Google+ Raúl Acosta: Tiza #AntesQueMeOlvide

jueves, 10 de agosto de 2017

Tiza #AntesQueMeOlvide


Publicado en diario La Capital

La tiza era blanca y al empezar, el lunes, la primera hora de clase  estaban, dos de ellas, en el reborde inferior del pizarrón. Arcilla blanca, arenosa y blanda que, en forma de barrita, sirve para escribir en un pizarrón o encerado y para limpiar metales. Así la definen. La tiza.
  
Aparecieron después la tiza del sastre, el color tiza y la tiza del billar. Recuerdo la primera vez que nos llevamos un pedazo de tiza en el bolsillo del guardapolvo. No sabíamos donde usarla, recorríamos la pared del vecino haciendo rayas. –después aparecieron los grafitis, las leyendas en las paredes que el agua o un restregón con trapos quitaban. A propósito esto es un descargo de un criminal: robábamos las tizas y la portera se enojaba y le decía a la señorita que desaparecían rápido y nos miraba. Las porteras siempre tienen un ánimo amistoso y un costado de vigilantes. No pueden con el oficio, las obliga.

La tiza, el pequeño trozo, del tamaño de un garbanzo, el primer proyectil para la guerra en los recreos. Guerra de tizas.
Una señorita de otro grado era la que sabía dibujar y en el pizarrón del patio, donde estaban las notificaciones, entrando a la derecha, dibujaba las efemérides con tizas de colores. El Cabildo Abierto y la morocha que vendía empanadas, un galerudo para Tucumán y el 9 de julio y florcitas y una nena sonriendo para el día de la primavera.

En esos tiempos esperábamos el día de la primavera; casi siempre llovía para el 9 de julio y había que estar paraditos, con llovizna, frío y medias Carlitos, los pantalones cortos y el pañuelo en el bolsillo, porque la nariz no tenía el mas mínimo respeto al himno y moqueábamos por el primer resfrío del año. El 11 de setiembre ponían en el pizarrón del patio “fue la lucha tu vida y tu elemento…” porque la señorita del otro grado no se animaba a dibujar la cara pelada y fea de Sarmiento.

La hija del sastre y clarinete de la banda municipal se llamaba Gracielita. En el pizarrón decía que la señorita le había dicho que todos le mandábamos saludos y la extrañábamos. Gracielita, esto lo decíamos sin saber de qué se trataba, tenía “cáncer blanco”. La maestra le llevaba los deberes y cuestiones de matemáticas y castellano. Estaba en su casa. Murió un 16 de setiembre y en el pizarrón lo pusieron. Yo lo sabía de antes porque era vecino. Tenía dos hermanas que lloraban y el padre cerró el garaje. Vinieron todos los de la banda, con el uniforme, al velorio en la casa. Cáncer era una mala palabra entonces y blanco era la pureza. El “cáncer blanco” una trampa del mal, disfrazándose de blanco. No pusieron en el pizarrón, ése año, las flores para anunciar el picnic la primavera. Seguro que llovió, porque no me acuerdo de nada, ni del sandwich de milanesa, rodaja de tomate, lechuga y mayonesa.

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