Estamos prisioneros
Estamos prisioneros, carcelero. Yo de estos torpes barrotes, tu del miedo. Dos versos de un poema de Armando Tejada Gómez. Lo recitaba con una voz incomparable. La cadencia mendocina ayudaba. La versión cantada, de Horacio Guarany, completaba el sentido de aquella propuesta contra la cárcel de alguna dictadura con carceleros cipayos. Hubo tantas. Podría referirse a 1956 cuando, después de setiembre de 1955 comenzaron 18 años malos para el peronismo, la fuerza verdaderamente popular en Argentina. Pero el valor entendido era la lucha contra las dictaduras latinoamericanas desde el ’60 y hasta hoy. No hubo en aquella Guerra Fría, la de EE.UU. versus URSS, mejores militantes (teóricos) de la libertad que los del Partido Comunista. Hubo iguales, pero es de ellos la más hermosa contradicción que a la distancia los ilumina, los beatifica. Peleaban con denuedo, poéticamente podría decirse, por una libertad que no podían ofertar, mostrar, ejemplificar con la fotografía más simple de los sitios donde estaban sus héroes. Cristina Fernández de Kirchner y sus ejecutores semejan aquel comunismo de opereta. Viva la libertad, pero no me pidan que se las dé, que les otorgue el libre albedrío, el aire libre. A su modo Cristina es comunista.
Para completar el concepto. Con la caída del Muro aquellos comunistas se rindieron y son, hoy, más capitalistas que antes. Los yanquis, por su parte, terminaron comiendo su medicina y China, que es la resultante de tesis y antítesis, conjuga capitalismo universal con bolsones de Edad Media. Importa tres belines la democracia y el qué dirán. Hay 1800 millones de chinitos. Las ventas a China son fundamentales. Es todo. Nosotros comerciamos con esa gran dictadura, también mini dictaduras feroces, como la de Angola, y nos horrorizamos cuando Paraguay voltea al Obispo del amor filial y le quitamos el carné de socio. Lo cambiamos por el Comandante Chávez. En el juego de las contradicciones Cristina es Fernández, pero de Kirchner. Vivió de Menem y Duhalde. Luego se los fumó. Aguante Vittorio Codovilla.
En Argentina estamos prisioneros. Enumerar es, en estos casos, denunciar. No hay, no se encuentra fácilmente tinta para las impresoras. No sobra el papel especial para el formulario continuo. No hay discos rígidos externos, repuestos de ascensores importados, lentes de ópticas, pastillas de freno originales. Vamos, que no damos abasto para fabricar moneda, una moneda que no compra nada porque todo está más caro día a día pero que, básicamente, no compra insumos porque no están. Faltan. No hay gomas para autos grandes. No hay ruedas para tractores y máquinas agrícolas, son carísimas. No hay. Comprar un auto importado es padecer el desabastecimiento; la entrega está demorada, los repuestos nunca vendrán. ¿A quién se le ocurre, en un país comunista, un auto capitalista? Lo tienen merecido dicen, en sordina, los revolucionarios K. Los que necesitan insumos importados son destituyentes.
No hay guantes de látex, hilo de sutura, drogas oncológicas y/o para celíacos, epilépticos, sidóticos. No hay en stock. Estamos al día. Mañana no se sabe. El Ministro de Salud santafesino, Miguel Capiello, declaró públicamente que traía anticonvulsivantes del Uruguay para consumo familiar. No hay vidrios grandes, blindados, no hay perfumes, zapatillas, no hay autorización para traer micrófonos y aparatos electrónicos al país. Hasta un héroe mediático, como Pergolini, debió insultar para que permitiesen la entrada de componentes necesarios para el armado de una radioemisora. Chantaje público contra el bloqueo. No hay carretel de cable para conexiones técnicas, se emparchan los retazos. No hay esencias para fabricar perfumes nacionales y cada día es más difícil el perfume importado ¿A quién se le ocurre oler a Dior y/o Carolina Herrera?
Guillermo Cabrera Infante se enojó con Fidel Castro porque no entraba mucha penicilina por el bloqueo y su mamá murió. Culpó a la Revolución Cubana de la falta de un insumo crítico ante las infecciones bacterianas. Los faltantes que fabrica la Aduana deberíamos imputárselos a Cristina. ¿Cristina, es Fidel, acaso es Chávez?, ¿A quién votamos? No lo sabemos, la historia acomoda a la gente en su lugar, pero aún esa historia es posible de ser revisada. El ejemplo superlativo es Cámpora y los años´70. Queremos ser revolucionarios pero como los jerarcas rusos, polacos, cubanos, venezolanos, terminamos comprando clubes de fútbol en Inglaterra. Aquí hoteles, terminales, slots. Los revolucionarios compran capitalismo perdurable.
La esclavitud telefónica es desesperante. Los usuarios no logramos hablar, para quejarnos, con una persona. Cualquiera de los teléfonos inteligentes nos remite a una máquina que nos codifica para ignorarnos. Todas las leyes están a su favor. Nos roban los minutos, los segundos, los saldos. La cadena del abono es de titanio (importado) no la rompe nadie. Telefónica, Telecom, el señor Slim, todos son fantasmas. Las defensorías de los consumidores, que deberían defendernos, para defenderse dicen no podemos hacer nada. Já. Hay 60 millones de telefonitos para 40 millones de personas y un formidable negocio que manejan máquinas enemigas del pueblo al que los gobiernos populares no defienden porque, vamos... populares no son. Las defensorías han sido vaciadas, son el más importante seudopodio del Estado. El estado es aliado de los esclavistas. Nadie defiende al consumidor en Argentina. Nadie.
El señor Antonio Gassalla logró, denunciando su angustia ante 5 millones de personas, que los de Cablevisión le arreglasen un problema con su servicio de televisión por cable. Su esencia: buena señal sin interrupciones de tanda, hace tiempo que desapareció. En Rosario el reclamo por problemas en el servicio se resuelve con días de atraso. La letra chica los ampara y nos mantiene prisioneros. Somos descarte de una facturación en la que todos quieren meter la mano. Buena plata y esclavos. Los usuarios del abono (de lo que sea) remplazamos a los africanos que venían en la bodega de los barcos esclavistas. Somos iguales. Eso somos. Distinto ritmo en Nueva Orleans, en el Caribe, en San Salvador de Bahía, Montevideo o Santiago del Estero, pero la canción es la misma. El ritmo. Esclavitud. Prisioneros.
Cada día aparece una queja sobre algún servicio de medicina prepaga que sigue cubriendo a los sanos y dejando a la intemperie a los enfermos. Cualquiera sabe que la gordura es una enfermedad y la gordura mórbida es eso. La muerte. Vaya usted a llevar a un gordo a una operación cubierta por la medicina privada. Lo mismo el SIDA, las enfermedades mentales, las capacidades diferentes.
El poema al que referimos al comienzo tiene su mensaje esperanzador: Le regalé una paloma al hijo del carcelero, cuentan que la dejó ir tan sólo por verle el vuelo. Qué hermoso va a ser el mundo del hijo del carcelero. Hum. Eso dice el poema de Armando Tejada Gómez. A juzgar por el comportamiento público de algunos hijos de grandes funcionarios el asunto no será tan poético ni libertario. No señor.
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