En la ciudad de Rosario se pusieron a remodelar el edificio donde funciona el Concejo Deliberante. Este cuerpo legislativo, deliberativo, ha tenido varios nombres pero su eje es el mismo. Los temas de la ciudad. Los concejales que vota el rosarigasino. Su sitio de sesión, de encuentro, de disputas una esquina donde una casona se denomina Palacio Vasallo. Una ciudad plebeya tiene esas cosas. Construcciones donde la comodidad era decidida por arquitectos y diseñadores y donde la practicidad no era, ni de cerca, el eje. Todavía las palabras minimalista, práctico y cómodo no iban bien con la opulencia.
Puesto en ejecución el arreglo fue necesario desmontar parches sobre parches y esta es una nota de evocación, no de amoblamiento, diseño, edificación y compraventa de manivelas, yesería y herrajes. Tampoco de computación porque, al parecer, quedó una estructura siglo XIX en su pensamiento y siglo XXI en algunos de sus usos según actual decisión. Si se me permite, es una alegoría del país, que es un poco siglo XIX, otro poco Siglo XX y un poquitín Siglo XXI.
En el desmonte de maderas que habían sido repintadas de blanco (una herejía) y anaqueles que ni siquiera eran polvorientos, porque estaban cerrados, apareció un “libraco” que el google ayuda a definir rápìdamente (nombre masculino despectivo. Proviene de Libro (conjunto de hojas encuadernadas).
Como nada se tira, tampoco se transforma sino que se amontona, el voluminoso libro, en rigor casi de actas, al menos de listados, contenía la lista de películas que hace muchas décadas, eran autorizadas por el concejo para su exhibición comercial. Época de cines, de estrenos los jueves, de cines “de cruce”, porque después de las semanas de los cines de estreno (Clase AA) iban a los de clase AB (llamados de cruce porque se cruzaban pero no salían de cartel) para después terminar en los barrios y en los pueblos cercanos con aquellas viejas bolsas con las “latas” donde venían los rollos de celuloide.
Años sin televisión ni computadora, sólo con garrapiñada, caramelitos de miel y pastillas DRF, Volpi y algunas otras. Pocas golosinas y algunas imperecederas, que han sobrevivido a todos los gobiernos: el maní con chocolate es el ejemplo que pasó reinos, tiranías y democracias. Es un ejemplo de supervivencia. Deberíamos aprender.
En el “libraco” las listas de películas y la calificación. Al parecer con argumentaciones (concejales argumentando el si o el no de un filme). Era años del código Hays (el reverendísimo libidinoso era Will H. Hays) y yankilandia medía la extensión del beso que, como se supone no era “humedo”, apenas roce de los labios o labios apretados con fuerza por pocos segundos.
En ése libraco, que debería ser rescatado y puesto como lo que es, un fenomenal documento de la época, el listado de películas interesa a los cinéfilos e historiadores porque seamos claros: la sociedad del 1950 (años mas, años menos) se definía entre otras cosas por el espectáculo. Los hechos culturales, señores, definen a los pueblos. Tambien definen quienes debían calificar esos espectáculos. Que películas llegaron o no se pudieron ver en Rosario en aquellos años. Qué habré sucedido con “Un verano con Mónica”, “Roma ciudad abierta”, los mismísimos “Ladrones de bicicletas”. “Puerta de lilas”.
Pensándolo bien el cine de yankilandia, el que llegaba, estaba todo okey. Humprey Bogart podía matar impunemente pero no podía besar profunda y apasionadamente a la chica, así la chica fuese Ingrid Bergman (Casablanca es de la dècada del ’40)
Cómo le habrá ido a la primera Isabel Sarli. Y qué será de la vida de aquellos concejales que estaban cumpliendo su deber.
Pensándolo mas que bien no deberíamos permitir que desaparezca ése libro. Es el “Necronomicón” de la sociedad rosarina. Lovecraft le asigna al libro, que así denomina, la signatura: dueño de tantísimos secretos y revelador de infinitos instantes del ayer y el porvenir. Ese “libraco” del Concejo ha sido eso. Habría que fabricar un Hábeas Corpus contra la distracción intencionada. Encontrar un juez que lo firme. Y reírnos, ya que nada se puede hacer contra aquel momento del concejo y su absurda excrecencia, una facciosa organización que duró mas e hizo mas daño: la liga de la decencia. Pero eso es otra historia.
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