Publicado en diario La Capital,
“Desde estas lejanas tierras te recuerdo…” Esa carta, la de las vacaciones, solía llegar tarde. Era una postal. Todas las postales denuncian un secreto tan visible que suele desaparecer.
Definición: “”La tarjeta postal ilustrada, llamada simplemente "postal", "tarjeta postal", o tarjeta de correo, es una pieza rectangular de cartulina, o cartón fino, preparada para escribir y enviar por el correo tradicional, sin necesidad de usar un sobre””. Wikipedia nunca te abandona.
Las postales tenían eso, llegaban alguna vez, algún día, como dicen las canciones yanquis, y contaban de lo lindo que era y que bueno recordar a quien no había llegado al mar, la montaña o ése sitio tan distante desde donde llegaba la postal.
Las postales eran, en cierto modo y sin que nadie se enoje, como esos sitios de internet donde nada es secreto y uno (al decir de Zygmunt Bauman) se desnuda íntimamente.
Dos diferencias deben indicarse. La velocidad del conocimiento, porque solíamos regresar antes que la postal llegase a casa de la vieja, la tía o esa niña que estaba cerca del corazón, pero aún no tan cerca y que se merecía una postal. La otra diferencia es la que se corresponde con quienes y en qué momento sabían de nuestra existencia sin conocernos (y el uso que hacían de los datos).
El titular de la estafeta postal de Cerrillos, desde donde enviamos la postal folklórica diciendo “te recuerdo Amanda”… después el que acumulaba las cartas clasificando por provincias, pero por pocos segundos. Finalmente el cartero. Muchos minutos. El cartero era el archivo externo de nuestras comunicaciones
El cartero era, claro que a su modo, como la memoria de Internet. Sabía de nuestras cartas, nuestras postales y nuestros vencimientos. Su memoria era mas frágil pero mas cariñosa que los gigas empotrados allá, en “la nube”. Ay, ay Orwell, vos también eras un inocente alarmista.
No había madre que no se apreciase como tal (de aquellas madres hablo) que no guardara las postales del nene, que se fue al mar con esos de la barra de la esquina que vaya a saber uno en que andarán…
Puestas las cosas en Internet, You Tube, fcbk (ja, que tal, abreviatura de Face Book) instagram, tuiter y otras yerbas, aquello era la inocencia virginal y esas aflicciones maternales unas mínimas tonteras por la vida de aquel grandulón que mire usted donde terminó.
Una Torre de Pisa torcida, que hacía enderezar la tarjeta, unos lobos marinos con grafittis y un Cerro Siete Colores, que siempre volvíamos a contar, son las postales que, desde el fondo del armario del living, aún denuncian un secreto que está a la vista: no teníamos cámara de fotos. Nostalgias en el corazón si, si señor. Aún están. Ojalá no se vayan nunca.
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