Aún suele vérseleas en los escritorios y algunos gerentes la entregan: "sírvase mi tarjeta por si quiere llamarme"...
En la tarjeta el certificado de defunción de la misma: el número de teléfono para los wat sap y el del correo electrónico.
Las tarjetas de cartón, aquellas que retratara Raúl González Tuñón (..."porque nunca fui invitado con tarjeta de cartón...") hablan de las invitaciones a las fiestas. Esas aún existen, tienen diseños diferentes, estrafalarios, divertidos o sólidos e inútiles como una propaganda de la fiesta de cumpleaños de Caín. En algunos casos suponen mas valiosa la invitación que la fiesta en si, dándole la razón al poeta: te tienen que invitar a la fiesta. Ya en el sitio y la hora una bella niña (o dos) custodiada por un joven serio, porta en su mano una lista donde es necesario estar y esta lista es mas importante que la tarjeta de cartón que suele olvidarse en la cartera de la dama, el bolsillo del caballero o en la mesa antes de salir.
Los padres, a veces las tías, siempre con sacrificio, hacían las primeras tarjetas de la CPN, el médico o el abogado. Con los ingenieros no tanto. Me figuro, aunque alguna madre de ingeniero podrá decir que ella también, con muchos sacrificios, hizo las primeras 100 tarjetas con el nombre y el rango: Doctor. Contador Público Nacional. Abogado ( Doctor en leyes es otra cosa).
Se elegían de diferentes cartones y tenían un tamaño estándar para poder guardarlas, los receptores, en las ranuras de la billetera, preparada a tal efecto. Hasta la billetera ha cambiado.
Hubo y hay, aún hay, preciosuras y excesos. La tinta en relieve, el papel reciclado, el color manila, el hilarante que las hacía redondas (así te acordás que la recibiste... que yo personalmente te la di) pero como indica el Martín Fierro hablando de los tientos, que siempre se cortan, las tarjetas poco a poco, un trecho cada día, se pierden. Lo gracioso es que después se busca la que verdaderamente hace falta y se encuentran cincuenta que de nada sirven en ese momento. Es la ley del escritorio y los papeles acumulados.
Ignoro la razón, pero todos, cuando entregan la tarjeta, la cruzan por detrás con un trazo firme y transversal, supongo que para que no le agreguen textos raros, comprometedores, seguramente mentirosos pero en sustancia seamos justos: se entrega la tarjeta y un plus de desconfianza.
Hay toda una simbología en los diálogos con la tarjeta. Dos son clarísimos:..." le dejo mi tarjeta". "Mire, ahora no lo puede atender, pero me dijo que le deje su tarjeta, que él lo va a llamar". El primero es me voy y andá que te cure Lola. El segundo es tomátelas que no me hacés falta y no te voy a llamar pero, para que no andés hablando al cuete, te despido con elegancia...
Es cierto que el uso del telefonito como agenda (que hizo disminuir la venta de agendas anuales a límites de llanto) y del "visto" del wat sap como el mas moderno signo de desprecio, han cambiado las comunicaciones. También es cierto que no hay funcionario que se precie que no tenga sus tarjetas a mano. Una especie de vicio oculto, controlable pero permanente.
Distinto es el recetario del médico usado como agenda y tarjeta. "Ahí está mi teléfono, tómelas tres veces por día como le indico, cualquier cosa me llama..." Es un talonario de recetas multiuso.
Distinta es la tarjeta que acompaña el botellón de vino. Abrochada con una grampa a la bolsa que la contiene impide que, por aquello del desgarro al quitarla, se ignore quien la mandó. Son tarjetas imperativas. Tomate el vino, pero acordate que te lo regalé yo.
Después está la tarjeta pase libre. "Mire, le doy mi tarjeta, venga el miércoles y al de la puerta se la muestra y le dice que yo se la di... lo van a dejar pasar, después llega a este piso, se anuncia con mi secretaria y yo lo voy a atender..." Parece una tarjeta, es todo un mapa, una credencial una orden y un compromiso, Un GPS (Global Position System) mínimo y acotado.
En las cenas diplomáticas, que aún se realizan hay que entregar tarjetas. Sólo los muy amigos, necesitados, apasionados y prácticos usan su telefonito para anotar porque en las cenas diplomáticas usar el telefonito también es casi, casi de espías y los espías ayer, hoy y siempre están mal vistos. Contaminan. En las cenas diplomáticas las tarjetas eliminan traductores y son una señal: quiere verme, me dio la tarjeta.
Un viejo amigo, Jorge Del Luján tenía dos métodos de conquista. Uno solo en dos fases. "Te doy mi tarjeta, no es por amor, pero no es por otra cosa que por la posibilidad del amor...porque vivo intentando enamorarme". Si después existía el llamado estaba el regalo: "Gracias por el Fuego" de Mario Bendetti y una caja con una jaulita y dentro un pájaro, de esos que venden en las ferias artesanales. El mas pequeño. Y nuevamente la tarjeta, que decía, escrita a mano: "Esta vez si, ahora si..." Jorge, recordándolo inspira fuerte y me dice: "No fallaba nunca, negro, creeme"...
El tiempo del verbo habla de lejanías. Nadie se enamora, hoy, con una tarjeta. Supongo. Mucho menos con un pajarito rojo de papel macché en una jaula de maderitas. Pero.. quien sabe...
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