Los días como flechas, decía Leopoldo Marechal. Han pasado los días como flechas. Una de ellas el 24 de marzo de 1976, cuando los militares repitieron el ensayo demencial de junio de 1966. El finito destino de la democracia hasta las próximas elecciones (no faltaba tanto) fue destripado por militares y civiles. Los que se “cantaron” en la Constitución y las Leyes sabían muy que la noche se venía. Y se vino, nomás. La pérdida de ambas cosas, Constitución, Leyes, se llevó puesto el derecho, la justicia. La pérdida de la seguridad del contrato social es tan visible en la distancia que cuesta entender que no se trate ése asunto como el central: Constitución, Leyes. Sostenerse bajo el paraguas legal siempre. Cualquier desviación es eso: desviación. En estos días el eje es móvil. No debería. Deberíamos pararnos mejor.
La memoria debe tratarse como una esquina peligrosa (Prietsley). En las esquinas, se sabe, se juntan varias calles y, por tanto, diferentes senderos. La atención es doble en las esquinas. No se puede, en estos días, olvidar que Raúl Ricardo Alfonsín, que limpiamente les ganase una elección a las fuerzas peronistas, decidió juzgar a los militares. Sus espaldas eran las fuerzas democráticas del mundo pero no se puede quitar el inventario. Los milicos tenían los servicios de inteligencia y de terror aceitados, territorio, armas, presupuesto, soldaditos. Parecía alocado, temerario tanto como necesario. Estamos en democracia porque aquello sucedió. Memorar a los actores es memorar las espaldas del hombre que lo propuso: Raúl Alfonsín. Era su cuero el que se jugaba. No hay suspicacia, proyecto subalterno que quite honor al hecho. Para el dramaturgo al que referimos (John Boynton Priestley) el tiempo está lleno de jugarretas. Tiene razón. Nosotros no sabemos que estamos parados aquí porque aquello sucedió allá y fue mágico. O sí. Lo sabemos pero somos subalternos, menores, incapacitados para mirarnos al espejo.
Alfonsín, Menem, la hiperinflación, los saqueos, el orden destripado por el vecino que se robaba la media pata de jamón del súper de la otra cuadra. La democracia era un juguete rabioso (Roberto Arlt) que desconcertaba. Aún sucede con muchos. La democracia desconcierta. Entender al otro como único, irrepetible y básicamente: respetable. El respeto es una materia que no tenemos resuelta. Alfonsín y Menem tienen su sitio en la historia, no lo ocultemos. Respetémoslo. Su encuentro fabricó dos cosas. La primera la dolarización de la economía. Cuando llegamos al dólar veníamos del 600 % de inflación. Hay que tener los bolsillos grandes y el alma ingrávida para olvidarlo. No lo olvidamos, lo escondemos, que es otra cosa muy distinta. No sabemos pararnos ante ese recuerdo, nos movemos inquietos. Fue nuestra, la inflación la supimos conseguir y salimos de ella para meternos en “Guatepior”. El otro encuentro de Alfonsín y Menem trajo la Reforma Constitucional de 1994. El optimismo de aquella reforma se volvió tristeza, tendencia al melodrama y vocación suicida. Los votos dicen todo. Sobre quienes estuvieron y qué dijeron que nadie insulte aquellos sin reverenciarse: prohibido suicidarse en primavera (Alejandro Casona). Ni a la comedia ligera le hicimos caso.
El periodismo tiene dos sitios sin espejos. Aquel de los ataques a “la tortuga” (el Presidente Arturo Illía) y el del apoyo a la Guerra de Malvinas. El énfasis de ambas fechas, el vehemente trabajo del periodismo para, en un caso derrocar a Illía y, en el otro, apoyar sin reservas la guerra de Malvinas pone a buena parte del sistema de comunicaciones en cuarentena. El libro es el laberinto y el relato de aquellos años el peor de los senderos que se bifurcan (Jorge Luis Borges). El laberinto es mental, muy cierto. Que en la tapa de los diarios saliese el presidente caricaturizado como una tortuga (créase: desparramaron tortugas vivas en el centro de Buenos Aires) solo es comparable, en su categoría demencial, con el noticiero de Canal 7 y sus informes diarios, a las 21 horas, sobre la guerra. Canal 7, el mismo. Deberíamos saber de dónde venimos para saber como pararnos. Nunca hubo tantas libertades cívicas como aquellas permitidas durante el gobierno del radical campechano que preguntaba, cuando lo internaron: "¿Quién va a pagar todo esto?" Tampoco hay parangón a la complicidad de la guerra, a la mediática complicidad de la guerra, avalando al general dipsómano.
El cambio de siglo trajo las cacerolas y la claudicación de la clase política. “Que se vayan todos” y “Son todos la misma M” es, en significantes, muy parecido. Una totalidad a la que no se juzga en partes, se toma como un total ya definido. Paquete cerrado. Juzgado. Los muchachos nacidos en el 1980 tienen hoy 32 años. Milicos, Alfonsín, saqueos, Menem, De la Rúa , cacerolazos son sus espaldas. No es fácil que crean en el trabajo partidario. Ni siquiera en el trabajo. Los que ya tienen 40 (nacidos sobre 1970) saben que nadie dura una vida en el mismo trabajo y que no hay, por tanto, trabajos permanentes ni planes a larguísimo plazo. La sociedad líquida existe (Zygmunt Bauman). Los ahoga. Aferrarse a un puesto público (político) no es un invento de Máximo Kirchner para juntar (le) jóvenes a sus padres. Ni siquiera es un invento. Es una salida laboral. No es lo único cercano, no es el último parador.
Está desguarnecida la señora, la viuda. Como dijese Manuel Machado (el hermano de Antonio) con doce de los suyos al destierro, polvo sudor y hierro, el Cid Cabalga ¿Hacia dónde cabalga la señora? Dónde estamos. Quién continuará esta saga familiar que parece cortarse, que tras la muerte de Néstor oferta una tragedia inmejorable. Quién le dice que está desnuda. El peronismo calla. Hablar es traicionarse y traicionar. La oposición es tan poca masa que no se anima a enfrentar el vendaval. Si CFK cae, el peronismo se va al diablo y quedan Macri, Binner y el temporal. Se están yendo los mejores años de las materias primas ganándole a los productos industriales. Nos estamos yendo sin suspiros necrológicos y con cronistas porteños solazándose con el cadáver del país, como si viviesen en otra parte. Neruda podría decírselo: Poema 10 "Hemos perdido aun este crepúsculo./ Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas / mientras la noche azul caía sobre el mundo./ He visto desde mi ventana/ la fiesta del poniente en los cerros lejanos./ A veces como una moneda/ se encendía un pedazo de sol entre mis manos./ Yo te recordaba con el alma apretada/ de esa tristeza que tú me conoces./ Entonces, dónde estabas? / Entre qué gentes? /Diciendo qué palabras?/ Por qué se me vendrá todo el amor de golpe/ cuando me siento triste, y te siento lejana?/ Cayó el libro que siempre se toma en el crepúsculo, /y como un perro herido rodó a mis pies mi capa./ Siempre, siempre te alejas en las tardes/ hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas."//
La poesía no mata a la inflación, la convulsión social, la droga, la inseguridad, el desmadre. El relato no cura el cáncer. Allí estamos parados. Alguien debería decírselo. No me postulo. Preferiría no hacerlo ("I would prefer not to"). Melville es apropiado para terminar con una cita de novela y fantasía.
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