Google+ Raúl Acosta: Necesitamos comprar buzones

miércoles, 21 de agosto de 2013

Necesitamos comprar buzones


La vida no es como antes. Antes un dibujante tenía las cosas en claro. La esquina era de galanes de chambergo, lengue, pantalón abombillado, clavel en el ojal y buzón. En la esquina había un buzón. Hoy quien quiera dibujar una esquina puede hacerlo como se le antoje, no hay rendición de cuentas sobre costumbrismo, realidad, hiperrealidad y puntos de fuga. La vida es otra cosa. En algunos casos un blanco móvil, pero ése es otro tema. El tema de las sirenas ululando. Los gerundios son verbos en movimiento, pero ese también es otro tema.

El buzón deviene de la botella al mar. Uno tira una carta dentro del buzón y un misterio la lleva. El cartero abre con una llavecita y se lleva una saca de correo, la sube a un camión, el camión a un correo central, en una cinta transportadora la clasificación. La carta toma camino real hacia su destino. Otro camión, un repartidor que llega toc, toc, carta para usted, doña Eulogia, un pariente de barrio La Poma. La botella llegó a puerto. Milagro.

“Desde estas lejanas playas te escribo para recordarte que te quiero”. El gallego me contaba que “la filo”, la mamá, la Filomena guardó todas las cartas sin decirle la verdad. El llegaba de vuelta de sus vacaciones antes que las cartas. Escribir una postal es un gesto de amor en dos tiempos. Te escribo hoy, recibís cuando tenés el alma en vilo. Somos dos distintos, pero somos. El correo es la intermediación parasitaria del amor. Era. Viva Google, todo el poder a Internet.

Las cartas de enamorados tienen historias que la vida repartió. En todos los idiomas hay una carta tardía. Sin mencionar la cartita a Papá Noel y/o el niñito Dios. También sucede que el cartero puede llamar dos veces. Si en uno de los llamados atiende aquella rubia del filme yo quiero ser cartero no una ni dos, sino una y mil veces. Si el cuerpo aguanta… pero se sabe: las ganas hacen aguantar al cuerpo.

La película lo puso a Neftalí Reyes bailando un tango. No recuerdo bien la escena, recuerdo la tristeza, la pálida melancolía. Todo lo de Neruda me lleva a las alturas de Machu Pichu y su residencia en la tierra. ¿Que más? Si, algo mas, aquella poesía: abandonada, como los muelles en el alba...

Cambiamos, tío Federico. Los buzones hay que buscarlos con un G.P.S. Los buzones ni son rojos ni son fáciles. Según a quien le vendieron el correo argentino así pintaron los buzones. Parecen de Boca o de Central. Muchos desaparecieron. Ya ni tienen guapos las esquinas. Los guapos arman kioscos y mandan a los pibes al encierro para la venta clandestina en mitad del día.

Con el fin de los buzones en el barrio hubo deserciones finas. No aparece ni el avivado que indicaba que era un negocio formidable. Parado a su costado, cuando venía el inocente, hacia desfilar a su parentela de asociados. Les cobraba por carta. El inocente se asombraba, compraba el buzón. Negocio formidable. El avivado se tenía que ir a otra ciudad. Se lo vendía baratito, baratito, créame. Pensándolo bien, por aquello de la oferta y la demanda, el avivado se fue porque desaparecieron los inocentes. Según las reglas de mercado esto es rigurosamente científico.

Comprar buzones era un rango extremo de inocencia (algunos usan otras palabras, sinónimos más enfurecidos) pero no estaría mal, para volver a la realidad más exquisita, la del esperanzado en el mañana, encontrarse con un buzón. Todo retornaría del pasado, el guapo tanguero, el “gallego Del Prado (Calé) dibujando a Buenos Aires en camiseta y el pequero, as de las “pecas” (entiéndase: pecados) el rey de la Mosqueta y el toco mocho, todos juntos vendiéndole el buzón a alguien, a usted, a mi, a quien sea. Pongámosle que a mi.

Hay que acreditarse para comprar buzones. Un comprador de buzones cree en la esperanza, en el discurso, en el porvenir y el aumento de sueldo, en el amor por tres naranjas y en el contigo pan y cebolla. Se necesita un frondoso carné de inocente para comprar buzones. Tal vez no lo otorguen mas. No en el siglo XXI.

Vender buzones es feo. Muy feo. Peor es quedarse sin ganas de creer que el mañana puede ser mejor, que volverán las oscuras golondrinas y el flaco Abel que se nos fue pero aún me guía. Conviene mirar hacia los tejados, pueden aparecer setenta balcones o un loco, motorizado en golondrinas.

Los buzones rojos en las esquinas son los farolitos, los pequeños faros de una historia de cartas y novias, adioses y partidas. La carta que fue, la espera en el pueblo. Deberían volver. Los necesitamos. Los buzones son tan claros como el anochecer de un día agitado y la vida es, se sabe, una jornada de luz y de sombra. El sueño de un idiota, como dice Don Guillermo. Un idiota que aún busca buzones no es tan malo. Hemos visto tantas cosas y creído en todas ellas, que la compra de un buzón sería una intoxicación con agua destilada. Deberíamos reclamarlos. Necesitamos comprar buzones. Cotizan menos que un diván para explicar los planes trabajar a los que no trabajan. Los buzones promueven los recuerdos y la nostalgia es la madre de cualquier relato, de cualquier buzón.

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