Google+ Raúl Acosta: Los pajaritos cantan

miércoles, 14 de agosto de 2013

Los pajaritos cantan


En las ciudades el cielo nunca es azul y un entrecruzado de cables desprecia el horizonte y lo vuelve crucigrama. Los pájaros están, pero no están. Las cosas han cambiado.

Hay un recuerdo de infancia con el hombre que vendía pájaros. Un carro lento y canarios de sangre oscura y cardenales poco serios. En la cuadra de atrás un señor tenía una pajarera y una vez nos dejó entrar.Una pajarera como patio, una suerte de cárcel de lujo para un tordo y otros pájaros de diverso plumaje. Decía los nombres y los mezclaba con latinazgos y orígenes y no era fácil recordar.

Con la gomera nosotros apuntábamos a los gorriones y nunca me interesó la agorería que los trajo Sarmiento y son plaga. Demasiadas cosas le achacamos a Domingo Faustino. En historia somos terribles los argentinos. Dividimos el bien y el mal según amores y eso es posible, porque son pasiones, pero después le ponemos lacre de ciencia exacta y eso está mal, muy mal. Con la gomera apuntábamos a los gorriones y nunca acertábamos. El flaco Aranda, una vez, le pegó a un gorrión y no se si fue bueno o malo, simplemente no me gustó. Demasiado abuso.

En el barrio soñábamos con las tardecitas al descampado, pasando las últimas casas. Había un final de la calle y del barrio y mas allá un tambo escuálido y un potrero y unos paraísos (diga paraíso) En ése alambrado poníamos ”pega-pega”, que conseguía pepe, el hijo del ferretero. Se lo sacaba al padre. Sacarle al padre no es robo. Hoy hay jurisprudencia y acaso sea delito. No hay descampado, ni tambo, ni alambrado ni la hilera de paraísos. Mucho menos pájaros atrapados en el ”pega-pega”. Todo eso configura otro delito.

Otro sistema era el del “llamador”. Una jaula y otra jaula. Dentro un pájaro cantor y el llamado, suponíamos, al otro u otros pájaros, que entraban a la jaula trampa. Todas las jaulas son trampa, según se mire. Y en todos los casos un llamado te mete en una jaula. La vida imita al arte y atrapar pájaros es todo un arte.

En la ciudad estas cosas son y no son, forman parte de la mitología urbana. El poema dice, usando mal las palabras, que el loco mira a Buenos Aires “del nido de un gorrión”. Difícil lugar para mirar la ciudad que sea. Deja certezas la poesía. No puede mirarlo desde el nido de un hornero porque no hay muchos nidos de horneros y, según Atahualpa Yupanqui, están en la cumbrera del rancho (de don ata). Está clarito, clarito, que en la ciudad hay pocos pájaros.

Los expertos, en la barra había expertos, mencionaban tijeretas, torcacitas, horneros, calandrias y negruchos, una plaga, créame, decía el padre de Pepe, que además de ferretero era colombófilo o algo así. Criaba palomas mensajeras. Cardenales y canarios entraban en la categoría de pájaros finos y la mayor rareza los tordos silbadores, una leyenda de la muchachada, que siempre soñó con un loro parlanchín, que nunca llegó.

Cazar pajaritos también es una frase atribuida a la tontería o la distracción. “Ése, je, ése anda cazando pajaritos”. No es una tarea que pueda asimilarse a la tontería pero los dichos tienen lo suyo. Hay quienes dicen que el distraído “está boleando cachilos” sin haber visto nunca un cachilito, una boleadora y menos la tarea de marras.

Las palomas en las plazas ya son parte del juego de los niños y negocio de los vendedores de maíz partido. En rigor palomas y gorriones son los que sobrevivieron a todas las plagas y los bombardeos de smog. Hay una Hiroshima permanente para el pulmón del pájaro. Se aguantan y siguen. Deberíamos revisarlos, muchos sospechan, incluyámonos, que son mutantes. Acaso reconocer que Sarmiento trajo pájaros que han sobrevivido a todo, inclusive a las canciones, los poemas y el hollín y el gas de combustión no sería una mala salida para el revisionismo histórico, tan de moda como el relato que cambia el relato que cambió la historia. Ejem.

El mayor, el definitivo déficit que trajo la civilización (y la barbarie ciudadana, digámoslo con todas las letras) es el ruido que suplantó el canto de los pájaros. Puede verse, sería milagroso pero acaso pueda verse un hornerito juntando humedad para amasar a pico y garra su casa. Difícil. Acaso. Pero no se oye el canto de los pájaros. No hay un concierto de pajaritos, como pide Roberto Carlos.

La superchería ciudadana sostiene que una mini catarata de agua cerrada haciendo ruidos calma el alma. Puede ser. Si ¿Porque no?. Todo lo que no mata engorda. Pero sepamos dignificar el faltante. Si los pájaros cantasen esta no sería una ciudad, sería aquella, la que fue. O la casa de campo que imaginamos, también el aviso del country donde se insiste en que los pájaros cantan. Estaría bueno un reportaje a quien decide mudarse a un country para oír cantar los pájaros. Qué pájaros. Antes se sabía si cantaba un cardenal, un chingolo o un canario. Antes se sabía que había pájaros por compartir la vida con ellos. Hoy son leyenda. Una mas, otra leyenda urbana. Convendría un cartel: visite esta ciudad, antes tenía pájaros.

1 comentario :

  1. "...sepamos dignificar el faltante."
    "...visite esta ciudad, antes tenía pájaros."

    Honda, vertical Página, que dice lo que dice, y dice tanto más allá, según se lea directo o al sesgo.

    ResponderBorrar