Google+ Raúl Acosta: Ella baila sola

domingo, 18 de septiembre de 2011

Ella baila sola

Nadie sabe el como, pero baila sola

Ni siquiera se sabe desde cuando, pero baila sola. Un día despertamos, ya estaba bailando y no nos dimos cuenta. La dejamos sola. Desde entonces no paró.

Baila hasta cuando debe quedarse quieta. Baila, mueve los pies, agita la cabellera, sonríe, cierra y abre los ojos, suspira. Baila. Difícil seguirle el ritmo. Surge una pregunta.



El cuerpo no ayuda, la guitarra española es el modelo familiar. Sigue siéndolo en la descendencia. El varoncito con su cuerpo, la nena el del marido muerto. Acaso baila mejor desde que quedó viuda. Tal vez bailaba desde antes y en mitad del tumulto uno no se dió cuenta, porque en los últimos años la vida ha sido tumultuosa. Para ellos y para todos los que estaban, estábamos en el baile. No se puede aplicar el dicho de bailar con la más fulera porque no ha sido así. Sería injusto. Ella baila siempre. Ahora de medio luto. Tacones altos, las piernas, ya un poco cansadas, se hinchan y ajustan el tobillo contra el zapato; el baile continúa. Siempre las medias negras. Siempre medias. Cabría una pregunta.



El marido, el muerto, tuvo lo suyo. Muchacho díscolo, lleno de defectos en el habla y en la mirada. La bóveda palatina atrapando mal la lengua entre dos consonantes y esa diplopía que, cuando se ponía nervioso, lo mostraba casi ridículo. La voz se volvía fina, finita. El origen cruzado de inmigrante europeo y un fuerte Edipo chileno marcaron desniveles con la sociedad de un país extranjero. Desde el sur Ciudad de La Plata era lejana, Provincia de Buenos Aires era el extranjero. Ciudad de Buenos Aires extraña. Cercana a París. El sur, para darle la razón, no existía. A veces parece que solo existe como destino de “pasadita”. Fotografía y luna de miel, poco más. Nada fácil aquellos años de escasos videos nuevos para el club de VHS usados. De mucho tiempo de radios, televisoras aburridas y tertulias con cuatro. Las mismas anécdotas, los mismos asados de cordero desgrasado y carne de vaca deshuesada. Ni ganas de bailar. Todo el tiempo del mundo para acumular ansiedades, imaginar disparates. El tiempo de imaginar las zapatillas de baile y el tutú. Hay espacio para una pregunta.



En La Plata las bromas fueron fuertes. Estudiante común en un caso, para el aprobado rasposo. Un caso más clásico: buena chica, un poco introvertida. Volver al barrio con el título. La casa baja. El timbre que no sonaba. La llave de dos vueltas. Apagá la luz cuando llegués. Ni discursos de barricada ni primeros planos. Militancia desde la tribuna. Solo gritos y palmas. La marchita al empezar y al dispersarse. Tal vez allí comenzaron los bailes. Bailes suburbanos que se convirtieron en bailes universitarios, en frío y lejanía. Peñas de vino y Rimoldi Fraga. Tiempos de aprendizaje y nostalgia. Almidón, camisa lavilisto, apuntes mimeografiados, biografías de una carilla exagerada. Paté y criollitas. Cobijas de lana estropeada. Saco azul, camisa celeste para el examen. Traje sastre, pollera debajo de las rodillas, El ancho cinturón escondiendo las caderas rebosantes. Qué lío esas caderas. Manejan el humor en las fiestas de gala. Atrapan una pregunta.



