Google+ Raúl Acosta: Plumón #AntesQueMeOlvide

jueves, 6 de julio de 2017

Plumón #AntesQueMeOlvide


Publicado en el diario La Capital

La cabeza, usada como archivo, tiene un orden propio. En mi caso la palabra plumón se junta con almohadón y remite a varios anaqueles. El primer anaquel es el que contiene el cuento de Horacio Quiroga.

Esa almohada, esa tristeza de la niña, ese bicho que se vuelve silenciosamente repugnante son partes de uno de los mas bellos cuentos de terror que se puedan encontrar y maldigo al destino que lo puso en castellano y en el confín de los mandamases de la literatura. Algunos cuentos de Quiroga lo ponen en la misma fila que Poe o Lovecraft.

Plumón y almohadón de plumas vienen juntos. Por el mismo precio. Veo a mi madre en la primavera con una paleta grande azotando las cobijas, para guardarlas envueltas en sábanas viejas y naftalinas, el silencioso y oloriento veneno contra las polillas. Y después el almohadón. Sacudido prolijamente, puesto sobre la soga de tender la ropa.

Doble tela y después una suerte de funda. La doble tela para que no se escapen las plumas. El plumón era el recurso extremo, el arma secreta contra el frío en la cama con barrotes de metal y el colchón de lana que el colchonero a domicilio, también en el verano, ponía a punto cada dos años. Escardando la lana. Cambiando el cotín. He visto trabajar a los colchoneros con el escardador y recibir, de recompensa, un abrojo rebelde que se había filtrado entre los copos de lana.
  
Sobre las cobijas (eran dos, una marrón la otra grisácea) la vieja preguntaba si aún tenía frío y ante el si aparecía el arma secreta. El plumón.

El plumón era liviano. Uno encogía un poco las piernas (los cientificistas de la emoción dirían “en posición fetal”) y la vieja empujaba todo sobre los hombros, aplastaba y repartía el plumón sobre la cama y al irse apagaba la luz. Santo remedio.

Una tía, que vivía en un pueblo cercano, conocía a la señora que hacía los plumones. De una sola medida. Un poco menos que dos plazas, un poco mas que la cama de los hijos. Calculo que el ancho lo definía el ancho de la tela que compraba para encerrar tanta liviana pluma que fabricaba tanto calor.

A veces, cuando encuentro estos recuerdos, vuelve el juego de quitar del plumón esas pequeñísimas plumas por el vástago, por su nervio que sobresalía en el descuido de las telas. Solía revisar esas pequeñas plumas de las aves de un corral que nunca vi pero siempre imaginé, como imaginé el bichito colorado del cuento de Quiroga.

En las mas finas camperas importadas, que quieren vendernos como novedad, encuentro el mismo sistema. Las mismísimas plumas e igual juego. Quitarlas de a una.

Nada nuevo en la moda. Saber escribir es otra cosa. Para el cuento de  Quiroga no hay remplazo. No sólo es recordar.

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