Este año, 2017, nos permite reparar en un acontecimiento que ya había sucedido, con variantes, en muchas oportunidades pero que en esta (cercana y muy visible) abre el camino a muchas preguntas.
En Olavarría, en algún día de marzo empezó a reunirse gente. La clave era el 11 de marzo. Un sitio, descampado, desprovisto de luces de ciudad serviría para que 300 mil personas se encontrasen con su universo particular. Con el otro y el otro. Finalmente con la extrañeza de ser parte de algo que no tiene dimensión hasta que sucede y cuando acontece nadie termina de entender, medir y comprender.
En algunos días de abril, para llegar al viernes 14, de diversos sitios del país, de lejanísimos e insospechados hasta los próximos, gratos y definidos, la gente empezó a reunirse para marchar detrás de una idea que hace mucho fue tan bien contada que es parte de la realidad de tantos. En este caso, en las calles cercanas a la iglesia de Barrio Rucci, y hasta donde alcance la cuenta, 300 mil se encontraron con su infinito compartido.
¿Que une a los 300 mil del Indio Solari y los del Padre Ignacio? Nada es seguro, todo es confuso. Sin embargo, cada integrante de estas masas comparte con el vecino una certeza. Allí se debe estar. El mandato comporta seguridad ante la esperanza, la fe, la intangibilidad de lo que se desea de un modo tan vehemente.
Ese entrerriano irredimible, el Indio Solari, finalmente un apodo para un cuerpo, no oferta otra cosa que su mínimo mensaje, el total de su experiencia.
El Padre Ignacio es más que la narración de una sacrificada vida entregada a lo peor, la crucifixión, hace tantísimos años. El cura, natural de Sri Lanka (Ceylan) reúne más fieles en el nombre de Cristo que cualquier otro sacerdote de la fe que se oferte.
El Indio Solari y el Padre Ignacio Peries no integran partido político alguno, no están en una lista de funcionarios ni (aparentemente) la integrarán.
Los dos tienen una organización que vende tickets o da turnos para entrevistas por internet. En un caso para los recitales. En el otro para que Ignacio los mire, los toque, les dé una bendición que se cree santa. Y debe ser, nomás, por la cantidad de fieles que vienen a buscarla. De tanto creerla existe esa sanación. Nada como la fe y la esperanza para sentirse bien. Nada como saber que habrá un próximo recital para encauzar la vida hacia ese objetivo.
No he ido a la procesión de Corpus ni la de viernes Santo del Padre Ignacio. No asistí a ningún recital de “Los Redondos” (Grupo denominado “Los redondos de ricota”). Algunas cosas se ven si se quiere mirar.
Si hay 300 mil personas que se congregan en Rosario y acompañan a Ignacio es difícil esquivar la consagración. Nadie en la región, en el país, une tanta fe en un solo sitio, sin recompensa material sin premios, sin otra cuestión que la fe.
De hecho, no imagino político alguno que pueda alcanzar la cifra, mucho menos la esperanza. Estuve, sí, con Perón, Alfonsín, Usandizaga, “la 125” y los mundiales. No fue semejante.
Si hay 300 mil personas que llegan a la “inhospitalidad” de Olavarría para que El Indio cierre cantando: “no lo soñéeeee” es que la noche, la lluvia, el feo camino y la oscuridad se iluminan con algo que no se puede narrar fácilmente.
Sueñan, los políticos terrenales, con un vuelo así de alto. Con una esperanza así de grande. Uno oferta canciones y su lenguaje encriptado. El otro repite un relato que tiene muchos años. Si nos atenemos a los textos desde el 400 a 500 de esta, su era, la era cristiana. Al menos 1500 años. Por calendario y según sus crónicas exactamente 2017 y chirolas.
El padre Ignacio aparece en Rosario sobre ‘Malvinas’. En 1983 ya está con lo suyo. Una vida consagrada a sostener y extender la fe en la Religión Católica Apostólica Romana.
Su variante es que cree en la curación de muchos males por la fe y ésa, su convicción, ayuda a la esperanza de muchos enfermos. Pocos lo dicen, pero lo cierto es esto: nada de bienes terrenales, nada de ostentaciones. Vive en Cristo y la entrega cristiana al amor por los demás. Es muy fuerte una convicción así de visible. Es fe en una forma de vida que, por eso mismo, transmite fe. Ignacio sana actuando contra las desconfianzas y ruindades de muchos, básicamente la ruindad de todos o casi todos los actores sociales, incluidos otros religiosos. No hay especulación alguna, ni negocio posible. No cobra por tocarte y darte la bendición.
El Indio Solari, Los Redondos, aparecen, después de algunas informes agrupaciones, sobre 1982. Hay desde una estética gráfica hasta una gramática y, de hecho; un modo en la interpretación que los define pero es otra cosa la que se advierte: no entregan su mensaje a cambio de un reportaje o una difusión. No es una banda integrada y, si usásemos a Umberto Eco(apocalípticos e integrados en la cultura de Masas) Los Redondos estarían fuera, indicando que se viene el fin del mundo pero no importa tanto. Es el mundo de los otros. Los redondos, finalmente el Indio, definen con sus actos que lo que importa es lo vital, no la tercerización por un aviso.
Cuando desde ambas vertientes se advierte que se llega a un punto, esto es: 300 mil personas diciendo “sí, creo” parece obvio pero hay que señalarlo: Es una honestidad basal la que consigue la aceptación, con ella la fe y la marcha.
"Algunos dicen que este mundo es de problemas . Es el único que necesitamos. Pero estoy esperando a que mañana. Cuando el nuevo mundo se revela. Cuando la revolución se revela. Oh Señor, yo quiero estar en ese número. Cuando los santos van marchando. Cuando los ricos salen y trabajan. Cuando los ricos salen y trabajan. Oh Señor, yo quiero estar en ese número. Cuando los santos van marchando. Cuando el aire es puro y limpio. Cuando el aire es puro y limpio. Oh Señor, yo quiero estar en ese número. Cuando los santos van marchando. Cuando todos tenemos qué comer. Cuando todos tenemos qué comer…" “When the saints go marching in”.
A poco que lo piense convendrá conmigo que el Padre Ignacio y el Indio cantarían la vieja canción. Al menos con 300 mil bailando detrás
No hay comentarios. :
Publicar un comentario