Por Raúl Bigote Acosta
Nota de opinión publicada en diario La Capital el día miércoles 25 de marzo
Por años, un evidente descuido, seguí pagando con débito automático, un pequeño aparato telefónico (no es un teléfono) que se inserta en las computadoras portátiles y brinda servicio de internet. Ha sido superado por las actuales tabletas, los teléfonos inteligentes (sí, le dicen inteligentes porque responden Sí-No y ejecutan por default; la verdad que son inteligentes porque no nos esperan y resuelven).
Lo seguí pagando por vagancia, una fiaca que decidí cortar de cuajo el jueves pasado, acompañado por una de mis nietas, que me dio coraje para aguantar la cola. Las compañías telefónicas siempre tienen colas de usuarios porque el mal servicio acumula fastidios, que la cola potencia.
Señor que desea. Deseo cerrar un servicio. Aquel mostrador. Buen día señor que desea. Cortar un servicio. Trajo el aparato. No es aparato, es aparatito que brinda internet y no lo traje. Tiene el número. No. Le doy mi nombre y apellido y dirección. Deme su DNI.
El silencio, el tiempo que pesaba sobre ése silencio, la cara de la empleada mirando la pantalla y mirándome fue duro. Tengo algunos (muchos) años. Se cuando me miran desconfiando. Me miraba desconfiando y no subía mucho la vista. No la apartaba de la pantalla. Finalmente dijo. Con ese número de DNI me figura Milagros D. que tiene la característica 0388. Se detuvo y dijo: no es usted. Respiré aliviado, pero uno nunca sabe. Señorita tengo el documento, tengo el servicio, la dirección, es un débito automático que… En aquel sector lo van a llamar. Gracias. Gracias a usted señorita.
La intervención de mi nieta me trajo al siglo XXI. Abu, una personalidad oculta, ahora te llamás Milagros D. juá. Es evidente que tienen un mundo diferente en la cabeza y en el porvenir, obvio.
Sentados en esas inciertas salas con pantallas, pequeños ring de alarma y boxes misteriosos me distraje. Es mi nieta la que me dice abu, están llamando a Milagros D. vamos que sos vos. Te llaman a vos. Créanme. No es sencillo levantarse y acudir al llamado, entrar en uno de esos boxes misteriosos y confesar. Soy pero no soy la señora Milagros D.
Uno se siente seguro de si mismo pero hasta que del otro lado no lo perciben hay un segundo de abismo. Un súper veterano bigotudo que dice llamarse Milagros D. que en la pantalla dice que vive en el mismísimo norte argentino, que quiere cancelar una cuenta de un teléfono que no conoce, con una característica que niega. En fin. Mi nieta miraba. Llega hasta el borde liso del mostrador, de donde sobresale su cabeza. Insiste: personalidad oculta Abu, y se rie.
Qué le pasa. Pasa que no soy Milagros D. pero quiero cerrar una cuenta, le di mi número de documento pero en la pantalla de la otra señorita sale… Sí, señor, lo se, la tengo ante mi vista a la pantalla pero ¿no tiene usted libreta de enrolamiento? Sí, pero tiene el mismo número. Espere un minuto señor. Señor usted se llama Acosta Raúl y vive en calle tal y tal ¿sí? Sí.
Zás. Volvió el alma al cuerpo. Estaba dispuesto a pagar para llamarme como me llamo, sin renunciar a ninguna de mis macanas en la vida. Seguir siendo el mismo, imaginaba, me costaría cuentas y cuentas de doña Milagros. Nada. Eso lo logré; entré como lo que soy, tuve dudas, y me recuperé. Soy lo que soy. Dura prueba.
Le voy a dar un número, en 48 horas lo van a llamar para reconfirmar la baja del servicio ¿sí? Muchas gracias y que tenga buenos días ¿sí? En un minuto había dejado de ser su prioridad de trabajo. En el mismo minuto recuperé mi identidad.
Las 48 horas ya son una semana. Un papelito rosado, de esos cuadraditos, de rezago de imprenta, alimenta mi esperanza. No volveré a reclamar. Que sea lo que Dios quiera. Nueve números. Lo reviso todos los días, pero los papelitos no son milagrosos.
Los teóricos dan explicaciones (teóricas) y uno las entiende. En algún momento en mi país había libreta de enrolamiento y libreta cívica. Una vez apareció el negociado del documento único y empezó el despiole. Los que teníamos aquel documento compartimos el número. Doña Milagros D y yo somos almas gemelas, numéricamente hablando. Si yo tramitase cambio de sexo deberían darme un número nuevo, para no confundir a la audiencia. Algo es algo.
Ahora van a cambiar el número de pasaporte. Y los bancos obligan a cambiar la clave para mayor seguridad. Cuesta memorizar claves que luego se desechan y números de documentos que se pierden. Claves de la cuenta de internet y de abono del diario en la computadora y de la alarma del edificio y la salida de la cochera.
El negocio económico de plastificar es eterno. Es parte de las campañas políticas: "Logró acelerar tu conversión en ocho números únicos" (pero no tanto). En media hora tu documento único de identidad. Que debe reemplazarse muy pronto. El negocio es eterno, caramba.
Por mi parte recuerdo un solo número: 3,1416. Ojalá recordase para que sirve. Tal vez para llamarla a Milagros D. Ahora pruebo.
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