Google+ Raúl Acosta: La canción de la calle

miércoles, 17 de julio de 2013

La canción de la calle


Quien la trajo, de dónde viene, hasta cuando estará. Es música o es simplemente una acumulación de sonidos.Todas las preguntas que refieren a los sonidos de la calle tienen respuestas ambiguas, difusas, misteriosamente musitadas. Están. Son los sonidos, las canciones de la calle.

Ni huevo ni gallina, cuando las calles se vuelven sendas peatonales aparecen los sonidos, las canciones. El resumen de la vida que viene y que va.

En un portal, guarecido, sobre la mitad de Córdoba, entre Mitre y Sarmiento, estuvo por años el cieguito de la limosna. …”una limosnita para este pobre ciego por el amor de Dios”… Así una, dos, tantas veces, a repetición. Horas a la mañana y horas a la tarde.Entre 7 y 8 segundos desde el comienzo de una y el comienzo de otra. Hace un tiempo que no se lo oye.

El paragüero de los refranes y los dichos tiene mas de 15 años ironizando sobre la lluvia, la humedad y los paraguas. …”Este es el día para su compra, no deje para mañana lo que puede llover hoy… Mas vale paraguas en mano…” También, como el ciego, tiene su ritmo interior, solo que responde mas a su querido público. El paragüero cambia sus refranes según los transeúntes.

…”Chipaaa” … “chipacitooo”… Con microondas a su disposición, la luz prestada de la Galería Favorita, resabio de la tienda que así se llamaba hasta el arribo de los chilenos, la mujer que vende la masa tibia (por eso el horno microondas) tiene autorización para el cable y a la noche para guardar mesa, electrodoméstico y esperanzas en la Galería. Según la poca o mucha venta acrecienta su grito. Su canción.

Los vendedores ambulantes que no deambulan (una mentira del idioma) no exhiben su autorización en el pecho y los organismos municipales aseguran que estan todos permitidos. Hum. A nadie se le ocurre permitir alguien que venda medias delante de la casa de ropa, ni relojes truchos delante de la relojería, ni bufandas delante de la boutique. Los impuestos son el eje de una sociedad como la nuestra. A nadie se le ocurre; la vista gorda empalaga. Como sea, los vendedores truchos susuran al que pasa a su lado, serían como un contrabajo que de fondo acompaña a los sonidos mas altos, de los músicos.

El muchacho con problemas en la vista, mas alla de San Martín hacia el río, con su guitarra, sentado en el suelo, contra la pared, la emprende con una zamba. Pelea con la zamba y a veces le gana, pero que importa. Su voz alta y desacomplejada es el indicador. No llueve, la gente pasará por allí y una y mil veces comenzará el rasgueo. No se detiene. El músico ambulante no se detiene. Y es así: desacomplejado. Mejor: desinhibido. Quiero decir y digo: no le preocupa estar fuera de tono o repetir y repetir una estrofa. El que canta a la gorra, en mitad de una senda por donde circula la ciudad, quiere vivir y vive de ésa necesidad. Mal o bien, generalmente mal, pero tal la forma, ese es el modo, convertido en fondo, en eje, en destino.

En el cruce de las peatonales, en este caso San Martínn y Córdoba, suele aparecer la arpista. Tacos altos, vestimenta de calle y el arpa. El arpa es un instrumento a cuerda (vaya novedad) que suele referirse al cielo, por los angelitos tocando un pequeño instrumento de cuerdas y aquello de las agonías (mas cerca del arpa que de la guitarra) pero puede referir al infierno si suena y suena en una mañana de sábado, temprano, insistiendo con una canción. Dos “cidí” tiene la arpista, pero en este caso no hay cantor, el instrumento canta.

A pocos pasos ( la muni intenta organizar el caos de los músicos a la gorra) con las baterias portatiles un conjunto afina guitarra eléctrica y batería. Algunos sábados a un viejo rock se le suma un bailarín (joven adulto mayor) que mueve las tabas como cree que las movía en el 1960. La gente aplaude. Los sábados, en esa esquina, el asunto se complica porque llegan los que tienen cachorros de perros vacunados y perros de la calle meticulosamente expulgados, bañados y reconstituidos para la vida en sociedad, después de su paso por una veterinaria de confianza. A veces les suman gatos.

No es sencillo caminar por una calle donde, además, hay estatuas vivientes, que solo bajan para hacer sus necesidades una vez al mediodía.y fumar un pucho. Confieso que es un espectáculo de ensueño ver fumar a una estatua. Sucede.

Las estatuas son silenciosas, pero a su vera, como los hongos bajo la frondosa copa, aparecen los manteros. Los manteros hablan y hablan y muestran lo suyo. Collares de alambres retorcidos, pequeñas pipas, minimas, que parecen de juguete pero son para la droga, tema que alguna vez deberá conversarse seriamente, y que por ahora existe ciegamente. Cinturones anchos, pequeñas talabarterías ambulantes, mates, artesanías. Son, sin duda, el arrullo básico de la calle.

Prestado por Federico Fellini el viejito del bandoneón toca y toca, sin amplificador, sentado sobre su silla y con el sombrero delante. Allí dejo una moneda toda vez que paso. Ése es mi sombrero mas querido. No se. Cuestiones del alma que no quiero preguntar.

La zona mas bulliciosa, acaso porque el viento entuba la calle, es entre Corrientes y Paraguay. Los conjuntos son mas numerosos, aparecen bandas, contrabajos, baterías, amplificaciones mas profesionales. A veces un conjunto de esa zona, “Santos Caracoles”, deja que sus músicos mezclen el “Hava Naguila” con “Susurrando”.

Mi amor, ya está dicho, no acompaña a los profesionales, se queda con el viejito y “el fueye”. Pero esos son amores. Todos arman el concierto de la calle. Y suman para una canción popular, innominada, cambiante. Cada día es parecida y diferente la canción. Pero está. Razones que nadie entiende y la sociología no logrará explicar. Ni cumbia villera, ni cruzada, ni santafesina, ni cuartetazo cordobés. Nada. La canción de la Peatonal aún no tiene cumbia. Por algo será.

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