Las propaladoras, asì se llamaban, con los parlantes colocados convenientemente en lo alto de los árboles, de firmes postes de la luz y de algún molino buscador de agua cercano al centrio del pueblo, con vista a la calle, liberaban, todfas las tardes, la música y las publicidades después de la siesta y antes de la noche.
Los parlantes pasaban allí verano e invierno y en una casilla, en alguna casa generosa, el técnico, lector, locutor, vendedor de avisos hacía lo suyo. Lo suyo era practicar, soñar con las radioemisoras de verdad y dejar para la noche el camión parlante que lo llevaba a recordar el baile, la comisión de fomento, la pollada y el bingo (lotería de cartones) de ése sábado. El camión llegaba mas lejos. La propaladora era la nave madre.
En invierno menos horas, en verano mas tiempo. Sonaban esos parlantes a lo largo de la calle principal del pueblo. En barrios rosarigasinos, como en algunas galerías, el mismo sistema de cableado traía la “musica funcional” que acompañaba el parloteo, el chas chas de las pisadas y los ruidos propios de los transeuntes. Ignoiro porque la denominaban música funcional, se que había técnicos que patrullaban el estado del cablerío y mantenian esos mínimos parlantes en un nivel que permitía escuchar y no impedía la charla dentro de los comercios. La vida, la velocidad, diferentes técnicas de comunicación se los llevaron.
En la estaciones donde llegan y se van los transportes perduran, avisando la salida de los trenes (en Rosario ya no, hace tiempo que no) de los colectivos y de los aviones. No se oyen bien, tienen toses y vibraciones esos parlantes pero aún puede oírselos. En estaciones de ciudades de mediano porte aún sirven para una tanda publicitaria y consejos útiles. Conozco mas de un profesional que comenzó su carrera de locutor / locutora y animador/ animadora en esas cabinas donde, con vos sugerente, vendían el alfajor, explicaban la salida del colectivo a Beravebú y avisaban que mañana, día de fiesta, circularían menos frecuencias hacia una población pero había omnibus especiales hacia el picnic de la primavera.
Esas voces, dormidas por las noches, daban cuenta de las 24 horas que vive una estación, pequeños pueblos ( la de Rosario sirve para que mas de 15.000 personas circulen diariamente) practicamente ciudades donde todos estamos de paso, menos los que venden golosinas, cuidan los insoportables baños y le ponen el número a la valija para el viaje largo. Daban cuenta antes, porque ahora es una grabación la que recuerda cosas y unos paneles colocados de modo estratégico los que indican el tiempo hasta que llegue o parta el colectivo con la nolvia, la tía o el hermanito. Los paneles tienen publicidad. El negocio no se mancha.
Una estación es, al cabo, un sitio donde todos tenemos un punto en común: el viaje. Y los anuncios el servicio que también es común, justo y necesario. A que hora llegarán, en qué momento partiré.
No sería justo si no citase dos elementos de esas músicas, tan metidas en las entrañas de la ciudad. Las compañías distribuidoras de discos (ahora un negocio mundial donde estas cosas, muy menores en número, no son tenidas en cuenta) Este sistema comun a muchas machacaba y machacaba con las mismas canciones. Meses enteros con Leo Dan o el changuito cañero.
El otro especial. Copiando a la “National Basquet Asociation” la NBA yanqui donde, cuando avanza el equipo local, los parlantes del estadio ponen mini marchas guerreras identificadas (con el equipo local, claro está). Un muchacho enamoradizo, que ahora transita por varias ciudades con un producto comunicacional importante, lo sugirió para un equipo de fútbol. No es lo mismo. No fue tomado a bien por propios y extraños. Que una tribuna necesitase parlantes para alentar no fue una buena idea, no en estos pagos, lejanos de San Antonio, Chicago y Utah, para dar tres franquicias de NBA, pero se usa en todas. Callar su nombre es pura benevolencia.
Recordar aquellas propaladoras, verdaderas radios populares donde los hits del semestre (eran semestrales las promociones) se mezclaban con las ofertas del baratillo de don Marcelo o Don Pablito… y familia es una necesidad. Aún existen en las playas, de este y del otro lado del río. Pero con aquellas, mas allá del canal, no conviene meterse. Juridiscionalmente son entrerrianas. Aunque suene el mismo reguetón asesinando el buen gusto. Sirven para confirmar: el parlante no muere, no facilmente, querida plaga, contaminación sonora que viene del siglo XX y amenaza continuar. En las canchas de fútbol no… aunque extraño una:” infoma buat Marina”… Corrector, si, ya sabemos, se escribe boite, pero en la cancha las cosas son de un solo modo. Informaba “buat Marina”…. Antes. La igualdad de género acomodó para el bien varias cosas. No hay mas Boites en Rosario. Ni una.
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