Publicado en el diario La Capital, 06 de enero de 2017
Viernes 6 de enero. Junto al mar. Hay cuestiones, para los visitantes, que resultan extrañas, al menos insólitas. Una de ellas los secretos mejor guardados de los habitantes de la región. Los marplatenses. Sus sitios. Que al mejor estilo de los profesionales del escamoteo, los guardan a la vista. Esconden los elefantes en la manada… de elefantes.
A pocos metros de la Plaza Colón esta “La Placita”. Pequeño, mínimo mostrador, 10 mesas en un salón que es, apenas, una doble habitación. En verano acede y tiene dos muchachos (“y… mucha gente nos pide que le llevemos el pedido y este año tenemos dos muchachos…”) cuesta 150 pesos la pizza que en esa masa chiquita, pero de horno, recuerda la eterna pizza aceitosa, caliente, de muzzarella con una aceituna coronando cada porción. Las 8 porciones de rigor (“no, no tenemos cerveza suelta, es mucho problema, hay porrones y vaso de vino, tinto…”) Un plato chico para cada comensal y la horma de aluminio, chueca, arrugada, trae el secreto que exponen a la vista. Pizza. Aceite. La muzzarella derritiéndose.
Ningún ensayo sociológico ni explicaciones aventuradas. Es la pizza. La gente esperando (le prestan sillas a los mas parroquianos mas grandes para que esperen sin sufrir, no vienen los muchachos del vertigo y la noche temprana, vienen los que saben) Es la pizza de “La Placita”. No hay mas apuro que el natural. Ni mas demora que la habitual.
Pasando lo que se llama ”La Perla” en una esquina está Pedrito. Pizzería Pedrito. Igual. Un cuaderno de tapas blandas sirve para anotarse (“…¿Van a ser dos o cuatro?…”) y la masa alta, parecida a aquella de “La Astral” en Rosario, en el centro o la “Danubio”, sobre Ovidio Lagos. Ah… qué época…En este caso el plato de madera, las servilletas de papel y la copa de vino. No venden cerveza suelta. “Quiere una botella le traemos…”
En los dos sitios las mesas de madera y las sillas, también de madera, en algunos casos re acondicionadas y la gente que se saluda. Algunos banderines en “Pedrito”, viejas fotos en “La Placita”. Los que comen son cercanos, acaso del barrio. Hay turistas. Los turistas somos como las hormigas, estamos en los intersticios del hormigón y en los jardines floridos, estamos siempre, pero ellos no nos ven.
No están escondidos los refugios anti bronceador y protector solar. Se muestran pero no llaman la atención.
Cuando me citan, para organizar las excursiones teatrales los colegas, cronistas de espectáculo que viven en la ciudad, ubican una esquina y un local con un nombre fácil de recordar: “La Fábula”. La moza que nos atiende habla castellano pero parece de una película con el genial Alberto Olmedo y su personaje ”el rumano”. Pregunto la razón y me contesta el menú. Comida centro europeo. Comidas “agridulces” y salsas especiales. Hasta el clásico pollo tiene sabores diferentes. Todos gratos. No es mas caro ni es especial, Lo vuelve diferente la tranquilidad y en la mesa cercana comen dos en una mesa de cuatro porque… están jugando al ajedrez. Reparemos. Es enero en una ciudad turística y allí están tranquilos. Suena la música que no estorba ni agrede. Dvorak. En el apuro no los encontramos, vienen se sientan y leen el diario local. Conversan. Afuera la ciudad se apura. Estoy en “La Fábula” y no advierto que el veraneo sea el eje. “Si quiere le saco la salsa pero dice la cocinera que así el pollo no es tan gustoso”… El cliente no tiene razón, no toda la razón.
En Mar del Plata el turismo es la razón de su crecimiento. El mar. La arena. Los hoteles gremiales que desde 1950 multiplicaron la ciudad al infinito. El puerto y su industria multimillonaria. Internacional.
Resiste el embate un restaurante con un menú que rescata la vieja cocina yugoeslava (si, antes de la división, el corazón es croata) y dos pizzerías donde no hay apuro ni concesiones a la velocidad del veraneante. Hay comida todo el año. La de todos los días. La que apreciamos mas.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario