Google+ Raúl Acosta: Las heridas de la peatonal

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Las heridas de la peatonal

Empecemos de nuevo. Es una marca comercial, pero a los apósitos les seguimos diciendo "curitas". Pequeñas tiritas de telas engomadas, que en el medio suelen tener una minigasa y consuelan pequeñas llagas y laceraciones. Esas, justamente, están en el suelo de las calles céntricas. Con abundancia en la calle Córdoba peatonal y sus extensiones hacia el Paseo del Siglo. Pegadas en el suelo. Abandonadas. Hay variantes. Mirándolas bien hay variantes.

El suelo, las veredas, las incómodas veredas de la peatonal (no fue una buena decisión ni ese tamaño ni esa calidad, la arquitecta a cargo de tal decisión tal vez lo sepa) están cubiertas de pequeños trozos de vendas que semejan una extraña escritura. Bien de cerca, tocándolas, se llega a las vendas hipoalergénicas o aquel mítico papel engomado, "paspartú" para trabajar sobre telas. Todas formas del pegote.

La peatonal, cada vez más descuidada y maloliente, tiene estos trozos de tela en sus márgenes, no en el medio, donde se supone que desagotan los charcos cuando llueve, sino por donde se camina, a los costados, cruzando a los músicos ambulantes y los vendedores de mercadería trucha que no tienen explicación oficial, pero están y seguirán estando, sin que alguien explique la razón del truchaje y la falta de factura legal donde más se vigila la contabilidad comercial, la legalidad, el Drei, el alquiler, las luminarias y los carteles.

Sobre la vereda de la media plaza en la que se termina la peatonal, ya Paseo del Siglo, se ven más claras. Se camina sobre ellas. Pequeñas tiras blancas en el suelo. Restos de una ilusión. Cada día "los manteros", los que extienden una manta para vender artesanías elaboradas en serie, pipas de tabaco prohibido e infusiones pecaminosas, cinturones gordos y pulseras de cuero en trenzas, pequeñas piedras llamativas y alambres semejando octopus, las usan para retener su mostrador, la manta. Las tiritas sostienen los bordes. La tela adhesiva, cinta plástica, curitas, papel engomado, "paspartu". Las señales siguen cruzando la calle, ya sobre el shopping del centro, se invierten y alcanzan el Episcopado, donde se estacionan abalorios y películas truchas que, sin consuelo para el león de la Metro, se exhiben, se compran con la tranquilidad de quien sabe que no lo ven. Los inspectores de "la Muni" no los ven, me imagino, porque llevan las gafas truchas que se venden exactamente al lado de las peli y del mantero de los collares.

Ver trabajar a los manteros implica escuchar un mundo nuevo, con un argot inexplicable y el mate amargo como señal de realidad. Los manteros, estos manteros no molestan al paisaje urbano, se integran. Se llevan, tela adhesiva y manta mediante, para si uno o dos metros cuadrados de paseo pero no significa nada, excepto la aceptación que ése y no otro es el paisaje urbano de la calle de la ciudad. La peatonal es, sin dudas, la calle de la ciudad. Una ciudad que, con la presencia de los shopping ha perdido la exclusividad de la venta textil, electrónica y del hogar. Solo queda inatacable, la escalera de mármol blanco de La Favorita, que los Falabella no destruyeron (menos mal!!!).

La peatonal tiene una distinción. Una exclusividad que integra a los manteros, los artistas callejeros a la gorra, los perros abandonados, los mendigos contra los portales y los vendedores de truchadas que, con descontracturado griterío ofertan lo que no deberían mostrar, no debería existir y, de existir, debería decomisarse. Este vocinglerío ilegal el shopping no lo tiene, no hay perros ni mendigos ni músicos ni vendedores de truchadas. Nada. Parecería que no negociaron su presencia allí toda la selva de aprovechados que están asentados en el centro. Los manteros fuera de esta queja. Los manteros estarían bien en algún costadito alegre de los shopings; deberían gestionarlo ya que, me dicen, están asociados.

En diciembre los manteros y sus formas de atar el arte (la manta) a las veredas estarán complicados. Se sumarán los vendedores de estrellitas, luces de bengala y toda la cohetería prohibida. Los medios publicarán una nota donde mostrarán que las autoridades decomisaron un cargamento (íntima convicción: uno que no arregló para liberar la conciencia por los que arreglaron). Se multiplicarán los atrevidos, los que ponen estructuras de metal, armazones exhibidores ante una Muni ciega, que deja hacer libremente mientras cobra, con justicia, a los que tienen negocios lícitos. En diciembre, sobre la peatonal, pasearán su atontado calor, bajo las ropas, los que se ganan la vida como Papá Noel de utilería, envidiando al colega de los shopping, que suda menos, por el aire acondicionado y su señal de confort. Frío en verano, calor en invierno, eso es confort comercial.

Cuando todo pasa, a la noche, en la primera hora del día, la calle peatonal, las veredas del centro, siguen ostentando las señales de los artesanos, su forma de atar la manta al piso, mientras queda el eco de sus sueños. Una playa, de este o de otro país, y un destino de artista trashumante. Queda una pregunta. Sobre las arenas las mantas no se aferran con tiritas, curitas, cintas hipoalergénicas ni tiras engomadas. Si. No. No lo sé.

(Publicado en diario La Capital, 04 de diciembre de 2013)

1 comentario :

  1. Siempre tocando la cuerda justita del alma, en esos a fondo que tu Pluma logra como distraída de sí, con una inocencia Bíblica.
    Esa Pluma dice por lo que observamos sin observar, por lo que nos preguntamos sin preguntarnos.
    Querido Bigo, qué bueno tener el tiempito de pasar por acá, refrescarme en tu Palabra y en esa mirada que dice del Mundo. Hacía rato que no lo hacía.
    Un beso para vos.
    Virginia.

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