Google+ Raúl Acosta: Sandías #AntesQueMeOlvide

viernes, 23 de junio de 2017

Sandías #AntesQueMeOlvide


Publicado en diario La Capital


El grito pelado del verdulero, aprendiz de verdulero o verdulero de ocasión era uno solo: sándia colorada y calada”. Así, con el acento en la primera “a”.

Las muestras de Frida Kahlo, sus dibujos indicando un “viva la vida” y el dibujo de las sandías las pone en un sitial diferente. La postal con su pintura (1954 Sandías. “viva la vida”) es una reseña de su alarido vital. De una jerarquización diferente.

En aquellos veranos de la infancia la sandía era otra cosa.  Lo de colorada del grito, avisando su existencia y venta callejera, refiere a la calidad,  porque debían escapar de los rigores invernales y no “helarse”. Las sandías heladas por los últimos fríos no tenían ese color rojo sandía. No tenían mucho sabor. Nada de jugo. La certificación era el calado. Un pequeño rectángulo que, al permitir que se atravesase la corteza y se llegase al corazón facilitaba ver, precisamente, su calidad. Colorada.

Citrullus lanatus. Ese es su nombre. Fruta. El pepónide inmenso. La sandía. La “sándia”.

La dejábamos descansar en un balde de latón lleno de agua. A la sombra. Al atardecer la tajábamos, la dividíamos en tajadas y la comíamos de una manera salvaje. Con los dos brazos los costados de “la tajada”  la boca metiéndose salvajemente en la pulpa y (perdón) escupiendo las semillas, las negras semillas de la sandía. Las piernas abiertas impedían que nos mojásemos con su jugo. El blanco de la parte mas cercana a la corteza indicaba el fin de la dulzura.

Quien no haya comido una sandía no podrá entender ese modo liviano y seguro de ésa pulpa. Aflojaba todo. Se deshacía en la boca. No recuerdo un hartazgo de sandía. De mandarinas si, hasta la indigestión; de naranjas mas o menos. Sandías se comían mientras hubiese.

No era lo mismo que el melón. La sandía era otra cosa. Era mas nosotros. Mas la calle y ya está, compremos una sandía. Comamos.

No era fácil dominar una sandía, manipularla. Trasladarla. Si no fuese por la siesta era difícil (esta es una confesión, ya vencidos todos los términos procesales) quitarle la sandía al verdulero que entrecerraba eso, su verdulería, en las siestas sin clientes hasta, por lo menos, el atardecer.
Afirmación final. No todas las sandías eran compradas. Bastaba mirar hacia la esquina donde las semillas, como abejorros desmayados en el suelo, daban la razón al hurto. Traía pocas sandíasDon Pascual. Sabiduría popular.

Las de ocasión no, las compradas tenían riesgo. No había que equivocarse porque no existían los reclamos. Desde aquellos años se sabe que, cuando te calan, se advierte bien qué sos, de qué material estás hecho, te conocen hasta el fondo; que si estás “calado” ya se sabe si habrá jugo o si el invierno te quitó las ganas. Como a las sandías. Igual.

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