Vivir en Rosario permite manejarse sin brújula (modernización: GPS, en inglés “global position system”…o algo similar) y si uno dice El Cairo es muy raro que no se sepa que se trata de un bar con historia.
Una serie en historieta, que fue mantel en las mesas parroquiales de la actual versión del sitio, infinidad de narraciones en las que participé, me permiten hablar de ese bar, como de otros, con la libertad de quien comenta su casa, sus paredes, sus ecos.
Aquel “Bar El Cairo”, el de la década del ’70 y hasta su declinación, terminó resumiendo otros, muchos de ellos desaparecidos y con mas carnadura, pero muertos. El Cairo fue quien resumió al Odeón, de Mitre y Santa Fe; al Iberia, de Entre Ríos entre Córdoba y Santa Fe; al Provincia, por Santa Fe “casi” Entre Ríos; al Fragata, al Laurak, al Imperial, al de La Capital , frente a su puerta, por Sarmiento; al Bahía, al comedor ”el Rafa”, por Mitre, al Comedor Universitario de verdad, por Corrientes entre Córdoba y Santa Fe, donde nunca hubo una toma porque aquellos dirigentes estudiantiles no eran tontos, en el comedor se comía barato, mas de 800 estudiantes ¿a qué tomarlo?. Paréntesis: si fuese historiador de la ciudad iniciaría juicio contra los que cambiaron la fisonomía de El Savoy, sus reservados, sus manteles, el subsuelo. No soy historiador. Se salvaron. Je.
Como un embudo de la memoria todo se resume, en la líquida sociedad que transitamos, en bar El Cairo. Los que nada saben de la ciudad llegan notificados: Bar El Cairo. Al cabo eso son los símbolos. No el hecho, no la persona, si su trascendencia, lo que excede el cuero y la madera, mas allá del propio aliento.
Han llegado a presentar fórmulas gubernamentales y protagonizar hipócritas abrazos para las fotos. El más chambón de los “jefes de prensa” salva su jornal: ¿porque no nos encontramos en Bar El Cairo? La ilusión de tomar la ciudad por el precio de un café simbólico es muy grande, muy tonta, muy simpática. Pecado venial.
Ni bien ni mal. Símbolo para cuestiones simbólicas. Llegar a Rosario y visitar el bar de la muchachada del 70. En rigor esta claro y es lógico. En San Lorenzo el pino y el convento. En Tucumán la casita. En Rosario desde 1957 el Monumento. Para la sagrada memoria de la bohemia todo se fue perdiendo “en los repechos de mi barrio sur”, diría Manzi. Queda El Cairo. Confieso: lucho contra la nostalgia y me puede el caminito hasta la tercera mesa, sobre la vidriera de Sarmiento.
No se debe atentar contra los símbolos. Está mal. Se hace. La bomba de alquitrán en la estatua de Sarmiento es eso. Un atentado simbólico. Le duele a los que quieren a Sarmiento, no a su estatua. Está claro que no le duele físicamente a nadie, excepto que aparezca algún estatuófilo (¿se dirá así, se calificará así a quienes se enamoran de las estatuas?) Nada cambia en la biografía de Sarmiento con el alquitrán. Hasta el agresor sabe que quedó insatisfecho porque los símbolos no son corpóreos, caramba: son simbólicos.
Por esa razón el Cabildo del 25 de Mayo de 1810, con o sin paraguas es una fecha para conmemorar frente a “El Cabildo”. La Casita de Tucumán cobija a los emancipadores del 1816 y allí está el símbolo. No en Tafí del Valle, que aparenta mas lindo paisaje. Que tal vez sea más lindo paisaje y hasta tenga sus propios símbolos de luchas, emancipaciones, conquistas, amores. Pero cada sitio es suyo. Es propio. El maldito principio de la “mismidad”. Iguales a si, distinto a los demás.
La Vuelta de Obligado, nuevamente en carrera como símbolo, no es posible festejarla en la Estación Terrena de Balcarce. El desembarco es en Normandía, el Muro es en Berlín, Gardel murió en Medellín y el Balcón está en La Rosada.
En aquel bar El Cairo entraba “el loco Pica” envuelto en la bandera de Ñul. Manuel era un habitante del centro (trabajaba en el diario La Capital , como portero) y “El tula” sólo aparecía por la sede canalla, la de Mitre antes de los clásicos. Los barras bravas entraban a los bares. Che. Qué cosa. Ambos portaban banderas. Las banderas son un símbolo en si. Cuando los relatores les dicen trapos a los trapos con leyendas entiendo. Cuando en la velocidad del relato se comen la curva y le dicen trapos a las banderas no me agrada. Tampoco es agradable que a la propia barra le roben la bandera. No había (hoy lo ignoro) peor afrenta para una hinchada que perder la bandera. Como en las películas de guerra. Como en la vida. Los símbolos tienen un peso específico que ignoramos, que desconocemos, que despreciamos hasta que zás, un día se caen encima con toda su cargazón.
El bar El Cairo es un símbolo y si acaso quisiesen cerrarlo habría que hacer un movimiento para impedirlo, como deberíamos haber peleado por el caserón de Oroño y Córdoba. Si mañana, por algún esquivo designio de la locura ambiente, alguien quisiese demoler el Monumento a la Bandera , ignorarlo, ningunearlo, la defensa del símbolo debería ser unánime.
El valor de lo simbólico no es para que se cierre en una opinión periodística cuando se trata de un tema que hace crujir al comportamiento humano. Como las campanitas en los balcones, en los dinteles, alfeizares, donde se pueda, al moverse por el viento suenan, resuenan. Eso puede ser el periodismo en algunas circunstancias. En todas las circunstancias, mas allá de alguna paranoica exageración.
El 27 de febrero en algún lugar de estas barrancas, la bandera se ”enarboló” por primera vez oficialmente y para siempre. Es todo cuanto se sabe con certeza. Tan incierto es todo que El Monumento Nacional a la Bandera recién por pedido del diputado rosarino Eduardo Cevallo y resolución de Julio Bárbaro (Secretario de Cultura) pasó a tener presupuesto al ser reconocido como eso, como un sitio exacto, no como una alegoría que no tenía juridiscción (muni, provincia, nación, Monumentos Históricos, etc) por tanto quien la mantuviese porque no era oficialmente simbólica.
La fecha de febrero, en este año reconocida como feriado nacional, por los doscientos años, debería empezar donde se quiera, como las caravanas de los “prometeros”, que detonas partes marchan hacia el destino promesante, pero sólo tiene un sitio para terminar. Rosario, las barrancas, el Monumento.
La virgen de Itatí en Corrientes, la de Guadalupe en Santa Fe de la Vera Cruz. La “virgen de el campito” en San Nicolás. No es una ocurrencia feliz agredir a los símbolos. Nadie lo hace. Nadie. No puede encontrarse dos celebraciones patrias, dos símbolos. No sucede. No hay dos bares El Cairo. No hay dos banderas. No hay dos memorias. El 27 de febrero hay un solo sitio para culminar con bien la memoria. Rosario de Santa Fe.
Fernando Cabrera, uruguayo, poeta y músico contemporáneo, sirve para cerrar: ” Un día nos encontraremos en otro carnaval; tendremos suerte si aprendemos que no hay ningún rincón, que no hay ningún atracadero que pueda disolver en su escondite lo que fuimos: el tiempo está después”
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