene aromas y satura el desparpajo y la indiferencia. Saturno, Ganímedes, distancia, estamos y no estamos en la ciudad. Camino por un mundo nuevo.

Parado aquí, a la puerta del patio techado de Lucas reviso las cuentas de los días. Vivimos en un espacio paralelo. Que es lo que tengo, de qué modo miro y sonrío con Isabel y el Lucasyunior, no podría precisar que soy en este instante. Entro en un mundo que no es el mío y que a 40 cuadras tiene el eje de la ciudad. Cincuenta cuadras si nos guiamos por la “numeración”. Esto es al 5100. La verdadera numeración es concreta. Lucas vive en otra Galaxia. Lucas y sus estrellas. A 51 cuadras hacia allá la ciudad comienza en el río. Todas las calles terminan en el río.

Los hijos, los sobrinos, un hermano preparan los instrumentos, Lucas es músico ¿no lo dije? “Lucas y sus estrellas”. Sonríe con todos los dientes, respira, cuenta. Respira poco, cuenta mucho. “Vengo del Chaco, en este barrio todos somos chaqueños y nos ayudamos. Vine con 11 años. Vine a cirujear pero yo ya era músico. Vine a buscar cartones, después fierros. Hicimos una cooperativa, los fundimos. Yo siempre canté. Un día me aplastaron la pierna entre dos camiones, el paragolpes de atrás de uno y el de adelante del otro. No me desangré, pero me pusieron pedazos de metal, mire, mire…”. Levanta el pantalón y una pierna tiene más flaco el hueso, sonríe con todos los dientes, me fijo demasiado en eso, no sé por qué. La piel es tostada, recuerdo a Güiraldes, “su tez era aindiada”. Europa describiendo a Lucas, al criollo. Lucas Rojas Palomino. Mi mamá santiagueña, mi papá correntino. Todos en el Chaco. Somos nueve hermanos. Viajé a Rrrrosario cambiando una radio portátil por un pasaje. Las cosas son así. El colectivo es un canje por un equipo de sonido para otro conjunto, a nosotros nos lleva a los ‘chous’ y en la semana hago changas de mudanzas. Las palabras son según se oigan. Chous es shows, actuaciones, espectáculos, contrataciones. Respiró dos veces. Siguió. Usa el Rrrrosario como juego fonético, un sistema de “sonar” de voz interna para ubicarse, arrastrando las erres. Cómo habrá sido ese día de su llegada a Rosario, a las calles, un muchacho de 11 años, pensando en el cirujeo, en vivir mejor. Como habrá sido. Aparece Goytisolo y el contrafactismo denunciado crudamente: “Tú no puedes volver atrás porque es la vida la que empuja…”. Cierto.

Suena la batería, la batería eléctrica y los dos timbales, como los de Tito Puente, el rayador, la quijada y triángulos y recu-recu, tumbadoras el pianito eléctrico raro, ese pianito que se cuelga, como el de Billy Preston y un contrabajo eléctrico. Todo en función de Lucas y su voz poderosa. El es Billy Preston.

El patio está techado con tres chapas, los tirantes son parecidos a los de la urbanización Schoklender (telgopor y yeso). Allá, enfrente hay una parrilla y tres tiras de asado (¿falda?) una fila de chorizos y debajo cuatro perros, marca perro, ilusionándose; se creen invitados a la fiesta. El baño está dentro y no es un baño. Hay un inodoro. Una salida hacia una cloaca inventada que lleva las aguas mayores hacia una cloaca madre cruzando la avenida (siempre la avenida). Una manguera trae el agua a la pileta que está en otro lado y el tanque atado con alambre donde se oye gotear el agua corriente, escasa y lejana. Pero llega, che. La civilización es un pujo, un espasmo. Electricidad descolgada, colgada, carbón y leña para el asadito, garrafa, agua de una manguera que serpentea y trae lo que puede. Tengo tortas fritas dice Isabel. Sonríe. Isabel es feliz, su hombre trabaja de cantor y músico, en la semana hacen fletes. La vida sigue. Buenas zapatillas. Las tortas fritas huelen aceite nuevo. Somos el lujo de esta siesta.

Los ojos de la banda de Lucas (“Lucas y sus estrellas” ¿no lo dije?) brillan en mitad del pasillo dos, cuando se bifurcaron los senderos y apareció la familia y cantaron rancheras mejicanas cumbializadas, versionadas al estilo de Lucas y sus estrellas. La familia que sonríe. Uno de sus hijos canta a su lado. La efeeme transmite (ilegal, todo rigurosamente ilegal). Todo sano, todo esperanza. No hay droga ni mafia que los pueda. Llevan la esperanza y la meten en el segundo pasillo. El asado tan de albañil, tan olorosamente falda espera. Los perros se resignan. Isabel abre la cerveza. Recuerdo a Gieco. La cultura es la sonrisa. La cultura salva a Lucas y sus estrellas. A toda su galaxia.

RAÚL EMILIO ACOSTA

ILUSTRACIÓN: LUCAS CEJAS

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