“Nadie puede dudar de que las cosas recaen, un señor se enferma y de golpe un miércoles recae; un lápiz en la mesa recae seguido; las mujeres, cómo recaen. Teóricamente a nada o a nadie se le ocurriría recaer pero lo mismo está sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes…” El texto es de Julio Cortázar: “Me caigo y me levanto”.
Degradación. Hacer disminuir progresivamente las características o cualidades de algo. Decaer: Debilitarse, perder cualidades o condiciones de fuerza, importancia o valor. Recaer: Reincidir en los mismos vicios, errores. Las definiciones las proporciona Wikipedia. Decaemos o nos degradamos. Químicamente nos degradamos y nunca más volvemos a la situación anterior, porque perdemos propiedades. Anímicamente decaemos y, como supone el título de Cortázar, podríamos levantarnos. Podríamos. La recaída aparenta más suave que la degradación y/o la decadencia.
Contaba Luis Sandrini que con el producido de su actuación en “Cuando los duendes cazan perdices” quería consolidarse. La casa que le ofertaban le parecía cara. Consultó a Julio Korn. Con el precio dado por Sandrini la reflexión de Julio Korn, el mitológico hombre de los medios de aquella Argentina, fue sencilla:”… si tiene la plata compre Luis, en Argentina la inflación es al infinito”. No al cuadrado, no al cubo. Don Julio lo sabía: una definición matemáticamente sencilla: al infinito. Nunca se detendría. Nunca. No era sospecha, en don Julio Korn era convencimiento.
"Cuando los Duendes Cazan Perdices", del uruguayo Orlando Aldama, se constituyó en un fenómeno único desde su estreno en 1949, con localidades agotadas una semana antes de cada función (8 semanales) y el éxito los acompañó durante más de cuatro años consecutivos (1949 a 1952) Se convirtió entonces, en un destino de peregrinación para el público de teatro popular y muchos espectadores, que se decían habitúes del "teatro culto" sin decirlo a nadie, también rieron y lloraron viendo a Don Luis Sandrini en escena. Teatro Astral. Corrientes 1639. Sandrini escrituró su casa en 1954. El peronismo era el presente nacional.
El cierre de aquella obra de teatro, luego película, es famoso. Se transcribió al filme del mismo nombre. Aún hoy, mirado en la soledad del living, sobrecoge. Luis Sandrini llega a la casa donde está su madre, que advierte el color de su pañuelo de cuello. Sandrini se emociona. Sale y grita. Vuelve y le muestra las flores. La madre reconoce cada una de ellas. El personaje, que ya había salido gritando la frase” la vieja ve”, retorna y concentradamente dice: “la vieja ve, la vieja ve los colores…”
Nada supera la emoción de la salida de la ceguera. Nada. La frase, para quienes tienen historias compartidas con aquellos años, es mucho. Trascendió. Especificamos: connota demasiado.
El peronismo tiene los colores celestes y azules, con fondos blancos. Siempre buscó igualarse al país. Si así desea entender: los colores de YPF. Cada cosa que nos pasa de un modo u otro refiere al peronismo.
El asunto, si se quiere, empezó el 6 de setiembre de 1930, cuando lo “rajaron” a Irigoyen. El 11 de setiembre del mismo año los militares encarcelan al General Mosconi. Enrique Carlos Alberto Mosconi Cannavery. El General quería nafta para los aviones sin tener que pedirla a las distribuidoras extranjeras. Que se la podían negar o, de todos modos, saber el dónde cuándo y cómo del ejercito argentino.
“«No queda otro camino que el monopolio del Estado pero en forma integral, es decir, en todas las actividades de esta industria: la producción, la elaboración, el transporte y el comercio [...] sin monopolio del petróleo es difícil, diré más, es imposible para un organismo del Estado vencer en la lucha comercial las organizaciones del capital privado”.
Le dieron 8 millones de pesos fuertes y autonomía. Dinero y Autonomía. Je.
