En ese tiempo que va desde fin de año hasta mas allá de Reyes (el viejo rito de los 5 de enero y los zapatitos y el agua y el pasto para los sedientos camellos, ah, inocencia, ah, el bien perdido, ah, ése mundo que se nos fue) ése tiempo del finde y reyes juntó a los periodistas en el ritual de la carpa en Punta Mogotes. El complejo de balnearios es una ciudad de ciudades dentro de la ciudad del verano. Es un territorio verdaderamente nacional, federal y popular. Suman 100 mil personas una buena tarde veraniega. Haciendo todo en el complejo. Todo.
El clericó con un buen vino blanco, bien helado, sumado la somnolencia de la siesta sirvió para que uno de los colegas contase. Todos periodistas con años de calle en el lomo y anécdotas para sumar al escepticismo profesional y su reverso: el romanticismo que los obliga a gastar como príncipes y cobrar como mendigos. En mi ciudad los kioscos son muy rentables. Alguien, uno de los periodistas lo dijo. El cigarrillo se cayó a la arena y a nadie le importó. Los narcos tienen estudiado el negocio, es el negocio mas perfecto de la ilegalidad, por eso cuesta tanto derrumbarlo. Te taladran la cabeza, te quitan el futuro y te compran todas las conciencias. Es difícil la pelea ante un negocio tan organizado, aceitado y universal. No parecía justificación y/o resignación, apenas deschave de la hora de la siesta, en un enero tan electoral allá fuera y bajo la carpa tan de vino blanco helado, endulzado y con trozos de naranja, ciruelitas, uvas peladas, en fin: como debe ser. Había desaparecido la segunda tanda de rabas fritadas. Pidieron la tercera. Y limón gritó, ligero, uno de los periodistas al desnudo, con la barriga confesando tropelías invernales. El mozo asintió con la cabeza.
Prendió otro cigarrillo con un encendedor ajeno, de alguien, de nadie, un encendedor verde de tres pesos sobre la mesa blanca donde un plato de loza, también blanco, hacía las veces de cenicero. Un cenicero en la playa es mas útil que en una moto, pero por poco. Después de una larga bocanada comenzó por el final. Todo es delito, dijo, los narcos lo saben, pero todo es caja registradora. Esa la manejan bien.
Córdoba, Mendoza, Rosario, Mar del Plata. El truco de la siesta esperaba por un porteño remolón. Estaba al llegar. El periodista siguió. La respiración contenida indicaba atención. Tensión. Adrenalina del laburo en mitad de la fiaca veraniega. Eligen un lugar para el kiosco. Está pactado con la cana. Al menos avisada. A veces deben arreglar, por poco, con uno nuevo, un comisario de relevo, sorpresas, pero el pacto viene de arrastre. Ellos saben que el máximo es 45 días. La cana no puede soportar mas tiempo las denuncias del barrio, las madres, los trabajadores sociales, a veces la maestra, el enfermero, un puntero político honesto, que quedan, pocos pero quedan Con 45 días se arreglan.
El mozo trajo las rabas, doble ración de salsa tártara y una fuente con limones. El narrador esperó. Una cosa es la familia, los colegas, otra los mozos de playa. Las confesiones son con amigos, no con los de afuera. Hasta los que no fumaban prendieron cigarrillos. Siguió. Ubicado el lugar arman la casamata. La mirilla para el pibe. Hoy el pibe cobra 6.000 pesos por su turno y si es enfermo tiene prioridad, no tiene canilla libre y no les interesa un drogón perdido. Cada dos días, dos días y medio lo sacan y ponen otro. Gastan entre 12 y 15 lucas con los pibes. Deben ser menores, es menos lío cuando todo se pudre. Porque todo indefectiblemente se pudre. Se pudre a los 45 días, ya lo dije. Después viene lo pactado con la yuta. Se llevan unos 20 mil. Para arriba mandan unas 40 o 50 lucas. Está tabulado. Hay algo para el secretario del juzgado, que si la reparte o no la reparte es cosa suya. Y los bogas de los narcos, que tienen una especie de abono y después cobran por caso, pero poco. Es guita fácil para los bogas, es trabajar prácticamente con un formulario. Calculá, son menores o enfermitos.
La llegada del porteño, en realidad un muchacho del interior que hace años trabaja en Ciudad Autónoma, quebró el hechizo. Saludos, armar la mesa para el desafío. El carpero era el sexto. Otro tipo del interior, que vive en mdq, como le dicen a Mar del Plata. A las cinco de la tarde en Punta Mogotes no hay llanto por Ignacio Sánchez Mejía, pero en enero el sol cae como para secar la sangre sobre la arena. A las cinco en punto de la tarde tiraron los reyes. Redonda y punta y hacha hasta que falten diez tantos. Quince malas y quince buenas. Dos chicos y un bueno.
El porteño, a la derecha, preguntó: de qué estaban hablando. Nadie contestó. No habrá sido de la presidenta, para no pelear con sus soldaditos. De la presidenta ya nadie habla. Kaput. Adiós mundo cruel. Todos están, en Buenos Aires, por lo menos hasta que me vine, con la sucesión antes y la sucesión después. Juá. Los mas locos hablan de asamblea legislativa. Todos sonreímos. Es un bromista de primera el santiagueño. Por la boca muere el pez. Por su tonadita, delatora, se sabía que el porteño era santiagueño.
Alguien insistió. Tiene final la historia de los kioscos. Si, claro, dijo el relator. Son 10.000 pesos por día. Promedio. Suman 400 mil pesos por kiosco. A los 45 días viene la orden. La cana cumple con su deber. Los vecinos aplauden. Rompen todo. Arman uno nuevo a 100 metros y todo arranca otra vez. En mi ciudad hay por lo menos 25 kioscos, aclaró. Pero están en todas las ciudades, esto es un despelote universal. Para los narcos es un negocio aceitadísimo. Te diría que todos ganan un poquito y ellos un montón. En el mundo entero pasa eso. La imagen de Marlon Brando se paseaba por la orilla del mar. La voz de fito sonaba en los parlantes: cerca, Rosario siempre estuvo cerca. Truco. Me fui al mazo con el siete de oro. Por las dudas. Uno nunca sabe nada.
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