Google+ Raúl Acosta: "Algo para la nariz"

miércoles, 22 de enero de 2014

"Algo para la nariz"

Nota de opinión publicada en diario La Capital, miércoles 22 de enero

La muchacha entró a la tienda de regalos. Era una calle entera de tiendas para regalos. Buscaba baratijas regionales. Sonrió. Debería mirar la base de los ceniceros artesanales. 

Muchas de las piezas regionales dicen "made in China". Las regiones son sólo para el estudio, las etnias para la reivindicación histórica y los cacharros para una producción mundial. La globalización cuando vino lo hizo en serio.

Esta era la tercera tienda a la que entraba. Las sonrisas de las vendedoras eran reales, siempre son reales. Vender y que compren es bueno. Eso pensó. El mundo se divide en compradores y vendedores. Alternativamente todos vendemos y todos compramos. Pensó en Baumann, Zigmunt Baumann. Consumimos y somos consumidos. En un mundo consumista la sociedad es eso: consumista.

Algo la distrajo, sonaba como una letanía, un llamado, una frase, una frase insistente, eso la distrajo de sus pensamientos y la puso en otro lugar. El distraído es alguien atento a otras cosas, la distracción no existe. Eso pensó. La frase estaba fuera de lugar . Algo para la nariz; la vendedora la miraba e insistía: algo para la nariz. Sonreía. Miraba. Algo para la nariz.

Recordó la muchacha la conversación con el estudiante mejicano en la playa. El día anterior. Hablaban de la memoria y de cómo recordar lo bueno y desechar lo feo. Recordó cuanto decía el mejicano, dicen que el dejà vú es un segundo de desconexión, menos, mucho menos tiempo; por una fracción muy pequeña se corta la conexión que lleva los hechos hasta la zona del rígido más profundo que, en el cerebro, acomoda las cosas en buenas y malas, lindas o feas y deja todo ordenado como sabe. Un segundo de desconexión, una infinitesimal fracción y el cerebro recomienza a guardar. El segundo de corte pone en la memoria lo anterior y se cree que se está viviendo un hecho ya vivido. La explicación del estudiante mejicano le gustó. Se la diría a su madre cuando volviese a su ciudad. Con los regalos. Con el cuento de esta frase que escucha sin entender si está en un boliche prohibido, donde ha estado, o en una plaza pública de un centro turístico de un bello y pintoresco país. Un peligroso dejà vú.

Algo para la nariz. No una, varias veces la vendedora machaca. O cualquier juguete... la vendedora sonríe. Está sola. Podría preguntarle pero un miedo, una conducta, un mandato familiar la detiene. Preguntar es participar. El que participa pertenece, no podrá negar que sabe. Aceptar que se sabe es complicarse. El cómplice es tan culpable como el criminal. Eso lo sabe. Calla y sale. Las baratijas no eran las mejores. Ya encontraría otras. Sus padres entenderían. No sólo vendían baratijas. De algún modo se los explicaría. Sus padres vienen de otro siglo.

La narración es real, como es real la estudiante y el retorno. Y los padres. El siglo XX y el siglo XXI . Todo es real, menos el futuro, que es distancia y misterio. Dónde va nuestro grupo social, el que conformamos.

La estudiante, la hija estudiante, que andaba de mochilera por América, le contará a sus padres que le ofertaron cocaína en una tienda de recuerdos turísticos, que era una oferta común, no descarada, si desenfadada.

La madre le contará a sus amistades que su hija es sana dos veces. No consume y cuenta sus experiencias a sus padres. El orgullo invadirá la cena familiar.

Ya es un paisaje social natural la venta de drogas. Bueno. Punto. No advertimos que es natural que no nos asuste. Que sigue siendo, por ahora, motivo de charla en una cena. Por ahora.

La hija cuenta, la mamá se enorgullece, se acomodan a la sociedad que la madre integra, donde es fue o será dirigente, maestra, relatora.

Donde quiera que se ubique cada persona es bailarina de un paso fundamental. Certifica que la droga está. Que en el siglo XXI los problemas son otros y que no se irán si se los niega y menos si se los acepta y listo. Esa madre que cuenta orgullosa que su hija no aspiró coca es la condición natural de la sociedad. Mi hija no. Yo no.

Que hace esta madre para mejorar el mañana. Nada. Hizo mucho para este presente indicándole a su hija que la droga no es buena ni es salida. Si. Hizo mucho. No alcanza.

Una sociedad que se acostumbra a la droga se acostumbra a los dineros de la droga, no sólo a los que consumen. A la vida con la droga en la relación social. Con el dinero del narcotráfico pagando escuelas, negocios, barrios, ciudades, fútbol. Clubes de fútbol. Todo contaminado, funcionarios, vendedores desenfadados en las tiendas de baratijas regionales.

Falta un paso legal. El fin del kiosco y de la clandestinidad. Ya no son clandestinas las ganancias, y lo peor, no son clandestinas las costumbres. Se enorgullecen los que no están dentro.

El viejo Eli Chinoy dice que los "modos, usos y costumbres" definen la sociedad. Y que estudiarlos es útil para entender esa sociedad.

La cuadra se enoja con el barrio. El barrio se enoja con la ciudad. La ciudad se enoja con el Estado provincial. El Estado provincial se enoja con la Nación. Hagan algo contra la droga.

La Nación dice haremos algo y así, sucesivamente, bajan los anhelos superficiales. Todos harán algo. El resultado desmiente la promesa.

La droga tiene una concepción mundial del comportamiento, del poder de recluta y convencimiento. El acoso y derribo a los bastiones donde no penetraba conmueve por lo sencillo y desembozado. Alfileres contra espadas. Moralina contra la reconversión del pecado. Como los médicos y jueces antiaborto que dejan a la nena violada y preñada para que todos aprendan que el sexo es malo.

La droga está en la Justicia, en las fuerzas de seguridad, en el vecino y en la pieza del fondo, avanzando contra el living y el salón principal. La droga está en el mejor lugar. El dinero, las inversiones pondrán sus ganancias en marcha. Casas, candidatos, carteles, barrios, armas, el cumpleaños de los pibitos de la villa. Todo. No queda nada fuera. Deberíamos preguntarnos sobre la pelea de fondo de las sociedades. Seguridad versus libertad. Está visto que no compatibilizan demasiado. Y la felicidad, el Estado de bienestar y su antecesor, la justicia social

La verdadera batalla es conceptual. Aceptar que el dinero lava pasados y franquea el mañana es del mejor historial de la denuncia y el melodrama escrito, radial, televisivo y cinematográfico. Ganan los malos. El crimen paga. Ese mensaje equivoco se ha vuelto gigante. No está allí la pócima salvadora, está la puerta que se abrió. La puerta abierta franquea un mensaje. No hay castigo no hay culpa, no hay bien y mal. Hay riqueza. Hay futuro de ese modo. Y algo para la nariz.

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