Google+ Raúl Acosta: Fósforos de madera

domingo, 13 de noviembre de 2011

Fósforos de madera

¿Te fijaste cómo encienden los fósforos las mujeres? La pregunta de Roberto, que había llegado temprano a la mesa de los sábados, sorprendió al Lalo. Para ganar tiempo contestó: no se dice encender, mas claro sería decir “raspar el fósforo” y mejor aún el sustantivo cerillas. Roberto siguió por vía primera. Las mujeres toman el fósforo entre el índice y el pulgar de la mano hábil, pero para afuera, ¿no se si me entendés? No. Bueno, así, para afuera. Y raspan la cabecita del fósforo y/o cerilla contra el área rugosa de la caja.

Antes se podía raspar el fósforo contra cualquier “paré” varón, eran fósforos de “verdá”, no medio “fifí”, como ahora. El Cordobés, siguiendo su costumbre, llegó en la mitad de la conversación y tuvo enganches precoces, que se convirtieron en atajos de la conversación. Pasó eso. El rumbo se volvió senderos. Con los senderos, desde Borges, ya se sabe lo que pasa.

Así, como decías, raspando para afuera, no hay chispa sobre la ropa. Tampoco certeza, el fósforo puede quebrarse. No es lo correcto. Muchachos, dijo el Lalo, una discusión por el modo de raspar el fósforo no cambiará nuestras vidas.

Roberto parecía una bandera, seguía impertérrito su rumbo. Recuerdo dos cajas de fósforos, mejor: tres. La primera era la caja de fósforos Ranchera, letras rojas, como las de Tienda La Favorita, la de antes. Cursiva se llama esa letra, aclaró el Lalo. El Lalo ese día estaba de maestro ciruela. Cuando se pone en maestro enloquece a la mesa. Antes de hablar todos piensan qué van a decir. Así no vale.

Tenés razón, cuñao, caja azul celeste y los fósforos de un cartón retorcido, fósforos finitos, bien finitos, de cabecita de azufre blanca. El cartoncito retorcido color marrón.

El viejito Wenceslao Vegimiuller, que en paz descanse, compraba dos cajas por mes en el Almacén de Ramos Generales del pueblo, el de los vascos, volcaba la caja en el mostrador y contaba, para saber si estaban los 70 fósforos que anunciaban en la tapa. Lalo, mirando al infinito resopló, pegó un largo respiro y musitó con nostalgia: qué tipo aquel viejo Wenceslao. Lo miré a Lalo. Tenía los ojos acuosos. Cuando habla del pueblo Lalo se pone bueno, como cuando uno recuerda las novias de infancia. Las novias de infancia, de la primaria, siempre ponen buenos a los hombres, excepto si los hombres persistieron en el error y se casaron con ellas. En ese caso la nostalgia adquiere otra forma, a veces cambia de nombre.

Al raspar para afuera hacen un movimiento raro las mujeres. Las mujeres hombrunas se conocen por eso. Saben silbar con los dientes entre los labios, usan zapato taco bajo, abotinados, a veces hasta borceguíes. Borcegos ¿Qué? Se dice “borcegos”. El Lalo estaba como los buenos arqueros en su mejor día. Atajaba todos los penales. Lalo, dijo Roberto, no puede ser que sepás de todo. Lo que pasa, muchachos, es que yo escucho a mi nieto. Además pregunto. El que pregunta aprende. El Lalo hablaba sin abrir los labios, las palabras salían mordidas. Señor mozo, dijo el Tony, imitándolo, señor mozo, ¿como raspa usted los fósforos? El chango, el mozo ése sábado era el chango, el chango lo miró como se dice en las novelas: de hito en hito. El chango sabe que un mozo debe sonreir y lo hace. Sabe que el cliente tiene razón y no discute, no se involucra, pero la mesa de los sábados es la única que no entiende, nunca sabe si lo tratan de engañar, subestimar, si lo pelean en serio. La mesa de los sábados destruye los esquemas de los mozos. Pasó. Señor mozo: ¿cómo raspa usted los fósforos? La diplomacia se nutre de pequeños gestos. El chango es un verdadero diplomático. Vea, señor Tony, yo uso encendedor ¿quiere que se lo preste?

