Google+ Raúl Acosta: Ligia Piro , el Recital

domingo, 20 de mayo de 2012

Ligia Piro , el Recital


Fui a escuchar el espectáculo que presentó la cantante Ligia Piro. Una noche en el Auditorio Fundación Astengo. El viejo Cine y Teatro Odeón. Piano, batería, contrabajo de caja (de los de verdad) y un viento. Generalmente traversa. Incorporó una sección de cuerdas, instrumentistas rosarinos.

La cantante presenta su último álbum: Las flores buenas. Un homenaje de Chabuca a un poeta y guerrillero, Javier Heraud, de la generación de Sebastián Salazar Bondy y otros poetas que soñaron, sobre el 1970, un mundo. Pensé en una asociación con las flores del mal y la poesía francesa. No. Desvíos de la mente, mi mente, tan propensa a eso.

Ligia Piro trae un vientito de cosas simples. La primera “cosa” simple es que canta siguiendo y respetando melodías. Otra perfumada y linda brisa es que respeta las letras. No son “poca cosa”.

Su repertorio en castellano desearía (pero de qué sirve meterse a opinar sobre las decisiones de los artistas) que fuese mas apretado. Parece una presentación para que se elija. Una degustación. El territorio que va de Chico Buarque (Construcción, esa apabullante demostración de las esdrújulas puestas en una canción que protesta desde las mas alta imaginación) a “El monigote”, el popular estribillo venezolano y/o guatemalteco y que la zona de Rosario cantó hace años por la versión del “Pro – Música” infantil, es un amplio territorio. Amplísimo. Para que, con un armado (y arreglos) de cámara, una puesta ajustada, una voz afinada, una calidez que convida a disfrutar lo que se canta para que, se insiste, dispersar tanto. Para qué viajar de Daniel Toro a Dames y Sanguineti (Zamba para olvidar y Nada)

Viajar de la zamba al bossa es un riesgo. En el cruce de caminos un tango y una romantiquísima balada. Y un vals. Y un Teresa Parodi. En el viaje el baterista y percusionista se entusiasma, la trocha es grande. Facundo Guevara es de lo mejor en stock, pero su entusiasmo no lo cuida una ecualización que, para afuera, era defectuosa. El bajo, el piano y la batería igual o delante de la voz no es lo mejor para la voz. No señor. Supongo que la doble ecualización, la que se ordena para “el retorno”, tenía otras posiciones en los potenciómetros. Ligia cantaba tranquila, respiraba donde se debía. Ligia convence. Como corresponde.

Suelo decir, de muchos intérpretes, que les falta chocar con la adversidad. Franco Luciani, Joel Tortull, son clarísimos ejemplos. El extremo de ésa situación es Goyeneche, a quien idolatraban los sordos que lo veían “gargajear” los últimos años y se perdieron aquel que ya decía, pero aún cantaba. En fin.

Ligia Piro no la tuvo fácil como cantante. De allí (supongo) su decisión del jazz y las versiones de tradicionales en inglés. Su paso por el bossa, que parece una cuestión de peaje, la considero incluida en la misma bolsa. El combo de los “hijos de” no es una carretera cómoda ni de doble mano. Camino de ida. Algún descanso y siempre la cuesta escarpada. Todo a pulmón (sorry Lerner) y sin desmayitos.

Ligia Piro es la hija de Osvaldo Piro, sus patillas y su amor por el tango, su bandoneón, su profesión. Su vida. Una vida dedicada al tango.

Ligia Piro es hija de Susana Rinaldi, la que dotó de oídos a los desaprensivos y sordos que, desde la década del ’60, volvieron a escuchar a los grandes poetas del ‘40. Susana es Cástulo, Homero, Cadícamo, pero básicamente la poesía tanguera de la década del 40. Por donde escapar.

De qué modo subirse al monte que custodian Marikena y Amelita (tres mujeres para…) la misma Chabuca. Su tía Inés, su tío Juan Carlos Cuacci, que desde el original Opus 4 viene desparramando su talento en pianos, guitarras y arreglos.

Se entiende así su modo compinche con Ricardo Lew para hacer cuestiones del jazz y pop, ancche bossa (se ha dicho: peaje). Cuando daba recitales con el viejo hombre de la guitarra estaba más cerca de la mejor intimidad. Estaba preparando el salto. Fugarse hacia delante, sin escaparse del alma, el alma que canta. Todavía no aterrizó.

Es cuando se la escucha interpretar “petalo de sal”, un Fito con aires, brisas ciertas de Spinetta, cuando se advierte que es una de las voces del país.

Se resumen en Ligia Piro los mini gorgoritos de Marikena, siempre dispuesta al vibrato, pero también a cerrar la garganta como si fuese negra. Se aprietan los gruesos yerros de tono de Amelita, que no están, pero si una forma de asomarse hasta el micrófono para enamorarlo, para seducirlo. Y esas manos dando vueltas por el aire, tan italianas, tan tanas.

Ligia está más acá que las gritonas consagradas (Lynch, Torres). En su cidí eligió a Leon Giecco y a Liliana Herrero como sus acompañantes. Con uno los cinco siglos igual. Con la otra una Violeta, siempre tan simple con su bisturí. Al saber a quienes elige de acompañantes se sabe de sus pasos.

En Rosario estuvieron, al mismo tiempo, Suna Rocha, Ana Prada, Silvina Garré y Ligia Piro. Caminos finales, cruces en la gran vía del canto.

Ligia tiene un destino de cantante, con final abierto. Es la única que conserva opciones.

A la usanza de las asambleas estudiantiles, propongo una moción, una moción de anhelo. Que no se vaya del idioma, que se meta mas en la poesía escondida. Y que vuelva. Alguien que canta sin simular que se destroza la cintura y sin pegar saltitos de pogo tonto es bueno. Muy bueno para la salud, el decoro, la vida apacible y cotidiana. Desear su retorno es pedir que el espectáculo verdadero continúe.

La próxima vez que actúe en Rosario los productores tal vez impriman un mínimo programa de mano. La alcancía para las entidades de bien estaba. La información útil no. Personalmente me ofrecí como testigo de cargo contra el sonidista. Nadie me oyó.

Raúl Acosta
Testigo.

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