Publicado en el Diario La Capital el 23 de Marzo.
Nacido en el 1925 Carlos Balá, hijo de inmigrantes, barrio Chacarita, papá carnicero es, todavía, un referente de la infancia. Cuando uno dice infancia remite de modo ineludible a inocencia.
Es un referente por el niño que todos llevamos dentro y que Carlitos invita a soltar espontáneamente, por su sola presencia. Balá nos remite a una media sonrisa que no podemos atajar. Que no debemos esconder.
Es un rererente porque lo siguen invitando a los programas infantiles y a los shows que diversas niñas ( y no tan niñas) hacen con el infante como público central.
Carlitos Balá hace 50 años que compró, si, 50 años que compró un departamento en el Edificio Havanna de Mar del Plata. En rigor hace mas, su mujer dice que el edificio, inaugurado hace medio siglo, los tuvo en el cuarto lugar en la fila para entrar a habitarlo y se supone que se compró, cuotita sobre cuotita, desde antes. Una de las bromas costeras es que hace 3 años que es un actor en la publicidad de los Alfajores…Balcarce.
Todavía invita a dormir al llegar las 22 en el canal de cable (de noticias) del Clarín, en TN.
Conversando con él en la zona de Playa Grande que visita en el verano, entre fotos y fotitos que le sacan y le sacan agradece que solo sea charla, ni siquiera reportaje. Aún lo paran para una foto tras otra. No le gusta volver tarde a casa y por eso no va a muchos espectáculos. Su mujer aclara que tiene miedo a los apretujones y los celos… celos porque acaso el consiguiese, a la salida de las actuaciones, mas aplausos y firmas que los actores.
Recuerda muy bien a Rosario. La primera vez que actuó solo, separado de “Los tres” (Balá, Marchessini y Locati) fue en Rosario. “Era en Avenida Pellegrini y vendían cerveza. Hacía calor. Fue lindo”. Se toma un tiempo para ubicar sus recuerdos y con mucho convencimiento me dice: “Después está esa otra avenida con Palmeras, que lindas casas había… no las voltearon, no…?” . Carlos Balá es concluyente. Allá lejos y hace tiempo pero es imposible olvidar Boulevard Oroño. A veces uno no comprende que el valor de ese paisaje es eso: incalculable. Tambien inapelable. Como imperdonable que se lo descuide. Que autos y mas autos y construcciones y mas construcciones intoxiquen una zona que se insiste, desde lejos y hace tiempo, quien la ha visto no la olvida. Permitieron que un estacionamiento saliese al Boulevard. Que se corran los retiros de l,a construcción, que se usen sus veredas para cuestiones distintas que caminar. Todavía resisten las palmeras. Y su recuerdo.
Balá no fue mi ídolo de la infancia por una cuestión de almanaques. Ya era un grandulón cuando el abría ilusiones y sonrisas en los chicos. Sucumbí, sin embargo, a sus artilugios de lenguaje. La “lontanáncica” es un hallazco que la RAE debería haber incorporado hace rato. Los de la Academia (la Real Academia Española /RAE) asumen como palabras reales tantas paparruchas. Jubileo, blanqueo. Falta que aprueben “Zanagoria” y tengo mis dudas si ya no está autorizada.
Balá es un sobreviviente de un humor muy particular. No hay golpes bajos, no hay agresiones, no hay escatología, no hay disminución del otro para que alguien se ría clara, muy claramente, de la desgracia ajena.
Cómo hace para que su nombre perdure y él envejezca con aquella inocencia intacta es algo que no se puede explicar, por lo tanto no nos detengamos en desmenuzar un ser de luz que no tiene otra explicación que esa: una luz emana de Balá. Tal vez ni cuenta nos damos. Pero ahí está.
Recuerda cálidamente a la ciudad. Ya viaja poco. “Me pusieron un aparato para oir mejor y me aumenta el volumen, pero algunos sonidos, algunas frecuencias, no las oigo y a otras, por el audífono, demasiado fuertes”. Hace mas de 50 años que su pareja es su pareja. Tiene familia, parientes directos en Rosario.
Hay personajes de la farándula que necesitan un desnudo, una traición, un llanto para trascender fugazmente. Es así la cosa. Carlos Balá solo ha vivido mansamente y no hay modo de olvidar lo suyo. En el jazz se dice que los músicos buscan toda la vida “su sonido”. Aldo Fabrizzi, acaso el mas importante maestro de actores italianos, sostenía la enseñanza griega: “ hay que tener una máscara y no traicionarla”.
La vida, toda nuestra vida es, al cabo, marchar de un sitio a otro sabiendo el destino final. Alivia esa marcha la presencia de puntos claros. De esos sitios en donde el alma, el cuerpo, las asentaderas y la respiración pueden hacer un alto sin temores. Sin cubrirse la espalda. Sin quedarse en vigilia porque el sueño puede traer el descuido y en el descuido la traición.
Carlitos Balá es un punto incandescente de ingenuidad infinita, poco menos que contagiosa. Como todos ha vivido lo suyo con altos y bajos, enojos y lágrimas. Quien no. Pero pruebe a encontrar una columna de enemigos, una bandera de odio que aparezca en sus shows. Como a todos le llegará el olvido. Mientras tanto hay gente en Rosario que recuerda aquel patio cercecero donde debutó y otros que todavía sonríen cuando aparece la pregunta: “ ¿qué gusto tiene la sal?” . Ese es el sonido y la máscara. Y el infinito, claro está.
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