Google+ Raúl Acosta: El tazón con mate cocido

miércoles, 31 de julio de 2013

El tazón con mate cocido

Yo no sé la explicación, porque no entiendo nada de diseño y las cosas de los hombres son diseñadas. Alguien las inventa, modela y después se copia. ¿Quién inventó el tazón? No sé. No entiendo nada de diseño. Alguien inventó el tazón con la base redonda y chica y después abombándose hasta convertirse en tazón. El uso es otra cosa.

Sobre las 4.30, a veces a las 5 en punto de la tarde, de aquellas tardes, la vieja llamaba: “Ya está, ya está”. Nene: ya está!!! Imperativo final. Listo. Y uno entraba, de afuera, que en el invierno es afuera - y uno sabe en el invierno cuando se dice afuera y adentro que se está hablando de una diferencia muy grande. El afuera es muy desapaciblemente fuera y el adentro es tibiamente lindo. Además se está hablando de una diferencia entre afuera y el antro, el antro siempre fue mamá, la vieja. Ella. No hay marineros díscolos donde manda la vieja. Por lo vericuetos de las habitaciones, hasta la cocina. Toda casa con hijos es un sitio: la cocina.

De la cocina, pendiendo de un cable, la bombita, la lamparita. En la mesa con el hule, como tantas veces se ha visto, acaso se ha visto siempre que se mira o se recuerda, acaso la mejor forma de mirar, insisto, se ha visto desteñido, el hule, en el lugar donde nos sentábamos y donde iban los platos, el tazón.

Si uno miraba hacia la pileta alcanzaba a ver el colador de alambre, en donde había quedado el poco de yerba que se había filtrado. El tazón humeaba mate cocido. “No le pongás muchas azúcar, que te van a venir parásitos”, decía la vieja. Uno no sabía calcular muy bien el azúcar porque era azúcar refinada, no era azúcar en polvo, era refinada. No se si la recuerdan, era nuestra azúcar de terrones. Así que en esos terrones, mitad hueso mitad cal, en esos terrones de azúcar el cálculo con la cuchara ancha. Si nadie miraba con la mano y chau. Enfrente un pan que la vieja había entibiado contra de la hornalla, y a veces manteca. A veces. Cuando había manteca uno, por ahí, hacía una lujuria y a la manteca le tiraba arriba un poquito de azúcar, medio como que molía un terrón y le tiraba azúcar, y “sopaba” -que yo nunca supe si se llama de otra manera- pero sopaba el pan con manteca, pan de rebanada cortada al medio, nada de andar con esas zarandajas de “señor le saca la corteja, por favor, me le quita la miga”. Nada finoli. Pan, pan tibio.

En esa cocina, en esas tardecitas el mundo estaba resuelto. Uno veía ese mate cocido, endulzado, y alguna borrita de yerba dando vuelta, -que después de todo era lo normal, así que nunca me asustó una borra de yerba en el mate cocido- y sopaba el pan. El paraíso siempre estuvo cerca. Y se mandaba el primer tarascón, que quemaba, seguro que quemaba. Pero uno dejaba que le bajara por el medio del pecho, que después averiguó que era el esófago, y llegaba hasta el borde de aquí, donde termina el hueso, que después averiguó que era el esternón y allí se abría un calor que volvía, subía por la cara, llegaba hasta las orejas, daba vueltas por la cabeza y uno ya sabía que estaba en la casa, con el tazón de mate cocido, el pan y la manteca -no siempre-, y la vieja. El mundo nunca fue ajeno a su lado.

La vieja hacía alguna de esa cosas que se hacen por la tarde, algún plato que quedó sucio de la mañana, una olla que hay que colgar, y la preparación de los pequeños detalles del sabor; perejil, ajo, apio, cebollitas, los elementos para el plato de la noche.

“¿Cómo te fue en la escuela?”, “Mmmm”, ¿Cómo te fue en la escuela?”, “Mmmm”. A uno le había ido mal en la escuela pero quería tomar el tazón de mate cocido feliz, porque estaba allí -y eso era una ceremonia,(ojo, ahora advierte uno que era una ceremonia, pero en ese momento uno estaba adentro de esa misa)-,y no quería jorobar a la vieja porque lo había preparado y mas: de la calle llegaba, como rebotando por los vericuetos de una pieza y de otra, el sonido de los que afuera seguían jugando.

Uno tenía que terminar el mate cocido, y terminarlo todo, y comerse todo el pan, que “te puse ahí, lo calenté para vos, comé, comé”. Toda el alma quería salir a jugar. Y cuando salía, porque decía “bueno chau, terminé”, “bueno, ojo con andar corriendo, andá despacio que recién terminaste de tomar”, uno salía a la puerta con la panza llena, llena finalmente de agua y pan. Panza llena de agua y pan, azúcar, manteca, colador y vieja, y cuchara abollada de tanto golpearla -las cucharas se abollaban en el medio porque se volvían delgadas y las seguíamos usando- y premura, el mundo esperaba fuera ya, ya mismo. En la puerta una mezcla rarísima de panza llena, corazón contento, y un cachito así de culpa, porque alguno de los que estaba jugando, seguro, seguro, no tenía quien lo llamara a tomar el mate cocido y otro, seguro, seguro, tenía quien, pero no tenía con qué llamarlo a tomar el mate cocido.

¿Cómo se perdia todo ? Se perdía todo porque venía un gol y había que distribuirse: “vos Cacho vas para allá, vos Negro volvés a jugar con nosotros y el flaco cara lisa que juegue de nuevo adelante”, y arrancaba de nuevo la mareada, el picado, con la panza llena y el corazón contento. ¿Y sabe qué? En esos inviernos nunca hubo frío. Siempre hubo una llamada, por ahí 4.30, 5, 5.30. A veces ahora, ya de veterano, no sé, porque son fantasmas, uno siente como si le picara dentro del oído algo. No es pero es, es un llamado que no va a venir. Cuando siente eso, también siente que hay algo que todavía permanece, es esa pequeña culpa porque hay alguien a quien no lo van a llamar a tomar el mate cocido, y alguien que tiene quien lo llame pero aún no tiene con qué llamarlo a tomar el mate cocido. Pero eso es casi, casi, un tema político. La política, se sabe, no es nostalgia.

1 comentario :

  1. Deliciosa Aguafuerte.
    Seguramente lo conocés, pero de no, Rodolfo Braceli, cultor del más ecuménico intergénero, Poeta que pulsa desde cualquier prosa, oriundo de Mendoza, tienen una hermandad de escritura que merecen conocerse.

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