Google+ Raúl Acosta: El tablero del Exilio

domingo, 26 de marzo de 2017

El tablero del Exilio

Publicado en diario "La Calle", de Concepción del Uruguay,  26 de marzo de 2017

Después de “la cañonera”, de Stroessner y sus pasajes, Perón tiene poco tiempo en la convulsionada Caracas de Marcos Pérez Jimènez. Los revoltosos venezolanos actuaron entrando a saco en cuanta mansión encontraban a su paso. Ante el domicilio de Perón, un grupo de exaltados pudo ser detenido por el embajador de la República Dominicana en Caracas, Rafael Bonnelly -quien, años después, sería fugazmente presidente de su país-, encargado por Rafael Leónidas Trujillo de ofrecer asilo político al ex presidente argentino.
El nuevo gobierno venezolano, días más tarde, concedió el salvoconducto respectivo, y Perón pudo viajar a Santo Domingo, que entonces se llamaba Ciudad Trujillo, en honor del “benefactor” que tiranizaba a Quisque ya desde 1930.
En Ciudad Trujillo llegó Perón, finalmente a trabar conocimiento personal con Pérez Jiménez, asilado en el mismo país.

Las elecciones de constituyentes de 1957 habían demostrado que el peronismo seguía siendo mayoría en nuestro país, sobre todo, habían demostrado que la masa peronista seguía obedeciendo el dictamen de su conductor. Y en febrero de 1958 (el domingo 23) debían realizarse elecciones generales, para consagrar nuevas autoridades. El radicalismo se había dividido en Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) y Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP). Esta última era la más puramente “radical”, la más fiel al viejo cuño irigoyenista. En la UCRI se había dado el lugar geométrico de un trust de cerebros -economistas, principalmente- de las más variadas tendencias, desde los seguidores de John Maynard Keynes hasta ex marxistas, como Frigerio.

La UCRP postulaba la fórmula presidencial Ricardo Balbín - Crisólogo Larralde. El segundo término de la fórmula era, curiosamente, el que mayores posibilidades políticas tenía, dado que el doctor Balbín mantenía una actitud de enfrentamiento con el peronismo que se asemejaba notablemente, más en la forma que en el fondo, a la de los “gorilas”. Ahora bien, siendo evidente que Perón seguía manejando una masa popular mayoritaria, el solo nombre del candidato a presidente condenaba al fracaso a los radicales. La UCRI, por su lado, proclamó la fórmula Arturo Frondizi - Alejandro Gómez (conviene recordar que el doctor Frondizi se postulaba con mucha antelación, ya que lanzó su propia candidatura mucho antes de la elección de constituyentes).

Frondizi, se puede decir, “partió al radicalismo para seducir al peronismo”. La convención de Avellaneda y Moises Lebhenson son parte de ésa historia radical intransigente.
En los demás partidos se habían producido divisiones, -socialismo y conservadores, por ejemplo- y las bases de los mismos tendían más bien a apoyar a Frondizi  que a votar sus propios candidatos. El Partido Comunista prescindió de una fórmula presidencial propia y dio su apoyo oficialmente al candidato de la UCRI.

Pero quedaba por resolver el problema de la masa peronista. Los postulantes del sillón de Rivadavia necesitaban asegurarse ese apoyo, ya que las diferencias entre las dos grandes agrupaciones, UCRI y UCRP, eran muy pequeñas.

Al gobierno militar, por su lado, le importaba que no se produjera una nueva avalancha de votos en blanco, circunstancia que habría deteriorado definitivamente su imagen, nacional e internacional. Había que pactar con Perón, para lograr un voto “positivo” de su masa de seguidores incondicionales.

Las tratativas se produjeron entre representantes del señor Rogelio Frigerio -uno de los elementos de mayor peso en el trust de cerebros que rodeaba al doctor Frondizi- y el doctor John Williams Cooke, ex diputado peronista y, a la sazón, colaborador directo del conductor en su exilio dominicano.

En la segunda quincena de febrero de 1958 llegó “la orden” y el día 23 la fórmula Frondizi - Gómez obtuvo más de cuatro millones de votos, contra algo más de dos millones y medio del dúo presidenciable de la UCRP. Frondizi asumió la presidencia de la Nación el 1° de mayo de 1958, en un acto de resonancia mundial. (Richard Nixon y Alexei Kosiguin se encontraban entre los invitados especiales).

Fue esa la primera y única vez que el peronismo, como masa, apoyó un candidato de otra tendencia. No es éste el lugar de determinar si Frondizi honró o traicionó el compromiso contraído con Perón, pero el hecho es que nunca más fue apoyado por el peronismo, al que siempre “coqueteó”. Digamos, solamente, que Frondizi tampoco concluyó normalmente su período constitucional -fue destituido el 29 de marzo de 1962, debiendo concluir su mandato el 30 de abril del 1964-, y durante sus casi cuatro años de gobierno no fue reivindicada en la Argentina la personalidad de Perón, ni siquiera se anularon los procesos de orden criminal y penal que se le habían incoado en rebeldía después de su derrocamiento. Las causas fueron sobreseídas, por prescripción natural, en 1971. En eso Frondizi tampoco cumplió.

