Después de “la
cañonera”, de Stroessner y sus pasajes, Perón tiene poco tiempo en la
convulsionada Caracas de Marcos Pérez Jimènez. Los revoltosos venezolanos
actuaron entrando a saco en cuanta mansión encontraban a su paso. Ante el
domicilio de Perón, un grupo de exaltados pudo ser detenido por el embajador de la
República Dominicana en Caracas, Rafael Bonnelly -quien, años después,
sería fugazmente presidente de su país-, encargado por Rafael Leónidas Trujillo
de ofrecer asilo político al ex presidente argentino.
El nuevo
gobierno venezolano, días más tarde, concedió el salvoconducto respectivo, y
Perón pudo viajar a Santo Domingo, que entonces se llamaba Ciudad Trujillo, en
honor del “benefactor” que tiranizaba a Quisque ya desde 1930.
En Ciudad
Trujillo llegó Perón, finalmente a trabar conocimiento personal con Pérez
Jiménez, asilado en el mismo país.
Las elecciones
de constituyentes de 1957 habían demostrado que el peronismo seguía siendo
mayoría en nuestro país, sobre todo, habían demostrado que la masa peronista
seguía obedeciendo el dictamen de su conductor. Y en febrero de 1958 (el
domingo 23) debían realizarse elecciones generales, para consagrar nuevas
autoridades. El radicalismo se había dividido en Unión Cívica Radical
Intransigente (UCRI) y Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP). Esta última era
la más puramente “radical”, la más fiel al viejo cuño irigoyenista. En la
UCRI se había dado el lugar geométrico de un trust de cerebros
-economistas, principalmente- de las más variadas tendencias, desde los
seguidores de John Maynard Keynes hasta ex marxistas, como Frigerio.
La UCRP postulaba
la fórmula presidencial Ricardo Balbín - Crisólogo Larralde. El segundo término
de la fórmula era, curiosamente, el que mayores posibilidades políticas tenía,
dado que el doctor Balbín mantenía una actitud de enfrentamiento con el
peronismo que se asemejaba notablemente, más en la forma que en el fondo, a la
de los “gorilas”. Ahora bien, siendo evidente que Perón seguía manejando una
masa popular mayoritaria, el solo nombre del candidato a presidente condenaba
al fracaso a los radicales. La UCRI, por su lado, proclamó la fórmula
Arturo Frondizi - Alejandro Gómez (conviene recordar que el doctor Frondizi se
postulaba con mucha antelación, ya que lanzó su propia candidatura mucho antes
de la elección de constituyentes).
Frondizi, se
puede decir, “partió al radicalismo para seducir al peronismo”. La convención
de Avellaneda y Moises Lebhenson son parte de ésa historia radical
intransigente.
En los demás
partidos se habían producido divisiones, -socialismo y conservadores, por
ejemplo- y las bases de los mismos tendían más bien a apoyar a Frondizi
que a votar sus propios candidatos. El Partido Comunista prescindió de una
fórmula presidencial propia y dio su apoyo oficialmente al candidato de la
UCRI.
Pero quedaba por
resolver el problema de la masa peronista. Los postulantes del sillón de
Rivadavia necesitaban asegurarse ese apoyo, ya que las diferencias entre las
dos grandes agrupaciones, UCRI y UCRP, eran muy pequeñas.
Al gobierno
militar, por su lado, le importaba que no se produjera una nueva avalancha de
votos en blanco, circunstancia que habría deteriorado definitivamente su
imagen, nacional e internacional. Había que pactar con Perón, para lograr un
voto “positivo” de su masa de seguidores incondicionales.
Las tratativas
se produjeron entre representantes del señor Rogelio Frigerio -uno de los
elementos de mayor peso en el trust de cerebros que rodeaba al doctor Frondizi-
y el doctor John Williams Cooke, ex diputado peronista y, a la sazón,
colaborador directo del conductor en su exilio dominicano.
En la segunda
quincena de febrero de 1958 llegó “la orden” y el día 23 la fórmula Frondizi -
Gómez obtuvo más de cuatro millones de votos, contra algo más de dos millones y
medio del dúo presidenciable de la UCRP. Frondizi asumió la
presidencia de la Nación el 1° de mayo de 1958, en un acto de
resonancia mundial. (Richard Nixon y Alexei Kosiguin se encontraban entre los
invitados especiales).
Fue esa la
primera y única vez que el peronismo, como masa, apoyó un candidato de otra
tendencia. No es éste el lugar de determinar si Frondizi honró o traicionó el
compromiso contraído con Perón, pero el hecho es que nunca más fue apoyado por
el peronismo, al que siempre “coqueteó”. Digamos, solamente, que Frondizi
tampoco concluyó normalmente su período constitucional -fue destituido el 29 de
marzo de 1962, debiendo concluir su mandato el 30 de abril del 1964-, y durante
sus casi cuatro años de gobierno no fue reivindicada en la Argentina la
personalidad de Perón, ni siquiera se anularon los procesos de orden criminal y
penal que se le habían incoado en rebeldía después de su derrocamiento. Las
causas fueron sobreseídas, por prescripción natural, en 1971. En eso Frondizi
tampoco cumplió.
