La especulación financiera, el “corredor de Bolsa” es un oficio, también un problema, seguramente fabrica muchas leyendas.
Stavisky, el que menciona Discépolo (“mezclao con Stavisky…”) que algunos cantantes poco instruidos simplifican diciendo “mezclao con Stravinsky”… pone el asunto en un punto de no retorno porque la letra, que menciona a un fenomenal y famoso estafador con leyenda en Francia, reciclado como el compositor le quita juego a las comparaciones Discepolianas. Stavisky trabajaba sobre la inocencia y la especulación financiera, como extensión del pacto que significa el uso del dinero, que no es otra cosa que estirar la confianza a un punto de no retorno. Stavisky, para volver al eje, es un extremo delictual de un juego que es, en sustancia, pensar cómo será mañana; comprar barato hoy y salir a vender sombrillas, paraguas, bronceador y chocolate caliente. Algo. El asunto es la venta de bufandas en un día cálido y soleado.
Para mi vida una sola muestra fue suficiente. Sobre febrero de 1976 volvíamos de la temporada de espectáculos en Mar del Plata y se venía ese marzo tan especial de Argentina. “El tuerto” Rodríguez era el fotógrafo. No era mal fotógrafo, era “fabulador”. Todas las minas le daban bola, quiero decir, el decía que las podía conquistar a todas y su vida era un barco cargado de hazañas, como dice la letra del tango. Era amable y buen compañero, pero fabulador. Disfruté siempre de esos cuentos, porque allí está el asunto: tomados como cuentos eran buenos cuentos.
Nos citamos en los primeros días de marzo en el Hamburgo, al costado de la 9 de Julio, entre Tucumán y Lavalle. Repaso de boletas, viáticos, mentir parejo con los contadores de la empresa periodística y lo dicho: afecto.
El “tuerto” Rodríguez no era tuerto, tenía anteojos de aumento que se sacaba para las fotos y el ojo de la izquierda tenía el párpado levemente caído y encallecido, de apoyar la cámara. Era buen fotógrafo y no era tuerto.
Después de las cuentas, como venían las vacaciones por los tantos días trabajados a destajo en el verano le dije que, con los dineros de tres quincenas, un par de proporcionales de aguinaldo que no había retirado, y las extras por el trabajo de libretista de un animador, mas el móvil de un programa de verano, iba a comprar dólares. El me dijo cubitos, voy a comprar cubitos de sopa. Se hacía tarde, se venía uno de sus cuentos, le dije hacés bien y nos fuimos.
Tal vez me equivoque en algún número, pero el dólar subía día tras día y sobre el 15 de marzo. en el mercado negro del diario Crónica, al que traía y llevaba le compré todo en dólares, menos los dineros para la diaria. Iba de 27 a 28, a 30, finalmente 36 o 37 pesos sobre el 22 o por ahí, el último día hábil. Mi compra había sido a 29.
Los acontecimientos familiares, muy gratos, ocuparon las horas de jornadas muy ingratas para el país. El día del golpe yo estaba muy en otra cosa y, además, estaba de vacaciones.
Sobre el 29 de marzo apareció uno de los verdaderos desastrólogos de Argentina. Uno que pensó un país para 9 millones de habitantes y ya sumábamos mas de 30. Martínez de Hoz. José Alfredo, el hijo de doña Dulce Liberal de Martínez de Hoz. En sus campos está la tumba de Congreve y si, por casualidad, nadie sabe quien es ese padrillo los remito nuevamente al tango:” con los hijos de Congreve … vuelvo a rejuvenecer”… Con Martínez de Hoz tengo una cuenta personal, pese a la tumba del padrillo de los amores de los que queremos los caballos… y las carreras de caballos.
Sobre primeros de abril una tablita puso el dólar en menos de 24 pesos y no era dinero que yo pudiese guardar
Aquello que compré en 29/30 tuve que cambiarlos, en el mismo sitio, el que llevaba y traía en Crónica y Asi por 23,50.
En uno de esos días llama “el tuerto”. Ternemos que festejar lo tuyo, juntémonos mañana en el Hamburgo, vamos temprano, yo me tengo que rajar a Tucumán. Allá fui.
Abril, ése abril, estaba todo destemplado. El país. La ciudad de Buenos Aires. Los laburos. Amigos que se iban, muchos enojados. Días raros. Empezábamos a portar documentos en la billetera. En mi caso y por mi cara, siempre sospechosa, ya era costumbre.
Llegué al Hamburgo y ya estaba, en una mesa del costado. El mediodía del Hamburgo era particular. Sol en las mesas de adelante, penumbra en las de atrás. El ruido de la calle venía y la música ambiental era mínima. Pedimos y me dijo: antes que digás nada, no te hagás el loco, pago yo…. Pidió una botellita chiquita de champán, yo ya estaba empecinado en la soda. Muchos café, muchos cigarrillos negros pero nada de alcohol. Se podía fumar mientras se comía.
Café doble cortado y el tercer cigarrillo negro y me dijo estoy festejando. Qué cosa, tuve que preguntar. Yo te avisé, me dijo. Que cosa, tuve que preguntar. Que compraba cubitos, me dijo. Quedé silencioso. Siguió. Como te dije, mi cuñado tiene un almacén grande, le pedí consejo y compre cubitos. Toda la plata del verano en cubitos. En cubitos de sopa. Dos habitaciones llenas de cubitos. La bruja me puteaba. Ayer vendí el stock a mi cuñado y otro súper de Lomas. Todo contado. Tripliqué la plata. Pago yo. Como todas las cosas, la moraleja existe. No toda la ganancia está en los dólares pero… para comprar cubitos hay que saber ser financista.
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