Google+ Raúl Acosta: Películas #AntesQueMeOlvide

jueves, 12 de abril de 2018

Películas #AntesQueMeOlvide


Publicado en el diario La Capital el 12 de Abril 


Las películas son como los equipos de fútbol. A uno le gusta un nueve goleador, pero juegan 11. Quiero decir, no es un genio, es un equipo ayudando a alguien, que debemos admitirlo, puede ser genial. 
Hay otra semejanza que no todos quieren reconocer. En el cine pagamos la entrada nos sentamos y nos emocionan, lloramos, reímos, aceptamos que por dos horas (promedio, no sea purista al cuete) alguien se disfrace de otra cosa y lo dicho: aceptemos la convención, la farsa. En el fútbol, que es un negocio formidable, no queremos, en muchos casos, aceptar esa convención. Juegan, hay reglas, pero no es la vida. Como en el cine cuando se enamoran y traicionan pero es cine, no es la vida. 
El cine ha sufrido una deformación al “mundializarnos” con las cadenas y su negocio… en cadena. A veces te regalan la entrada y es comprensible. Compran el maíz pisingallo o maíz pororó por toneladas o quintales y lo venden por puñaditos. Un puñadito vale tanto como un quintal. Se comprende que te regalen la entrada. En el fútbol las camisetas tienden a parecerse porque son hilanderías mundiales de marcas mundiales. Cuando estrenan camiseta no es eso, es la cantidad de camisetas que venden. Negocio lícito. Negocio. 
Los que prometen que el partido será espectacular (ja, la palabra exacta) no son diferentes a los que promocionan una película que será de las mejores y será premiada. Ni el partido fue bueno ni la película memorable, pero eso es  posterior y nadie quiere arruinar el negocio advirtiendo que Flandria versus Cambaceres no será un partido espectacular y que la película de la saga de los drones violadores un fiasco. Negocios son negocios. 
Lo que se ha ganado en espectacularidad, universalización y propaganda se ha perdido en sentimiento. Cuando algo tiende a universal se aleja de lo particular, puede tener rasgos comunes, como el grito de gol, pero no tiene la categorización individual de los sentimientos. Se buscan puntos comunes, no imperfecciones y personalizaciones.  No es para todos  “la bota ‘e potro” ni el chocolate espeso. Una ajusta demasiado, el otro llena la panza demasiado rápido y si abusas te enfermás.
Pertenezco a una generación que esperaba las películas y el partido clásico y custodiaba la vida de los jugadores como si fuesen parientes y la biografía de actores y directores como si estuviesen por venir a comer el domingo.  Escribiendo estos textos advierto que uno busca aquello que recuerda con mas vida, mas vívidamente y creo que es el llanto y el desasosiego en el cine lo que mas recuerdo. 
Lloré con Juana de Arco y ese pelo corto de Ingrid. No puedo recordar sin emoción, durísima emoción, ése gesto de Mastroianni envolviendo un sánguche olvidado luego de la asamblea de obreros y que él, militante del partido comunista, muerto de hambre, iba a comer. Llega desesperado el dueño y “marchelo” lo envuelve y se lo da. La vida de Rocco y sus hermanos en una ciudad industrial que toma a los pobres como mercancía y el, Rocco, ve que el amor de su vida es violada ( se enamora de una prostituta, cuidado) y que sólo el boxeo traerá unos pesos es una pintura del paso final a la desesperación del siglo XX. La película con trozos de la vida de Mercedes Sosa es, sin dudas, para los que viven de la crítica, una película menor pero cada uno de esos momentos donde estaba y estuvimos aún conmueve. La conmoción, el llanto no tiene explicaciones en la cantidad de fotitos en secuencia. Ni se recuerdan de ése modo. Una cámara para que Enrique Muiño recitase está guardada en mi. El mono de Stanley Kubrik acaso sea la metáfora que elegiría para explicar, con imágenes de otros, lo que pienso del mundo.
La impotencia del amor es esa escena en que Anouk Aimée acepta el abrazo de otro mientras Mastroianni (el mismo pero diferente) la llama por un intercomunicador de canaletas en el mismo edificio pero en otro lugar. 
Si tuviese que definir que somos diría que ése cochecito de bebé de un inventor en serio, de Eisenstein, bajando por las escaleras interminables mientras el mundo explota en pólvora define y la liviandad de nuestras vidas.
Tan cerca estamos de la mentira del cine puesta como la adhesión al amor, a la tristeza, a los sentimientos populares tan difíciles de definir como de juzgar, que seguimos enamorados del gol de Diego Maradona a los ingleses con la mano. Una escena de película para que ganen los buenos, que seríamos nosotros, que fuimos nosotros. Ni Fellini, ni De Sica, ni Eisenstein ni Orson Welles la hubiesen imaginado.
Con las películas aprendí que la vida imita al arte y los que analizan cine no analizan la vida ni debe pedírseles respuestas de lo cotidiano porque deben convivir con la farsa y sostenerla. También que Maradona les arruinó la vida. Ni montaje, ni guión, ni libreto, ni casting. Una mano, un gol, una historia universal. La mejor escena de cine que vi en mi vida no es de cine. Y la recuerdan todos.

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