Chei chango, dijo el cordobés, vo’ te acordás de los fósforos de cera, los fósforos Victoria, “vo te acordá, ‘e chango”. Ay, no me acuerdo, sabe. El mozo entiende el cordobés básico, es “santiaaaaaagueño”. Nos callamos, en las cuestiones regionales conviene no incriminarse, siempre hay un tunar, un cactus, alguna peperina y un cardón en litigio. Viva Cosquín, Viva la Chacarera. Listo. El chango limpió la mesa y se fue. La disputa regional tuvo poco vuelo, pero eso a un cordobés, adulto mayor, no le llega.

El dotttore no tiene vuelo de cafés ni trasnochadas bohemias, pero igual opina. Ventajas que dan los años y la impunidad del que vive en el descuido. Los de cera tenían las fotos de los artistas y se podían derretir sobre el borde de los cigarrillos sin filtro, el que iba a los labios. No, si te lo vai a mandar a la jeta del lao de de la brasa, varón. El cordobés, ya está dicho, cuando está despierto convalida su raza, credo y religión: meter la pata. Tiene el record de las equivocaciones.

Lalo, dijo el Colo ¿las mujeres que usan borceguíes son hombres? Lalo lo vió venir, pero debía mantenerse. Las posturas hombrunas no van con las armas de conquista de las mujeres. Te estás metiendo muy adentro Lalo, no podríamos tener mujeres policías ni mujeres generalas. En los dos casos usan “borcegos”.

Fue uno de los mejores juegos de café, pero al meterle la doble generala y jugar de a tres generalas en fila lo hicieron bosta al juego, cuñao. Nadie estaba hablando de los dados y la generala. De fósforos si. Un día se popularizaron. En los kioscos aparecieron los fósforos de madera. Los de madera fueron los mejores. Ahora tienden a desaparecer.

En mi casa compramos la caja de 222 patitos, que se le llama así porque el número dos parece un patito. Je, te vuá contar de nuevo el cuento de verde loro, amarillo paaaaatito y negro. Stop. El Lalo lo miró. Parecía que lo iba a fulminar con el ojo sano. El Lalo es un Polifemo moderno. Con ése carácter, en el Lejano Oeste, terminaba peleándose con Búfalo Bill. Sucede. El cordobés sin ferné es más normal, por tanto más difícil de manejar. El alcohol ennoblece ciertas almas. Acelera indulgencias, estimula oídos sordos y corazones contentos.

Nadie preguntó algo sobre generalas. Nadie, tampoco, negó la calidad de los fósforos. El Lalo quería pelea. Buscaba la discusión. El sábado venía tranquilo. Ni las gitanas de las colectividades, ni los carriles exclusivos, que en otros ocasiones se hubiesen llevado la mañana, eran tema de conversación. Se esquivaban las coyunturas, no eran tenidas en cuenta. Un sol mezclado, casi otoño, casi primavera, acompañaba la mañana.

Tony, con ése oído tísico y esa desconfianza de siciliano inmigrante, aún en Italia son inmigrantes los sicilianos, le encontró la quinta pata al gato, en este caso a Roberto. ¿a que se debe la investigación sobre encender los fósforos?

Se ruborizo, inspiró hondo, miró para otro lado y dijo, Roberto, totalmente ruborizado: que fue por eso que me di cuenta. De qué te diste cuenta. Que la señorita con la que conversaba en las maquinitas, en el casino, yo estaba con la de los nueve loritos, esa máquina me dio muchas satisfacciones, ella estaba charlando allí, conmigo, pero no era una señorita.

Salgamos a fumar un cigarrillo me dijo. Era mas alta que yo. Empecé a hacerme la película. Tenía tacos altos, zapatos rojos y los pies grandes. Usaba un vestido enterito, tenía cartera. Yo, cuando llegamos al descanso para fumar, estaba haciéndome la película. Sonrió. Lindos dientes. Abrió la cartera, me convidó con un cigarrillo. Yo fumo poco. No tenía cigarrillos, no tenía fuego. En la mesa de los sábados nadie respiraba. Roberto continuaba ruborizado, colorado. Mucho. Muy mucho. Miró para un costado. Siguió. Abrió la cartera y sacó la caja, grande, de fósforos de madera. Esa, la de los 222 patitos. Me tomó la mano para darme fuego. Ya era tarde.

Nadie, juro que nadie, hasta el día de hoy, se anima a preguntarle nada. La picada la comimos despacito. Ojalá se levante la veda y podamos hablar de fútbol y política.

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