Google+ Raúl Acosta: Cuento de navidad

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Cuento de navidad

Por Raúl Bigote Acosta

Nota de opinión publicada en diario La Capital el día miércoles 17 de diciembre


Los cuentitos deben contarse, de modo que eso haré.

Una nena de 10 años me preguntó, al ver en la misma cuadra (la cuadra de este diario: La Capital) sobre la “parada de taxis”, unos chicos sentados contra un zócalo, aspirando algo, un atardecer tranquilo de primavera mientras, por la vereda de enfrente, un par de adolescentes discutían sobre cómo repartir una recaudación de “vaya uno a saber qué”. Metros mas adelante una pareja, en bicicleta, revisaba los contenedores de basura que, en el centro de la ciudad, reciben desde ropa a electrodomésticos, sillas y comida., todo a medio uso. Todo. Un nene acompañaba a la pareja. El kiosco de alhajas truchas está en mitad de la cuadra. Vienen y se instalan estos “vendedores ambulantes” que no deambulan. Antes de la esquina nos ofertaron una revista dos menores, sobre minoridad y justo antes de la la esquina (peatonal) una señora, en el suelo, con las piernas cruzadas, amamantaba y estiraba la mano.

Pasear es esquivar, en ciertos sitios, a determinada hora, en días especiales. Esquivar la realidad que tornamos invisible. Debo hacer un esfuerzo de memoria para recordar esas imágenes. Hacemos invisible la miseria. Es fácil. Un “no, gracias”, distante y seco ante el pedido. Rápidamente el escudo: mirar para otro lado, seguir la conversación cuando viene la nena con las artesanías y las deja sobre la mesa. La invisibilidad es un don de las sociedades contaminadas. La nuestra está muy contaminada.

“Esta gente cuando sea grande van a ser ladrones, se van a portar mal”… - ¿te parece? - contesté. “Si, porque ahora hay que ayudarlos para que no se porten mal cuando crezcan”… - ¿que hay que hacer? – “hay que hacer, yo voy a hacer un refugio para niños pobres. Este refugio tiene baños donde pueden bañarse, la cocina en la cual sirven un caldo hecho con lo que sobre de las carnicerías, una sala de lavado donde se laven sus prendas y dos salones que se enseñe por horarios, con maestras voluntarias, las piezas donde duermen y así seremos gente educada y civilizada”

La transcripción es del texto que recibí. Lo dijo en aquel momento. Le pedí que lo escribiese. Lo hizo. Envió un desarrollo mínimo con un dibujo de las instalaciones. Incluye “sala de rehabilitación”. Mas claro: sabe de la droga. Indicó, en el croquis, “salones de aprender”. No pide juegos ni dulces. En su texto y en su dibujo señala baños, “mostradores donde se entrega la comida”. Llamó mi atención la búsqueda de proteínas cárnicas, los huesos de las carnicerías, la sopa caliente. Si estuviese vivo mi amigo Gary Vila Ortiz sonreiría diciendo:”Dickens”. Gary está vivo. Lo recuerdo porque la imagen de la sopa caliente lleva a la descripción de miseria y felicidad del siglo IXX. Con “Gary” queríamos ese siglo, al que sólo le faltaba la novela policial negra. Recordábamos la frase de Hichtcock, Chaplin, o Welles, alguno de los tres la dijo: “nunca con perros o con niños, porque se roban la escena” Gary la usaba para la poesía, decía que si dejan a los niños hablar y escribir aparece la mas hermosa poesía, que nosotros, los adultos, ya perdimos. Que la literatura espontánea, de los niños, tiene conexiones que nosotros ya no podemos imaginar.

Y debe ser así, nomas. Porque el deseo de una nena de 10 años se roba cualquier idea diferente del cuentito de navidad. “Proyecto N lo voy a llamar” - ¿Por qué? – “La N de Niños”¿Entendés? – Si – ¿“Y me vas a ayudar”? – Hum -

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