Publicado en diario La Capital, 9 de noviembre de 2016
No podemos soltarnos, vivimos los tiempos del pos peronismo ineludible, inatacable. Cada día está más claro que no tenemos centroizquierda y centroderecha porque ambas márgenes las ocupa, mal o bien, el peronismo.
En 1973, Perón estaba en Madrid. Barrio Puerta de Hierro. La casa de Perón se remató, la compró y desguazó Valdano, hoy especialista en motivaciones empresariales. Ja.
Desde Madrid, pero más desde Barcelona, salían caravanas hasta Perpignan, del otro lado de la frontera, para sentarse en el cine del pueblo francés a ver la película prohibida en España: Último tango en París. Hicimos ese viaje. El sonido "Coltrane", de Leandro "El Gato" Barbieri, atraviesa la película. Un rosarigasino mundial. Ese modo de herir, con la lengua que envía viento tibio de los pulmones a la caña, al gusano, eleva el saxo a su esencia. En el saxo el sonido del sexo cantando. Un lenguaje explícito. La escena de la violación aún hoy conmueve. El sexo es un idioma universal, con muchos exabruptos, injusticias, exageraciones, delitos. Bertolucci insinúa palabras de ese lenguaje. No juzga. Eso es vital. Es la diferencia con los textos del tango, cargados de historias, adjetivos y conclusiones.
La película se rodó en 1972 pero su trascendencia mundial fue en 1973. Tantas cosas en Argentina ese año que ahora, más de 40 años después, mirarla llena una tarde, como dice Gardel, de extrañas figuras.
Bertolucci alude al tango. La obra cuenta la historia de un minirrufián, el suicidio de su mujer y oscuros entretelones. Es suicidio. Es crimen. En la vaguedad está la sustancia. Perdido sale a la calle buscando un piso para vivir y se encuentra con una mujer de veinte años. Dos futuros inquilinos. Punto. Todo arranca otra vez. Marlon Brando y María Schneider, en la película un prototipo de muchachita arrabalera. El saxo de Gato Barbieri viste las escenas. Todas. Oliver Nelson el arreglador. Je. Pavadita .Cuenta la leyenda que Piazzolla no quiso, por tiempo y ganas. A él se la ofertaron.
Hay un eje en la película, un plus, en The Last Tango acaso el último Brando sin abdomen, todavía de galán cuarentón, viste todas las escenas con su perfil, su dicción y esa cosa inexplicable a la que Lorca llamaba ángel. Brando tiene imán, carisma y hubiese sido un fenomenal candidato de cualquier partido. Si recordamos sus manifestaciones por pueblos originarios, lo hubiésemos puesto en un partido progre. Mandaba indígenas a retirar sus premios.
Hay pocos como Brando. Pero hay. Desde "Panorama desde el puente" en teatro, y "Nido de ratas" en cine que Brando es leyenda. Las leyendas se integran perfectamente en cualquier relato, también en cualquier modelo. Se sabe, no es lo mismo relato y/o cuento que modelo. Marlo Brando y/o Bertolucci no se hubiesen detenido en fruslerías. Simplemente vivían. Vida, por su parte, no es relato ni cuento sino actos.
La película tiene dos velocidades. El joven enamorado de María Schneider es Jean Pierre Leaud. El actor francés, aquel de los cuatrocientos golpes. Su personaje quiere filmar una película sobre la vida de su novia y su propia vida y marcha al doble de la velocidad permitida. Dos en una. Bertolucci, el director, muestra claramente dos velocidades, la de Leaud, el joven y la de Brando, el maduro. Bien simbólico. Dos velocidades, dos relatos, un presente insoslayable. En el mismo día y en el mismo lugar apresurados y retardatarios
La película tiene un eje erótico que se vuelve violento y sádico. En un filme abierto, una violación anal con detalles de la previa era y es fuerte. Como si fuese poco el violador recita y obliga a recitar pasajes religiosos a la joven mientras la viola. La relación con la Iglesia es demasiado directa como para obviarla. El personaje, Brando, la Iglesia, los curas, la violación anal. Uf. Todo demasiado cerca.
Otro de los elementos del filme, verdadero eje en la década del 70, es su relación con el cadáver de su esposa. Una rubia en un lecho, la muerta rodeada de flores, no quita nada y agrega mucho a la simbología. Brando llora y se pregunta el porqué de ese suicidio que Bertolucci se encarga de fijar en ambigüedades.
El último tango, el eje del relato, es sencillo. Cuando buscaba sobraba, cuando necesitaba no encontraba. La vergüenza de haber sido, el dolor de ya no ser. Sol. Do. En un salón decadente acuden a una clase de tango argentino en París.
Los visajes del tango que florea Bertolucci tienen su símbolo. Otro. No se baila, se gira y el director clava la cámara en los perfiles. El tango para Bertolucci es un friso, un gesto, un perfil y una foto fija de chinas empingorotadas que lucen el maquillaje cargado.
Desde 1973 ha corrido tanto el Sena... Hoy, en el 2016, sigue firme el texto: la vergüenza de haber sido, el dolor de ya no ser.
Conversaba, sin comercio, con Mario Trejo, amigazo de Bertolucci, que sostenía: Bertolucci era peronista y no peronista a la vez. Comprendía al fascismo y quería la libertad absoluta, como el peronismo típico, que declama diferente de lo que reclama.
Macri debería ver este filme. Sobre el "the end" de Bertolucci arranca su historia. Suyo es el posperonismo, sin Brando, ni viudas, ni relatos, ni violaciones. Claro que corremos un riesgo, mas allá del horror y la pavura las imágenes son muy bellas. Y esa música… Pero si no miramos al peronismo lo repetiremos eternamente. Y ése es el mensaje a los argentinos del compañero Bertolucci.
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