Google+ Raúl Acosta: El silbato #AntesQueMeOlvide

miércoles, 10 de mayo de 2017

El silbato #AntesQueMeOlvide


Publicado en diario La Capital

Corrientes y Córdoba. Por esa esquina pasaba la ciudad de Rosario. El kiosco de diarios estaba del lado de allá, donde mandaba el papá de “Santiaguito”, el gran canillita de esa esquina. De este lado la Bolsa de Comercio y ése frío que conserva el alto embudo que va de Corrientes a Paraguay. En un libro de poesías Eduardo D’Anna dio vueltas el edificio para la ilustración de tapa. “Muy muy que digamos” se llamaba el libro. La poesía ya sabía de qué modo enfrentar al poder constituído, que nunca quiere al poema. Venían los años ’60. Kennedy, Quadros, Frondizi.

Era morocho y alto, la piel lustrosa, también los correajes lustrados, las botas altas, la gorra. Dicen que se llamaba Leguizamón pero de verdad: ¿a quien le importa? “El negro Altamirano”. Eso es biografía, no es memoria ni nostalgia ni nada. Cifras. Nombres. El Policía de facción en la esquina daba paso para allá o para acá. Frenaba para que cruzaran las viejitas, explicaba dónde estaba La Favorita y el Correo Central de costadito, sin desatender los autos. El trole. Los peatones. Parado en la mitad de la calle inflaba los cachetes igual que Louis Armstrong en la película “ The Five Pennies” y el silbato daba paso a los autos. Se paraban para verlo.

Cada tanto el policía de facción se humanizaba, cruzaba hasta al bar de la esquina, aclaremos: siempre hubo un bar en la esquina, o cerca, o por ahí. En el bar iba al mingitorio. Ignoro su habilidad para hacer bailar las bolitas de naftalina. Para el tránsito era fenomenal. Se paraban para verlo. Le sacaban fotos. Ademanes rigurosos. Algo entrado en carnes su abdomen era parte del uniforme.

Años después, muchos años después empezó la tirria, el encono contra la policía. Acaso el encono estaba pero tenía otro volumen, otra intensidad. El mismo comisario en el pueblo, el mismo boton que “en el ancho de la noche puso el filo de la ronda como un broche…” y el mismo policía enojándose porque se jugaba a la pelota de vereda a vereda con el arco de jacarandá y pared. La cooperadora policial y el sobrino sumariante.

Brazos en alto, brazos adelante, la señal de seguir, de stop. Preciosa computadora el cerebro. Sin disco rígido externo ni programas truchados. Tiene una fisura el recuerdo. Sus hijos, que será de los hijos del policía de Corrientes y Córdoba. ¿Habrán dicho alguna vez “mi papá manejaba el tránsito en la esquina de la ciudad”…? Que será de esos muchachos. Que será del silbato aquel. Y las correas y las botas. Que será del país de la inocencia que se paraba a mirar a un cana dirigiendo el tránsito como una epopeya, una hazaña del mediodía del sábado.

El presente texto pertenece al libro ”Cronicas rosarigasinas” (Antes que me olvide) de próxima aparición.

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