Google+ Raúl Acosta: Estampilla #AntesQueMeOlvide

domingo, 22 de abril de 2018

Estampilla #AntesQueMeOlvide

Publicado en el diario La Capital el 22 de Abril 


Vengo de un país, Argentina, donde se ahorraba comprando estampillas del Estado Nacional. Ahora vivo en otro que está en el mismo  terrritorio pero es diferente.
Voy a contar esta historia cercana a mi vida, como ya lo hice varias veces, porque pocas cosas definen tanto al país aquel (y a este)como este pasaje de tránsito absurdo que vivimos todos los que estábamos entonces en este valle y que, ay, ay, todavía  estamos. Perdurar vuelve incomprensible el pasado y difuso el porvenir en Argentina.
Conocí a Rolando en 1960. El nació en el ’43. Cuando nació su abuela, que tenía dinero, le abrió una Caja Nacional de Ahorro Postal a su nombre y le puso 5.000 pesos de aquel año. Una pequeña dote para que, cuando alcanzase la mayoría de edad, si ella no estaba, tuviese la oportunidad de empezar su vida adulta con una pequeña espalda. A los 18 años se era y se es adulto en Argentina. En eso estamos iguales ayer y hoy, los dos países. Estampilla por estampilla, durante 18 años descuidados, la cuenta llegó a 7.500 pesos entre los mínimos intereses anuales y la suma de otras estampillas ( no era muy ahorrativo Rolando)
En el 1961 Rolando cumplió sus 18 años y decidió usar aquello que le había regalado su abuela. Una dote que, en el 1943, compraba una casita suburbana o, mejor, compraba un buen autito y un viaje en barco a Suiza, a conocer a sus parientes maternos.
Con el dinero en la mano fue hasta su sastre de confianza ( en los pueblos los sastres eran de confianza, vivían en el pueblo, los sábados repasaban la ropa de los novios, planchaban nuevamente el pantalón, acomodaban un ruedo). Los sastres en los pueblos son parte de los jurados para la vestimenta  del novio, los padrinos y los testigos, porque un casamiento se prepara con tiempo, excepto un casamiento de apuro, que es otra historia y el sastre tiene catálogos, muestrarios de tela y, en esos catálogos,  está la ropa del padrino para la boda de setiembre y los primeros pantalones largos del hijo de Lorenzo, el panadero. Se ganaban los pantalones largos, no venían con la condición de nadie. Debían ganarse el sello de adultez los pibes aquellos. Yo uno de tantos.
Rolando conocía a  Lázaro, que se había quedado con la sastrería del pueblo porque Lorenzo, otro Lorenzo, ya estaba cansado. Eligió un azul oscuro, con una leve rayita celeste cada tanto (vertical, claro está) se lo midió varias veces y decidió que sería un traje en serio y encargó el chaleco. Buena entretela, botones de primera, todo cocido y repasado Rolando, te va a durar toda la vida… Tela de “entretiempo”, para usar invierno y verano, porque un traje no se encarga todos los días. Já.
Con los 7.500 pesos que compraban tantas cosas en el 1943 se podía pagar, contado, un traje de tres piezas, bien cocido, que debía durar toda la vida… Era el 1961y estábamos yéndonos de aquel país y entrando en otro. Desaparecían las monedas de cobre, las del centavo o los dos centavos. La Fragata (el billete de mil pesos que parece que ha vuelto, pero otro) que se llamaba así porque lo ilustraba la nave escuela, la Fragata Sarmiento (vieja y gloriosa fragataaaa… decía una canción que se quedó en aquel país)  El billete verde de 50. Todo se estaba yendo, incluída la seguridad laboral.
Poco a poco esas libretas donde pegábamos las estampillas, que se compraban con plata en mano,  dejaron de tener sentido. La velocidad con la que el dinero se reformulaba y servía para menos cosas era mucho mayor que la del tiempo que se tardaba en juntar, moneda tras moneda, la cantidad necesaria para comprar una estampilla que ya pocos vendían porque no tenía sentido ya que no dejaba ganancia su venta. Busque con atención en el fondo de la cómoda o el desván, acaso encuentre una libreta con “la peladilla” (una nena con el pelo recogido) y una alcancía inmensa entre sus rodillas.
Encontrarla me ayudará a la definición de aquel país y de este. Desde entonces, dicen los economistas, aún los economistas de televisión que juegan al malo y al bueno, que la inflación sigue y sigue. Busquemos una estampilla de aquellas, la de un peso… debe estar por ahí. Habría que encontrarla. Delante deberíamos ponerle (me dicen sin exagerar) delante deberíamos ponerle 16 números ceros. Mas claro. Cero, coma… y 16 ceros antes del número uno, de un peso.
No quisiera discutir con economistas porque no se, ni puedo asi supiera o supiese. No quiero que me den vueltas una historia que es sencilla. Teníamos un país donde una abuela decidía dejarle a un nieto una mínima dote para una casita suburbana. De 5.000 pesos de aquellos de la década del ’40. Puestos en estampillas del estado para que mantengan su valor pase lo que pase. A los 18 años esa casita, en la década del ’60, era un traje. Y sobre este siglo, donde aún estamos, aquellos que vimos esa vida,  el cálculo no existe porque esas estampillas, eso es muy claro, pertenecen a otro país que ya no está. Es mas, que nunca, nunca volverá. Sol Do.

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