Después de Mosconi (Irigoyen, Hipólito Irigoyen) vino Perón. Luego Frondizi. Después Arturo Umberto Illía. La crónica registra a Alfonsín con el peso de Conrado Storani incluído. La llegada de Menem y todos, cuando digo todos es eso: Todos. La llegada de Menem y todos da una realidad. Se fueron los trenes, los teléfonos, las rutas, los seguros, las jubilaciones, también el petróleo. De la Rúa primero y el reinado de los Kirchner después trae la parte final de una historia que compartimos. Degradándonos, decayendo. Recayendo. Es demasiado hipócrita comprar un capítulo y no la novela completa. Es tramposo. No es de bien nacidos.
En debates, en discusiones pachorientas, para que la familia los vea en la tevé por cable, este es el congreso donde Lisandro de la Torre peleaba y se lo escuchaba. Donde Ricardo Balbín levantaba su voz. El congreso de Oscar Alende, de Raúl Baglini. De Moisés Lebensohn. Hoy están Kunkel y Diana Conti. Este congreso deriva de aquel. Cómo negarlo.
La provincia también tiene su relato. Esta es la provincia que envió a Horacio Theddy a ése Congreso. A Guillermo Estévez Boero. A Alejandro Gómez. Ángel Federico Robledo. Hoy están en aquellas bancas Omar Perotti y Carlos Favario, entre otros.
Los gobernadores suman a la narración. Waldino Suárez 1946 – 1949. Juan Hugo Caesar 1949 – 1952. Luis Cárcamo 1952 – 1955.
Carlos Sylvestre Begnis 1958 – 1962. Aldo Tessio 1963 – 1966. Carlos Sylvestre Begnis 1973 – 1976. José María Vernet 1983 – 1987. Víctor Félix Reviglio 1987 – 1991. Carlos Alberto Reutemann 1991 – 1995. Jorge Obeid 1995 – 1999. Carlos Alberto Reutemann 1999 – 2003. Jorge Obeid 2003 – 2007. Hermes Binner 2007 – 2011. Antonio Bonfatti 2011 a 2015 (en curso) Somos parte integrante del relato. Estamos dentro del tren. Nos cruzamos en los pasillos rumbo al vagón comedor. Es la misma provincia. Somos nosotros.
Rosario juega su partido. Esta es la ciudad de “sal gruesa”, que fue atado a la cama del hospital por los milicos. Pobre, sus detractores sostenían que le gustaban los asados a la noche, por eso el remoquete. Es la ciudad de Luis Cándido Carballo, de Rodolfo Ruggieri (el de los asados) de Horacio Daniel Usandizaga (interinato de Carlos Ramírez) de Héctor Cavallero, de Hermes Binner, de Miguel Lifschitz, de Mónica Fein. Del Concejo Deliberante achicado y/o agrandado según el susto. Se arriman a 60 los intendentes desde 1943, tiempos del protoperonismo. Del origen. En esos 60 muchos claudicantes que aceptaron ser parte de los procesos. Muchos. La verdad: demasiados.
Debemos mirarnos el alma y los bolsillos para saber que somos nosotros los que fabricamos esto. Que no hay razón para contar de fuera lo que hacemos porque estamos bailando en la cubierta del barco. Ahora mismo milongueamos.
En ésta etapa renacentista, donde el Estado vuelve a ser el papá perdido, perdido y recuperado, debemos asistir a nuestro espejo y sonreirnos con nobleza. Somos lo que vemos. Armemos el rompecabezas. Degradados. En decadencia, como los jazmines de Julio Cortázar y con la inflación potenciada al infinito estamos gritando que vemos los colores. Que aquella vista perdida de la mamá del personaje de Sandrini (cataratas) fue operada y retornamos. Vemos los colores ¿Qué colores? Los del cielo. Concedamos el cierre a Lupercio Leonardo De Argenzola, poeta español, aragonés.
“Porque ese cielo azul que todos vemos
ni es cielo ni es azul;
¿y es menos grande,
por no ser realidad, tanta belleza?”
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