Google+ Raúl Acosta: Viajeros #AntesQueMeOlvide

lunes, 18 de junio de 2018

Viajeros #AntesQueMeOlvide

Publicado en el diario La Capital el 17 de Junio


Qué lindo era viajar y cómo esperábamos el viaje. Un día, dos días en Coronda o Barrancas, donde vivían las familias de mi vieja y de mi padre, respectivamente. 
Viajar hasta los pueblos cercanos, en aquellos colectivos que paraban en la ruta ante la señal que desde lejos se veía, porque eran sitios ya establecidos, tenían semanas de preparación. 
No siempre coincidían las fiestas de alguien de la familia que hacía un asado, un costillar, con el feriado por algo y las ganas y el dinero para un viaje que tenía sus costos y sus imprevistos. El imprevisto era un sobrecito con plata, con dinero, que mi vieja llevaba en la cartera para eso, para cualquier imprevisto. 
El colectivo y sus paradas era la segunda, la tercera parte de la aventura. A la preparación en la casa seguía el viaje hasta la estación de colectivos. Esos colectivos urbanos llevaban a los viajeros, a , nosotros, y las valijas, bolsos y carteras de mano. 
Ya en la estación conseguir los pasajes. Ni internet ni reservas porque…¿Quién viajaría a esas horas para allá?. A veces se viajaba apretado, porque esos colectivos no dejaban a nadie fuera, al menos no recuerdo que dejasen alguien en la plataforma. 
Esa hora en la estación de colectivos, a la que era imprescindible eso, llegar temprano, era parte de un ritual de caramelos y café con leche.
Andá al baño ahora que después subimos al colectivo y te dan ganas. 
En la segunda fila los vahos del motor, las explosiones sucias, ese aroma tan particular de los viejos motores no era sencillo de soportar. En la segunda fila viajaban, en la vez que mas mas mas recuerdo, un grupo de novatos. Los padres y los chicos. Miraban todo con ojos de descubrimiento. El traqueteo a quienes, como nosotros, digo mi familia, teníamos experiencia de viajes nos adormilaba, a otros le dejaba la panza revuelta o muy revuelta y era necesario parar, urgentísimo parar porque el nene está descompuesto. Los novatos demoraban los viajes, pero eso es común en la vida, los novatos van a su tiempo y los experimentados al suyo. En el amor, la política y en estos viajes, que son eso, otros viajes. Todos somos viajeros. Todos vamos en un “intermedia”, que así se llamaban los que paraban en toda la ruta ante la señal del viajero. No sumaban velocidad, sumaban traqueteo esos colectivos. El que no viaja en un “intermedia” suele llegar primero, pero no es lo mismo. Cualquiera sabe eso. 
Imaginaba un día de lluvia en la ruta, donde no había siquiera una de esas casetas, remedo de refugio, con el frío entrando de cualquier parte y esperando el colectivo intermedia que va a venir, va a venir, no puede fallar, está atrasado pero va a pasar, si. Pasará. A veces la vida es eso, esperar un colectivo en la ruta, en mitad de la nada, esperando que pase, que si, que debe pasar. ¿Por qué no va a pasar, eh…? 
Ya en el pueblo bajar esas valijas, identificadas con tiritas, porque ya entonces había muchas valijas parecidas y para que trajiste tantas cosas si solo estamos dos días y bueno, que ya está, cargá la mas grande, esa marrón, la de cartón duro. 
En el retorno, en la estación del pueblo, con su bar y sus curiosos el mismo colectivo, la misma lentitud, el mismo ritual, pero con el cansancio del fin de semana, los retos por los juegos desmadrados con los primos, subidos a los árboles, perdidos en un potrero, llegando tarde al tazón de mate cocido y ya noche  y donde se fueron y no los traigo mas. 
Una diferencia notable con el viaje de ida. Siempre es así, el viaje de vuelta tiene otras características. Recuerdos, retos, risas, sumatorias de lo hecho y la añoranza. Ya fue. Volvíamos cargados con el cansancio, las nuevas cosas aprendidas, los ojos llenos del ayer mas cercano. Mi vieja no dejaba que el paquete nuevo fuese en otro lugar que en su falda. 
La gallina degollada, pelada y destripada. Y dos docenas de huevos de campo. Dos docenas. Casi un mes de buena salud.

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