Mirada desde el sur por Raúl Bigote Acosta
(Publicado en diario El Litoral, 18 de octubre de 2015)
La primera vez que leí a Julio Cortázar me sorprendió. Sus personajes hablaban con el lenguaje de “Buenos Aires en camiseta” y de Niní Marshall. Un poco “Calé” y otro poco Catita. No había encontrado su lenguaje.
La segunda vez que lo leí ya pensaba en francés y escribía en castellano. Cortázar podía decir “el chocolate que nosotros nunca” y que se entendiese.
Mucho del supuesto faltante de su lenguaje refiere a lo que quita y pone. Es un escritor formado en la Argentina con instrucción del país y espaldas totalmente europeas. La Argentina ha sido la deuda de Cortázar como el exceso en Marechal y la esencia en Borges. Las deudas, los excesos y la esencia no son sólo patrimonio de la escritura, son condiciones de la trascendencia.
De “Los premios” a sus cuentos hay una definición. Cortázar mirará el país desde fuera. Aconsejará y tratará de integrarse pero...pas de amour, merci. Ya en su única novela universal (Rayuela, obvio) sus personajes miran el país como lo que es para Cortázar: una lejanía.
Algunos actores políticos parecen personajes literarios. Otros simulan escritores. Cuando en Rosario se habla del subterráneo y sus posibilidades, las cosas se vuelven partituras de cronopios y famas. Los personajes la emprenden con la posibilidad como diligentes hormiguitas del futuro que se declama y/o como empingorotados señores que todo lo saben. Incluido el posible subterráneo en la ciudad. Parecen fragmentos de Cortázar. De otra historia de sus arquetipos.
Viajar no da derechos, pero cualquiera que lo haya hecho a las dos ciudades más argentinas (París y Madrid) quedan tres más: Roma, Milán y Barcelona también lo son, en ese orden; cualquiera que haya subido a los vagones madrileños o las formaciones francesas sabe que eso no es lo que hay en Buenos Aires. Menos el sueño rosarino que alimenta la distracción de cosas cercanas e importantes. No está mal que Rosario sueñe con un subterráneo. El sueño cuesta, ése es el problema. Se lleva en su dormidera lo más cercano. Hablar de lo imposible atrae. La ensoñación no es el opio de los pueblos. Es la vida sobre la almohada.
No está definido, en Rosario, qué transporte urbano (ojalá regional, pero es difícil) ni con qué capitales. No es un tema chiquitito. La concesión venció, hay una prórroga en curso, pero la región Rosario debe decidir cómo circular por sus calles. Hacia dónde, cuándo y cómo. Agustín Bermúdez, con o sin socio santafesino, sonríe. Si no le dan las cosas que pide abandona. La licitación a la que se llamó tiene dos pecados. Preparada para un solo licitante conocido. Sin previsiones para los colapsos económicos y gremiales, tan parecidos. Están barajando sin saber si darán de nuevo.
No está resuelto el transporte urbano, y movilizar 700.000 boletos diarios no es una cuestión de relato. Ojalá escuchen mis ruegos y entre a definirlo el gobernador. Muni, provincia y Nación deben trabajar juntos varios temas. El transporte, uno de ellos. Parecería que nadie entiende la regionalización y la interrelación. El costo del boleto, el costo real, supera los 12 pesos según valores de octubre de 2015. En diciembre no se sabe. No hay cláusula gatillo, los gremios piden lo suyo y el Concejo municipal, opositor, también reclama poder y otras yerbas. Las otras yerbas son muchas.
Los más cercanos a los costos y beneficios, los que manejan presupuestos, sostienen que nadie puede ser dueño de un colectivo si el Estado nacional, provincial y municipal no lo subsidia. No hay otro modo. Sin subsidios no hay transporte como la gente, para la gente. Rectifico: sí, pero al precio mencionado. La provincia no ayuda a Rosario. En el último año poco y nada. Antes, nada. Poner la ciudad en emergencia por el si te, en plan de operación a corazón abierto durante cinco años (es el mínimo estimado para las obras de enterramiento, soterramiento o túneles, como quieran llamar al agujero y los huecos) no es algo que no se se vea, se sienta y se sufra. El blá blá no se oye con las trepanadoras agujereando hasta más allá de lo imaginado.
La plata está, dicen los entusiastas. Refieren a esos créditos blandos, con fin determinado, que el mundo gira al descubierto y que se deberían aprovechar.
En la relación costo beneficio, la ciudad, con el transporte en mal estado, muy jaqueado el transporte público brindado por privados, como los taxis, y sin sustento tranquilo los colectivos, que circulan con prórroga en el caso del único empresario, Agustín Bermúdez, sueña con un subterráneo que paguen los de afuera. Los otros colectivos, además de los del empresario, los mantiene (por default de otros empresarios) la ciudad, sus arcas.
Bueno, es lo que hay: deudas, exceso y esencia. La ciudad también es una escritora y su relato es el día a día. Una suerte de Cortázar a la page que no tiene para el tranvía y sueña con el trasatlántico. Es un relato. Hay otros. Todos cuestan plata.
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