El derrotero de
Perón da un tono a su historia. En el año 1957 habían caído tres dictadores del
Caribe, en Guatemala, asesinaron a Carlos Castillo Armas, jefe del golpe
militar que había derrocado al presidente Jacobo Arbenz Guzmán en 1954; en
Colombia, una junta militar desalojó violentamente a Gustavo Rojas Pinilla; a
la inversa la junta militar instalada en Honduras el año anterior, entregaba el
poder al presidente constitucional Ramón Villeda Morales. Hemos visto que, en
Nicaragua, Tacho Somoza fue asesinado en 1956, y que a principios de 1958 cayó
Pérez Giménez en Venezuela. También en 1957, Francois Duvalier asumió la
presidencia de Haití. Y en el último día de 1958, Fulgencio Batista huía de
Cuba, entrando Fidel Castro triunfalmente en La Habana el 1° de enero
de 1959. Las naciones isleñas y continentales del Caribe, vivían un proceso
convulsionado, que parecía intensamente contagioso. Peligrosamente contagioso.
El signo de la
época, en la región, era la inestabilidad. Perón lo comprendió rápidamente, con
su aguzado olfato político. En la República Dominicana, además, su
actuación había sido mucho más comprometida que en Venezuela, donde se había
limitado a la vida privada y a la producción de ensayos políticos. En Ciudad
Trujillo comenzó de entrada a frecuentar los despachos áulicos y gozó de la
íntima amistad del “Benefactor”. Con todo, resultaba evidente para cualquier
persona perspicaz, que la égida de éste tocaba a su fin.
Por iniciativa
de Estados Unidos, la República Dominica había sido expulsada de la
OEA, con el fin de crear un precedente potable para la posterior expulsión de
Cuba, cuyo viraje a la izquierda era inocultable desde la renuncia del presidente
Manuel Urrutia Lleó, a pocos meses de asumir. Pese a la foto de Fidel en la
revista “Life” la torsión era evidente.
En vista de las
pocas garantías que la República Dominicana ofrecía, el ex presidente
argentino decidió buscar refugio en un país donde la estabilidad de un gobierno
ideológicamente afín no estuviera tan amenazada como en Latinoamérica. Y obtuvo
la hospitalidad de Francisco Franco, moralmente obligado hacia Perón por la
actuación de la Argentina, en la posguerra temprana, cuando se intentaba
el aislamiento con la táctica aquiescencia del gobierno estadounidense de Harry
S. Truman
“Mi traslado es
por razones tácticas. Yo soy muy feliz aquí”, le dijo Perón a Trujillo al
despedirse. Viajó a España el 26 de enero de 1960, desembarcando en Sevilla.
Casi un año y medio más tarde, el 30 de mayo de 1961, una ráfaga de metralleta
ponía violento fin a la vida del “Benefactor” dominicano. Perón siempre supo lo
que hacía.
Decir que la
muerte de Perón concluyó con su historia siempre fue una ilusión de muchos
argentinos. Nadie que encare el tema seriamente atina a esbozar este
pensamiento. Deben, sin embargo, rescatarse algunos hechos contradictorios en
estos feroces años.
El primero,
acaso el más audaz, el que hiciese que toda una plana mayor del radicalismo,
con Frondizi y Frigerio como figuras fundamentales, apareciesen enroscados
dentro del peronismo venciendo oscuras resistencias que desde todos los tiempos
de la historia política aparecían en un enfrentamiento que, a la postre, resultó
estéril.
Hemos historiado
aquí aquella orden del 23 de febrero.
Y podemos
recordar un slogan de “campaña”: ¡El 23 de febrero, don Arturo, primero . . .!
Otras épocas,
evidentemente. Hay un detalle de almanaque. Es el 24 de febrero de 1946 que el
peronismo es gobierno por el voto popular. Este, el voto popular, es el límite
que el peronismo nunca cruzó. Nunca.
Preguntado Perón
sobre tal relación, insistió siempre con una silenciosa sonrisa, pero en un
libro de Diego de Olano, Madrid, 1970, “Perón, un general en el supermarket”,
un atrevido libro (si se piensa que vivía Franco, el Generalísimo, y que, sin
tratarse, al menos respetaba algunos fueros del general) este periodista,
relator del glamour franquista, dice: “El general es de lo más cachondo. Que
sus dulces, que sus hierbas y sus canes, pero lo cierto es que su salud, vamos,
es formidable. Una vez, que me encontré con él para la televisión del Brasil,
porque la República Argentina ni por la calle cruzaba, me contestó
que él de ninguna manera apoyaba la teoría económica de Frondizi y sus
cerebros, cercanos al marxismo, que simplemente había permitido que usaran “sus
muchachos” para jaquear a los “gorilas”, que así les dicen a los de derecha en
aquella tierra donde tantos parientes tiene algunos nativos de todas las
regiones nuestras . . .”
Es cierto, en
sustancia, lo dicho por Perón. Esto es: él jamás declaró su adhesión a
corriente alguna de pensamiento. Y ese es, en el fondo, el tema que deberíamos
analizar.
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