Google+ Raúl Acosta: La bolita y la nieve

miércoles, 3 de julio de 2013

La bolita y la nieve

Los recuerdos siempre llegan con bruma y es esa, precisamente, la que le pone un color sensiblero y una indulgencia. Sin tratos duros. Así aparece el ayer. Bienvenido a casa.

La Bolita 


El marqués, “permítanmé”, estaba loco de atar. Bastante desaliñado se paraba en la escalinata, por Santa Fe, por donde se entraba a la Facultad de Medicina, Odontología. Farmacia,Bioquímica y Ramas Menores y comenzaba su discurso en castellano antiguo, de vieja novela francesa mal traducida….“Vasallos que me veis venir, no creais que se agotó el oro de los dioses…” Se lo llevaban urgente al pabellón de aquellos, el nombre sigue siendo el de la época, al pabellón donde estaban los locos. Eran años, todavía, de shock insulínico y electro shock. Por mucho tiempo, en el siglo 20, siguió esa práctica. Acaso siga. La crueldad siempre es al infinito.

El doctor La Bolita era otra cosa. La primera vez que lo vi me asombre. Después sonreía en cada ocasión que lo cruzaba por los pasillos que mezclaban hospital y Facultad.. Su presencia provocaba una sonrisa. En la Biblioteca de la Facultad de Medicina, delante de un libraco, siempre en la misma página, estaba el Doctor La Bolita (acaso el apellido fuese parecido, el se presentaba así: la bolita -que dice doctor- le contestábamos, sonreía, decía- permiso- se iba)

Flaco, muy flaco, narigón, usaba gorra y se le notaba mucho la nuez de Adán, tenía una voz aflautada y fumaba cigarrillos rubios. El saco prendido y una bufanda como lengue de tanguero. Pantalones arriba de los tobillos, medias caidas y zapatos descuidados.

La historia repetida de unos a otros dice que su condición de enfermo siquiátrico”manso” y crónico le permitía el estado ambulatorio. Hay mas. Lo enviaban a los laboratorios de productos medicinales (en aquellos años había varios y había muchas, muchas muestras gratis)a que buscase las drogas. En aquel mundo, cuando apenas apuntaba la liberación de la mujer con el primer Gynovlar y se demoraba el sueño con Actemin y, si se conseguía, con Dexamil Expansule, en aquel mundo las drogas para las enfermedades”de la cabeza” eran pocas. Seguro traía, de los laboratorios, las drogas para todas las enfermedades que descalabraban el soma de esos muchachos. El Gynovlar, la pastilla anticonceptiva, liberó a la mujer sobre 1960, como 40 años después el sildenafil liberó a los hombres. Uno a uno.

El Doctor La Bolita cruzaba por el pasadizo que llevaba desde la cocina del Hospital Centenario al edificio de enfrente, al “loquero”. Cualquiera que quisiese ser fino, delicado, algo distinto, debía recurrir a una palabra. Pabellón siquiátrico. Siquiátrico. Cruzar ese pasillo subterráneo parecía sencillo. Ancho, tanto que cruzaban tranquilos los carretones con la sopa y los platos era, sin embargo, parte de una película que sosteníamos. Se fugaban los locos por allí. Y entraban las novias y los novios de los internados. Imaginación. Pura imaginación. Falta mucho, doctor, para su tesis - le preguntábamos a La Bolita. Un tiempo- contestaba. Extraña medida de una convención. Con la misma palabra. Se fue aquel país, aquella
Facultad autárquica, donde no entraban los milicos y/o la policía ¿En cuanto? Ya lo contestaba el doctor La Bolita, en un tiempo.

La bola de nieve


Buscarle arquitecto es fácil, mejor es buscarle recuerdos a La Bola de Nieve. Sobre Laprida y Córdoba aún se la ve, en el edificio de allá, antes de cruzar hacia la plaza, hacia el río y El Monumento. La excursión por los bares terminaba en La Bola de Nieve.

La excursión comenzaba en el Pampa. Esos sandwuiches de jamón crudo y mucha manteca, anchos, estaban para el exterminio. La piqueta llegó a Paraguay y Córdoba antes que las ganas desapareciesen. Aun hoy se los recuerda. La excursión pasaba por el Augustus, pero no se detenía. La parada de los muchachos era en Panambí y la primera maquina de candy. En Panambi un café cargado, fuerte, con espuma sobresaliente.

Después a caminar la peatonal, que no era tan, tan peatonal. Una mirada para la esquina de Entre Rios y Córdoba donde el cartel de Salud & Prana sorprendía a los extraños. Todos éramos extraños en esa sociedad que comenzaba a mirarse en los espejos, a pensar que podía ser otra cosa. Frente a la sucursal de Clarín el Zoilo García Quiroga, su corresponsal, tomaba mate amargo y a los invitados destacados los cruzaba hasta El Telégrafo. Clarín era tabloid pero La Prensa, La Razón y La Nación tamaño sábana.

Eran años de Casa Tía, la Granja Royal y la cerrada defensa para que nadie voltease la escalera de mármol de La Favorita. Su mejor decorador de vidrieras el petiso Salguero. Sigue siendo el mejor. Años de La Fragata, sobre Mitre y Córdoba.

Después Sorocabana y el café de manga, café de colador de tela y cafetera sobre el fuego. Otra cosa. Una quinielita al paso con el petiso y la penúltima parada en El Lido, para otro café recargado. Después La Bola de Nieve, bar al sesgo, con mas vidriera sobre Laprida que sobre Córdoba. El último café que ni siquiera era un buen café. Era el final del recorrido. Antes de El Monumento era otra cosa contaba el mas perfecto de los parroquianos de las evocaciones. “El ruso”, el Doctor David José Feldman, contaba que la ciudad sin El Monumento era distinta, que antes de 1957 “la vuelta al perro” no era tan exacta. Defendía al club Gimnasia y Esgrima, a dos cuadras de ése recorrido. Lejísimo. Y al club Huracán, mas lejos, a tres cuadras de la vueltita clásica. Preguntado sobre si era bueno, o no tanto, el café en La Bola de Nieve recurría a una de sus salidas clásicas -El café intoxica, el te es mas sano. Las estadísticas demuetran lo tóxico que es la cafeína para las arterias- La conversación se iba para cualquier lado ante esas afirmaciones. Volver a La Bola de Nieve en la conversación costaba tanto, en esfuerzo, como el costo en dinero del recorrido inverso para un sábado completo, mirando chicas en la peatonal, no tan peatonal, con el corazón acelerado por la cafeína, pero mas por alguna sonrisa. La comida el sábado era en El Rafa, pero esa es otra historia.

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