Publicado en el Diario La Capital el 27 de Marzo.
En mi primerísima juventud el chango, el changuito era un niño. En determinadas zonas del pais al “pibe” , al “mocoso”, al niño se le decía así. Una voz de origen tribal, de antiguas culturas misturadas.
No había supermercados y ni siquiera ferias. O muy pocas. Había mercados únicos en el centro de la ciudad. A su alrededor crecían bares, almacenes y en los mercados carnicerías, verdulerías, productos regionales. Toda una cultura de la mugre, los olores y la vida alrededor de estas ferias. El resto se compraba en el almacén del barrio, la carnicería de acá a la vuelta y el pan allá, en la otra esquina. Poco mas que eso. Los amigos del amigo del encargado conseguían, en la quesería, la horma de queso mas barata y en la otra punta de la ciudad, si se compraba la caja con 12 paquetes de yerba mate, el costo era inferior; como la bolsa de papas en el mercado donde se concentraban frutas y verduras. Un viaje, una amistad, una travesía. Nada de eso era para cualquiera.
Un día un carrito para transportar la mercadería se convirtió en eso: “el changuito”. En lugar de un pibe ayudando (¿ le ayudo doña…?) el carrito, el changuito. Mas o menos coqueto, pero con ruedas para que no fuese tan pesado de arrastrar o cargar, que rodando las cosas parecen mas livianas. Toda una definición de las pesadas cargas que así, rodando, suelen llevarse mejor en la vida como en la feria.
Otro día cualquiera, porque de estas cosas no hay fecha de nacimiento ni monumento que la recuerde, aparecieron los supermercados. En ellos todo. Supuestamente mas barato y mas a mano. La economía de un viaje y una compra semanal… o mensual.
La discusión era la misma. Tener o no tener el dinero para las compras. El asunto tarjetas y días de descuento estaban lejos. Otro día, también sin fecha, una línea industrial cambió y las panaderías, en los supermercados, se convirtieron en una línea de montaje donde hay un largo horno por donde entra la harina y el agua, el amasijo, y del otro lado sale el pan tibio, con la base llena de puntitos que son, nada mas, la base de la cinta que lo transporta. Menos costo en personal. Tal vez lo explique brutalmente. Como brutalmente desaparecieron los puestos de maestro panadero,”maestro de pala” y ayudantes. El progreso es una simplificación, si lo mira desde ése punto de vista.
Otro día, también sin almanaque que lo resalte, los “códigos de barras” reemplazaron a los precios en la caja y una máquina (lectora del código de barras) aceleró el trabajo de las cajeras. Exponían el producto delante de las máquinas y sumaban y sumaban. La discusión seguía siendo la misma. Tener o no tener para las compras pero, ah… esas simbiosis que hace el dinero, los intereses y la suma de moneditas y moneditas por comisión de ventas… las tarjetas aparecieron en los supermercados. En el almacén de acá a la vuelta no. Aún no. En la granjita tampoco. Pero no se. La tarjeta codifica pero certifica la venta. No se.
En varias oportunidades los adelantos no se notaron, excepto para los profesionales. En qué lugar de los expositores se encuentran los productos. Mas arriba, mas abajo, mas al alcance de la mano y la visibilidad. Eso se paga. Y la otra gran ventaja. El código de barras se resuelve desde una caja central y aquello que costaba 100 pesos como la inflación es del 20% anual mañana costará 125, por las dudas unos puntitos mas. Es solo cuestión de acomodar el número en el cerebro central y “las barras” pasarán a leerse de otro modo. Listo.
Otro día, tan despreocupadamente alegre o lluvioso como cualquier otro, aparecieron los orientales y sus supermercados “chinos”, que no son chinos, pero hasta tienen una cámara que los agrupa. El principio es el de los supermercados “express”, indicando que hay entre 600 y 800 productos que siempre se compran y, por tanto, siempre se venden. Esos alcanzan para abrir un local.
Un buen día, que ya fue, ya sucedió, frente a las máquinas lectoras no hubo nadie y uno, solito su alma, desde ése día, debe exponer el código de barras y la suma aparece en un lector mas grande y mas alto, que da la cifra que arroja la cantidad de productos, el total de lo que se compró. Una tarjeta que lee por contacto da la cifra, la acreditación esta hecha y uno puede llevarse los productos a su casa. Ejem. Ejem. Volvamos al comienzo.
Después de las bolsas camiseta (por su diseño semejan a las camisetas sin manga) después de las bolsas papel madera, después de manguearle al chino los cajones usados el changuito ha vuelto. Durante un tiempo no lo dejaban entrar, por miedo al robo pero ahora, que las bolsas intoxican, se pagan aparte y no todos las proveen los changuitos han vuelto. Algunos oxidados o con las ruedas chuecas. Otros limpitos y relucientes. De una parte de la mirada dan envidia. De la otra un poquitín de tristeza. La envidia porque los hay de buena construcción, lindos fierros, lindas ruedas, espectacular bolsa de buena tela encerada, plastificada, etc. Son mas fáciles de transportar hasta el legítimo hogar (los amantes no salen con changuitos al súper en ningún caso) mas fáciles de llevar por algo sencillo de entender. Por los mismos 100 pesos cada vez menos cosas. Pero, afortunadamente, nadie culpa al changuito por la inflación. Por ahora.
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