Antes los clásicos deportivos se vivían en las dos hinchadas. En la misma cancha y en el mismo momento.
Recuerdo mi llanto cuando subimos a primera. En la tribuna oficial. No lloraba solo.
Los partidos con Unión (mi corazón es negro, es raza, es sabalero) siempre fueron una tradición y, en muchos casos, una tarde de fastidio y amargura. Perder es costoso. Perder y sonreir trae dificultades en los músculos de la cara y fastidios en el esternón y en las tripas. Eso de tener un buen perder es filosofía barata y duradera. Todos, en Argentina, nos estamos acostumbrando a perder y estamos cerca de entender a Mario Benedetti que, referido a su Uruguay insistía:”paisito”. Lo decía con afecto. Nosotros a veces ni eso.
Ya vivíamos en Rosagasario los dos. Mario y yo. Se jugaba en la cancha de Unión y existía, por poco pero existía la autopista Rosario Santa Fe.
Mario era, ya se nos fue, era hincha de Unión y se sabía equipos de memoria; si bien sigo siendo hincha de Colón y se menos equipos tengo la misma ferocidad y solo la disimulábamos por habernos criado juntos. Antes era así. Era tu rival como este, como Mario, por muchísimos años, pero la vida cercana ponía mas lejos el odio que la pasión encierra porque ya se sabe, los componentes son dos: amor y odio. La pasión no entiende de amnistías.
Ese domingo habíamos encargado las entradas y la platea oficial lo aguardaba y a mi hijo y a mi la tribuna visitante. Todo pactado. Donde dejábamos el auto y de que modo nos encontrábamos. Un partido a las 3 de la tarde de un domingo daba tiempo para todo. Incluídos los alfajores.
Mario había aprendido a manejar hacía poco. El que aprende de grande tiene reflejos diferentes. El auto era un Ami 8 usado, amarillito. Plástico y la practicidad de Citroen. Aunque no tanto, el verdaderamente práctico siempre fue el Citroen 2CV. Un auto a la medida de la paz de los caminos. La radio no andaba pero Mario llevaba una portátil para la cancha. En aquellos años a la cancha se entraba con radios, termos, gorro, bandera y vincha y nadie decía nada.
Llevar al hijo no era otra cosa que un esfuerzo ( en mi caso absolutamente vano) para que se entusiasmase con los colores de la camiseta de mi vida. La distancia es un enemigo implacable de la pasión y así fue. Los años en Buenos Aires ya lo habían hecho de Ríver. Le envidio la capacidad de transmisión, sus hijos son de Ríver. La raza sabalera se extinguirá conmigo.
Mario fumaba Jockey Club y yo Parisienne. El hijo nada, pero en ése viaje debe haber fumado mas de 4 cigarrillos de cada uno de nosotros. Una parada técnica en el último sitio para cargar nafta y Mario que dice que oye un ruidito. Tenía razón. Mas allá de 5 kilómetros, según los mojones en la ruta, el Ami 8 decidió descansar. Los autos en la autopista se sienten con derecho a la velocidad y eso pasaba. El apurado no tiene solidaridad sino premura y eso también pasaba. No eran años de celulares. Casi una hora después los tres, por turnos, habíamos ido al mingitorio campestre de espaldas a la ruta y escondiendo la vergüenza, superada por la necesidad. El Termo lleno de agua se había vaciado y el hijo exigía al menos una gaseosa mas.
La solidaridad de una chata llena de muchachos que volvían de otro partido, mas barrial, cerca de Sauce Viejo, trajo el remolque. Una cinta, un contacto, un cablerío, la electricidad. El asunto se podía componer y se compuso antes que la obligación del retorno nos llevase a un colectivo de línea. Atardecía a orillas del Paraná, en esa zona el Corondá.
Allá quedaron las entradas, el palco, la popular, el gorro bandera y vincha. Abrazados a la radio en mitad del campo, escuchando con el enemigo un partido que, a la mejor usanza, terminó empatado trajo una vez mas la enseñanza. Ni tan amigos como para olvidar pasiones ni tan enemigos como para olvidar afectos. A veces pienso que en mitad de la ruta, caminito de ida hacia algún lugar donde se hace difícil llegar, los que pensamos diferente podemos escuchar con la misma ilusión. Pasión había. Hay. Y ganas de ganar mas que antes. Muchas mas ganas que antes. Pero llegada la tardecita uno la piensa. Al menos el empate. En el clásico como en el país. Algunas veces es muy parecido. La vida imita al arte. Y el fútbol es eso.
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