Cuando tuve conciencia de estar en este valle el sifón ya existía. Hay modernizaciones, pero el sistema no ha cambiado.
Un científico llamado Prietsley es quien “inventa” el agua carbonatada. Salva algunas aguas en mal estado y de ese modo venimos (mitad del 1700) acomodando las aguas y los gases. En Argentina la primera fábrica que se recuerde es del 1860 / 70. Constitución, pacificación nacional y soda.
Aquellos sifones de vidrio se rompían, se reventaban. Llevo la marca en el hueso (la tibia derecha) de un trozo de sifón que dejó la cicatriz y no rompió el hueso. Tuvo suerte, se le rompió cuando se cayó y el desvió la cara. Podría haber sido peor.
Llevo tantos años de maestro ciruela que a veces me olvido, la corrección es permanente y se torna fastidiosa. El sifón es de vidrio y contiene soda. No hay sifones de soda.
En algún momento aparecieron los “soderos”. Aún llegan a las casas familiares a dejar sifones (con soda) que de la cubierta de aluminio pasaron a otra cubierta de plástico, ambas sobre el vidrio y, finalmente, la modernidad trajo plásticos que resisten la presión y los sifones son de plástico súper duro y dentro el agua carbonatada.
La venta de agua carbonatada se ha perfeccionado. Inspeccionan el sitio donde son llenados con agua (limpia… pura…hum…), inspeccionan el agua… dicen.
Hay sifones que tienen fecha de vencimiento. Hay botellas de plástico que contienen dos litros y medio de agua gasificada y mi pedido en los restaurantes de medio pelo, que es donde me toca por construcción social, aún es automático. “Bife chorizo con puré, una villa con ga,s un platito con queso ya mismo y el pan tibio si se puede…” Única variante. Entrecot en lugar de bife chorizo. Nada diferente. Hace demasiados años que ése es mi sueño de un mediodía ideal.
Debido a ese pico de los sifones algunas personas, de prominente nariz, son denominadas así, con ese remoquete: “sifón”. Es una de las cosas que la modernidad ha prohibido. No se le puede decir narigón al narigón. Cyrano de Bergerac sería nominado… “che flaco vení…”
En las viejas, viejísimas películas de la guerra, que además estaban guionadas por obsesivos detallistas, los soldados buenos, antes de tomar el agua podrida de los charcos, le tiraban pastillitas efervescentes en su interior, para matar algunos microbios. La soda, un poquito, no mucho, hace eso. El resto es gas. Agua con gas. En esas películas los soldados malos siempre perdían. No como ahora.
He probado el agua de una marca francesa. Es un poco, solo un poco mas dulzona, menos amarga si se puede decir eso del agua.
En el aljibe en Coronda, en la vieja casa de la abuela Josefa ( la misma Doña Pepa que cité tantas veces) el agua que venía del fondo del pozo, aún con mínimos animalitos o partículas aleteando dentro, tenía esa calidez. Levemente mas pastosa, mas dulzona, mas necesaria porque el asunto viene por ese sendero. Los bebederos o surtidores en las plazas, la cantimplora en la mochila, la llegada a la morada amiga donde la ofrecían.
El agua es para el sediento. Cuando hay sed no hay remplazo. Verdadera sed. El sediento no mira pelo ni marca, ni calidad, ni tiempo de maduración, ni si está añejada en cubas de roble. Agua. Sed. Asuntos animales que a veces descuidamos.
Aún a los de alta, baja, quieta, grande o mínima nariz el asunto de la sed les cabe igual. El sifón es un modo que lleva siglos, de algo que lleva milenios. La sed. El agua. Corrección: no lleva milenios, tiene tanta vida como el hombre. Que siempre está sediento cuando camina. Lo mismo que cuando piensa, que se pone sediento de conocimientos. Y no quiere parar. No debería parar.
Pero en esta cuestiones del pensamiento hace rato que llegaron los envases de plástico… plastificando todo, incluído el pensamiento y el porvenir. Con o sin gas.
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