El derrotero de Perón da un tono a su historia. En el año 1957 habían caído tres dictadores del Caribe, en Guatemala, asesinaron a Carlos Castillo Armas, jefe del golpe militar que había derrocado al presidente Jacobo Arbenz Guzmán en 1954; en Colombia, una junta militar desalojó violentamente a Gustavo Rojas Pinilla; a la inversa la junta militar instalada en Honduras el año anterior, entregaba el poder al presidente constitucional Ramón Villeda Morales. Hemos visto que, en Nicaragua, Tacho Somoza fue asesinado en 1956, y que a principios de 1958 cayó Pérez Giménez en Venezuela. También en 1957, Francois Duvalier asumió la presidencia de Haití. Y en el último día de 1958, Fulgencio Batista huía de Cuba, entrando Fidel Castro triunfalmente en La Habana el 1° de enero de 1959. Las naciones isleñas y continentales del Caribe, vivían un proceso convulsionado, que parecía intensamente contagioso. Peligrosamente contagioso.

El signo de la época, en la región, era la inestabilidad. Perón lo comprendió rápidamente, con su aguzado olfato político. En la República Dominicana, además, su actuación había sido mucho más comprometida que en Venezuela, donde se había limitado a la vida privada y a la producción de ensayos políticos. En Ciudad Trujillo comenzó de entrada a frecuentar los despachos áulicos y gozó de la íntima amistad del “Benefactor”. Con todo, resultaba evidente para cualquier persona perspicaz, que la égida de éste tocaba a su fin.

Por iniciativa de Estados Unidos, la República Dominica había sido expulsada de la OEA, con el fin de crear un precedente potable para la posterior expulsión de Cuba, cuyo viraje a la izquierda era inocultable desde la renuncia del presidente Manuel Urrutia Lleó, a pocos meses de asumir. Pese a la foto de Fidel en la revista “Life” la torsión era evidente.

En vista de las pocas garantías que la República Dominicana ofrecía, el ex presidente argentino decidió buscar refugio en un país donde la estabilidad de un gobierno ideológicamente afín no estuviera tan amenazada como en Latinoamérica. Y obtuvo la hospitalidad de Francisco Franco, moralmente obligado hacia Perón por la actuación de la Argentina, en la posguerra temprana, cuando se intentaba el aislamiento con la táctica aquiescencia del gobierno estadounidense de Harry S. Truman

“Mi traslado es por razones tácticas. Yo soy muy feliz aquí”, le dijo Perón a Trujillo al despedirse. Viajó a España el 26 de enero de 1960, desembarcando en Sevilla. Casi un año y medio más tarde, el 30 de mayo de 1961, una ráfaga de metralleta ponía violento fin a la vida del “Benefactor” dominicano. Perón siempre supo lo que hacía.

Decir que la muerte de Perón concluyó con su historia siempre fue una ilusión de muchos argentinos. Nadie que encare el tema seriamente atina a esbozar este pensamiento. Deben, sin embargo, rescatarse algunos hechos contradictorios en estos feroces años.

El primero, acaso el más audaz, el que hiciese que toda una plana mayor del radicalismo, con Frondizi y Frigerio como figuras fundamentales, apareciesen enroscados dentro del peronismo venciendo oscuras resistencias que desde todos los tiempos de la historia política aparecían en un enfrentamiento que, a la postre, resultó estéril.
Hemos historiado aquí aquella orden del 23 de febrero.
Y podemos recordar un slogan de “campaña”: ¡El 23 de febrero, don Arturo, primero . . .!
Otras épocas, evidentemente. Hay un detalle de almanaque. Es el 24 de febrero de 1946 que el peronismo es gobierno por el voto popular. Este, el voto popular, es el límite que el peronismo nunca cruzó. Nunca.

Preguntado Perón sobre tal relación, insistió siempre con una silenciosa sonrisa, pero en un libro de Diego de Olano, Madrid, 1970, “Perón, un general en el supermarket”, un atrevido libro (si se piensa que vivía Franco, el Generalísimo, y que, sin tratarse, al menos respetaba algunos fueros del general) este periodista, relator del glamour franquista, dice: “El general es de lo más cachondo. Que sus dulces, que sus hierbas y sus canes, pero lo cierto es que su salud, vamos, es formidable. Una vez, que me encontré con él para la televisión del Brasil, porque la República Argentina ni por la calle cruzaba, me contestó que él de ninguna manera apoyaba la teoría económica de Frondizi y sus cerebros, cercanos al marxismo, que simplemente había permitido que usaran “sus muchachos” para jaquear a los “gorilas”, que así les dicen a los de derecha en aquella tierra donde tantos parientes tiene algunos nativos de todas las regiones nuestras . . .”

Es cierto, en sustancia, lo dicho por Perón. Esto es: él jamás declaró su adhesión a corriente alguna de pensamiento. Y ese es, en el fondo, el tema que deberíamos analizar.


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