Es difícil, siendo un antiguo, explicar en el Siglo XXI el tema Malvinas, el asunto Malvinas. La cuestión Malvinas. Eso, que es difícil para los que tenemos mas años en estos pagos, supongo que sería un imposible para los recién llegados. El mismísimo modo con el que miran para otro lado cuando aparece el tema permite la intuición: no saben mucho y les importa poco. Está claro que no les interesa explicarlo. No es una mala acción. Negarse a explicar lo que no se sabe es algo digno.
Malvinas fue, durante muchos años, una frase en el cuaderno:”Las Malvinas son argentinas”. La recuerdo escrita en el mismo sitio que otra: “1950, año del sesquicentenario del general José de San Martín”. Las frases, los eslogan son parte del adoctrinamiento. La vieja es sagrada, los hombres no lloran, mentir es de cobardes, penal y gol es gol, siempre que llovió … paró.
Alguna razón de lecturas distraídas unificaba el Peñón de Gibraltar y Malvinas como dos territorios usurpados por los ingleses. No son lo mismo, ahora se sabe.
En la épica de entrecasa conozco gente que estrelló su avión en Malvinas y cuando Héctor Ricardo García, tal vez el último gran inventor periodístico, comenzó su campaña reclutando gente para invadir Malvinas era soberbio, locamente soberbio el escenario, la mesita de bar puesta en la puerta de Crónica (Azopardo y Garay, zona de El Bajo, Buenos Aires, en la mismísima puerta del diario) y la larga cola. Venían con el documento y una sóla pregunta: ¿ tenemos que traer el revólver o el fusil o lo ponen ustedes…? Ya cuando Ringo Bonavena fue nombrado sargento el asunto se volvió medio cocoliche y cuando el General Otero, el General bostero, fue nombrado General de Malvinas el asunto era risueño pero hasta ahí. Una mañana el diario apareció en la calle con la tapa en blanco y un solo aviso clasificado en la mitad de la tapa (en blanco) “Compro avión de guerra en buen estado, dirigirse a Azopardo y Garay, Buenos Aires” . Parecía demasiado. Los milicos nunca tuvieron buen humor. Intervinieron el diario. Burzaco se llamó el interventor, siempre de saco azul, pantalón gris, camisa celeste, corbata roja, zapatos negros acordonados. Un impecable burócrata de la noticia. Por un tiempo dejamos de llamarnos Crónica. La otra vez que el diario tuvo problemas fue cuando, para una exposición rural y remate, en la tapa salió el precio del toro Gran Campeón, con la cucarda y el peoncito que lo paseaba y en el epígrafe los dos costos, el del toro y el jornal mensual del peoncito. Lo dicho. Nunca tuvieron buen humor. Ni humanidad, que va de la mano del humor.
Hacíamos turnos en esa mesa de leva de soldados espontáneos, enamorados de algo, no-se-de-que. Si era de la guerra estábamos locos. No lo se. Cada inscripción una confesión. Mucha gente de diversos pueblos, pocos porteños entre los que querían combatir. Marechal decía: “la patria es un dolor que se lleva en el costado” . Si. Okey. No todos los habitantes. No los de algunos lados. Ninguno de algunos barrios.
Me quedé con el pasaporte en la mano y la valija con los carteles que pegaríamos en Londres y que decían lo obvio:”Las Malvinas son Argentinas”. Já. Preso en Londres. Parecía una aventura. No fue. Menos mal.
Un día un general dipsómano, que anduvo por Rosario, siguió con la borrachera y acompañado de los otros generales, mas locos y asesinos que él declaró la guerra. Invadimos. Para allá iba mi corazón con la frase en el cuaderno:”Las Malvinas son Argentinas”. Para acá la claridad conceptual: un General borracho y una plana mayor de un ejército de asesinos mandando a la Argentina al matadero. En el medio aquello que era una jodita del “gallego” García. “Invadamos Malvinas desde Azopardo y Garay”. Aclaremos, “el gallego” ya había estrellado un avión privado en Malvinas. Otra historia de otro costado turbulento de nosotros mismos
Buena parte de los soldados de pueblos lejanos, con escasos parientes en los barrios centrales de Buenos Aires. Y la frase que acepté y aún acepto:”Las Malvinas son Argentinas”.
Para terminar de meternos en la locura “el flaco” no renuncia y acepta ir con el Seleccionado a jugar un Mundial en el 1982. Le rompen el tobillo al diego, perdemos. Pero ya habíamos perdido. Jugar un Mundial de Fair Play en mitad de una guerra no era cuerdo. No lo fue. No lo puede ser. Menos cuerdo ahora, a la distancia.
Aceptémoslo, fuimos un país enloquecido y pocas cosas superan ése grado de infamia colectiva al que Galtieri llevó al país. Sobre eso los muertos que no terminan de ser héroes pese a que lo fueron, lo son y lo serán. Galtieri no estuvo solo. Está bien que sigan odiándolo. Así somos. Los muertos aún necesitan un abrazo colectivo que algunos se empeñan en quitarles. Eso debemos. Un abrazo, loco. Uno.
Desde 1982 al 2.000 el tiempo para que los nacidos en ése año se hiciesen mayores de edad y votasen. No se les puede pedir que expliquen lo inexplicable. Seguirán volteando la cara de costado. Heredaron el despelote y chau.
Por mi parte me refugio en Leopoldo Marechal. “Malvinas es un dolor que se lleva en el costado”. Decían los viejos médicos clínicos que en el hipocondrio derecho nunca hay nada. Solo hipocondría. También Malvinas.
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