Donde estaban cuando Ezeiza se hizo pedazos. Donde estaban cuando los estúpidos imberbes se fueron de la plaza un poco mas tarde que Ignacio Sánchez Mejía de la arena ensangrentada. Donde estaban cuando Herminio quemó el cajón y Lorenzo Miguel cobijó los secretos del raje de Isabel y el pacto con los militares. Bailando. Seguro que ya estaban bailando. Este es el asunto:¿ dónde estaban bailando? En la noche oscura era otro el baile. Bueno, vea, en esos años no bailaron. Acumularon ganas. Plata, buen pasar. Como tantos, no se crea, como tantos. Que absuelvan posiciones los demás. Hay muchos con la eruptiva marcándoles la espalda. Surge una pregunta.



El con cigarrillos rubios. Ella con jopo y ojos repintados. Vamos con el gerundio: bailando. El timbeando y ejecutando, fumando. Ella soñando. Ambos acumulando.

Eso es algo que se terminó. El nene no acumula igual que el padre y la nena está para las tapas y portadas, para otra escenografía o mejor: para otro escenario. Hoy nadie viene del suburbio de La Plata ni quiere revancha contra una vida que se le reía en la cara y mirá vos: los tengo a todos juntos, anhelantes, están esperando en el pasillo, juntando ganas por fuera del despacho. Se oye una música. Vale una pregunta.



Qué bailará preguntan los novelistas y los biógrafos. Me leerá, preguntan los exégetas y garúes de palacio, ahora, como antes de metralla. Los adivinos del tarot ya se marcharon. Quedan los aduladores y los sigilosos del más duro espionaje. Hijos de Mossad, de KGB, Sureté, FBI, Scotland Yard. Basura de tinta y de diarios amañados. Que bailará, preguntan sin mirarse, sabiendo que nadie les contestará, porque el secreto es el poder mas conocido en el palacio. El misterio es el que manda. La información es el “power girl” que no se alcanza. Se mantiene la pregunta.



Ella baila sola por las calles y las plazas, en los aviones, en tantos escenarios que a veces no cambia la utilería ni el discurso, ni el paisaje ni el baile. La misma milonga en todas partes. La misma miradita a los costados. Nadie bailando cerca. La culpa no es de ella. En la pista no hay nadie. Los demás se marcharon. El marido se fue cuando llegaban las vacas gordas y que desgracia, tanto tiempo de vacas flacas y mirá vos. Che. Qué cosa. Están tocando la canción. La pregunta existe, es una.



Alfonsín se murió y su hijo no sabe nada de pasodobles y contradanzas. Carlitos es un muñequito de torta que nunca supo nada de la chaya y los llanos. Hoy es un amigo innombrable. Duhalde es un putativo convertido en mala palabra. La Hebe va camino a la mesa del fondo, donde nunca llega, en el cumpleaños, la torta de chocolate. Deberían contestar una pregunta



Su marido, a quien nadie tenía en cuenta, reformuló el poder presidencial, blanqueó a la prensa como el cuarto poder y a los empresarios como lo que son: amigos o enemigos de negocios confesados a la madrugada. Negocios confesados. Ningún negocio quedó fuera de la manipulación del hombre que se tomó su tiempo, pero usó la perinola política del modo mas exacto. Todos ponen. Toma todo. Todo menos la pregunta.



Perón fue siempre el dueño de su relato. Ese es el mensaje de los que quieren bailar. El que baila se cuenta a si mismo. Por eso baila. Eso fue Isadora. Resta una pregunta.



El que armó el escenario, contrató la orquesta, hizo la lista de invitados, negoció el bufet y la custodia, los de verdad y la comparsa, no está.



Nadie sabe el como, pero baila sola Ni siquiera se sabe desde cuando, pero baila sola. Un día despertamos, ya estaba bailando y no nos dimos cuenta. La dejamos sola. Desde entonces no paró. Baila hasta cuando debe quedarse quieta. Baila, mueve los pies, agita la cabellera, sonríe, cierra y abre los ojos, suspira. Baila. Difícil seguirle el ritmo. Hoy, por hoy: nadie. Pregunta hay una. Una sola. ¿Qué pasa en el país si deja de bailar?

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