Publicado en diario La Capital,
Toda mi vida está resuelta con el río a la izquierda y yendo hacia el mar. Santa Fe, Coronda, Barrancas (con Puerto Aragón) Rosario y hasta Buenos Aires mi vida ha transcurrido, transcurre con mi brazo izquierdo con las aguas cerca. En otras ciudades extraño la orientación. Las camino al revés.
Se lo que es un rancho. He vivido en ranchos y conozco muy bien el valor de la ranchada, la cumbrera, la tierra apisonada y la palangana, el barril con agua de lluvia, la pared de barro, la cocina y el horno afuera.
El rancho de paja y adobe, el rancho es parte de un paisaje y de una cultura. La primera vez que me dijeron “vamos al Rancho de Ramón Merlo” sabía donde iba. Iba hacia una cultura. Un formato de día y uno de noche. Comidas, abrazos, conversaciones y una música que no era desconocida para los que lo frecuentábamos, pero que parecía rara para una ciudad inmigrante.
No aceptar el río (abierto francamente desde 1994 en adelante) era un indicador clarísimo de la categoría de puerto, de mil idiomas, pero no de El Litoral y el rancho es, por si cabe alguna duda, el rancho es el lenguaje de El Litoral del Río Paraná. Habrá otros ranchos en otros paisajes pero este es así.
Se oye música desde lejos, se tocan y tocan las mismas canciones. Ramón Merlo fue uno de los ”Disfrazados” que conocí. La ciudad se burlaba de ellos, como se burla aún, pero menos, como aún se burla del Salteño nacido en el Chaco Boreal, el chaqueño Palavecino. Ese lío de dividir el país según convenga a Buenos Aires arma despioles. El chaqueño es salteño y Ramón un cambacito. Lo se porque yo también era cambacito. Acaso todavía lo sea.
Cambá es negro, si quiere entenderlo brutalmente. Ramón Merlo era “El cambacito de las tres hileras” y el acordeón de tres hileras la mas divulgadas de las nostalgia europeas convertidas en otra cosa. Nostalgias si, pero con verdor y río, con una polca centro europea que se arrastra y es diez tristezas a la vez. Dos hileras “la verdulera”. Tres hileras en estos días, en Mercado Libre unos 10.000 pesos.
Rodríguez “casi” Arijón. Asado, potrillo de vino, ensalada de lechuga y tomate. Porrón. Ginebra. Hielo. La pista. El escenario y, en aquellos años, palenque para carros y caballos. Las luces en el centro. Reina Bermúdez. Las glosas, los cantantes. El duro ambiente. No se suspende por lluvia. Pasaba lo mismo que en Pichincha. De día un barrio, de noche otro.
Radical, músico, con el alma correntina y litoraleña, Ramón Merlo era su rancho a cuestas donde quiera que fuese. Conocí a sus hijos.
La constancia del río da un código, una llave que impide cerrar los ojos a la inundación, las humedades y la música que suena barata pero uno es eso.
Pequeña medalla personal del siglo XX. Estuve, bailé, extendí la alegría en un sapukay en aquel rancho. El vino no era bueno pero los líos no se armaban por eso.
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