Mirada desde el sur
(Publicado en diario El Litoral, 13 de julio de 2014)
La pasión por sobre cualquier razón. La que sea. Estos días han sido eso: la prepotencia de la pasión. No se la puede evitar. Somos pasionales que después justificamos, cuando se puede, con argumentos racionales, el ímpetu, las ansias, la pasión que desata los dos sentimientos que abarcara Jung. Amor y odio ¿Qué más? Sólo gradaciones. Diferentes grados de uno y otro.
Cada vez que un acontecimiento donde se juega el alma aparece, las razones se esfuman. Nos emparejamos en esto de querer y odiar, de gritar hasta la ronquera. Parecería que los sentimientos no tienen burocracia, ni escalas sociales. Parecería, pero lo sabemos: no es así. Algunos odian más que otros y muchos se envenenan más sencillamente. Y, finalmente, los que se aprovechan del puro sentimiento. Los aprovechados. Cada vez que se pide humildad, reflexión, generosidad, se sabe: el odio creció más que el PBI de los buenos.
¿Es posible un país de este modo? Evidentemente sí, porque así somos. No hemos destruido el país con nuestras pasiones; ciertamente lo hemos puesto varias veces al borde de alguna locura de tales características: pasionales.
Qué otra cosa que la loca pasión puede llevar a un discurso esto: “Por cada uno de los nuestros que caiga caerán cinco de ellos”. Qué más que la ceguera puede escribir en una pared esto otro: “Viva el cáncer”.
La pasión puede encolumnarse detrás de un nombre, un acontecimiento y de hecho así sucede. Es también la pasión la que deja ciegos los pasillos, las calles, los estrados y los libracos. Ante la pasión hasta los jueces flaquean y sigue siendo la fiebre puerperal uno de los últimos bastiones que la justicia no toca. Matar por un amor es toda una historia. Por amor y por odio. La suerte de los pueblos se aturde y acogota con esta cuestión. Lo peor viene después: justificarlo. El gran maestro ha sido Shakespeare. Toda su obra se construye con la exploración de los sentimientos, las diferentes posturas de los hombres, los criados, los reyes, los oscuros e inciertos. Ante un drama, un hombre o un pueblo se encuentran y toman posición. Puro teatro. La vida copiándolo.
Toda la razón marxista (otro dogma) explica las guerras, las muertes, el odio, por razones económicas, matemáticas. El capital que quiere agrandar la plusvalía. El dinero que descubre América y asesina en Sarajevo. El oro moviendo sentimientos. Sí y no. No hay país que se resista, aun en mitad del marxismo más recalcitrante o más despótico, a la pasión de un juego. Chinos jugando al Ma Jong no son otra cosa que jugadores. Los rusos en Juegos Olímpicos. Las chinas en el tenis de alta competencia.
No hay marxismo que explique un gol, el desaforado grito de gol, del mismo modo que este amor que siento, que sentimos, no tiene freudianos y lacanianos que tengan vacunas definitivas.
Pertenezco a la clase de personas que han llorado en una tribuna (Colón, en mi caso Colón y un ascenso, el primero) y me caben todas las previsiones que nos vuelven endebles, influenciables, maleables, dominables, rehenes eternos, carne de púlpito, parroquia, discurso y relato.
¿Es posible escaparse del gol, la alegría y la tristeza? (un gol es a favor y en contra, provoca los dos sentimientos en un mismo instante). La respuesta es personal: no. Se debe trabajar para que el gol no cambie los cheques del lunes y el asma del martes. Tampoco el humor del mes ni los votos del año que viene. Se debe trabajar... racionalmente (risa).
No es sencillo. El gol es sicosomático, como el que lo grita. Acaso por eso, este mundial nos ha pegado de este modo: consistente.
Necesitábamos una alegría. Una. Un viejo triste decía: un terrón de azúcar y una bolsa de sal. No es eso, no es así, pero...
La Argentina es un país con un pasado corto. Alemania tiene, en cualquier pueblo, una iglesia de 500 años y nosotros somos un virreinato desde la segunda mitad del 1700, una colonia liberada desde el 1800 y un país con poca gente desde el 1900. Decimos que tenemos democracia desde el 1983 y gobierno popular desde hace una década. No todo es cierto. Casi nada es cierto porque todo, en el hombre, es sentimiento y los sentimientos, ya se sabe, pertenecen al odio, al amor y al infinito espacio del llanto y la tristeza.
La Argentina es un territorio donde todo se juega, todo se jugó a un grito de gol en mitad de una siesta. Cada lunes, como decía Gardel: el mundo sigue andando. Nosotros también. Pertenecemos a la sinrazón del sentimiento. Ojalá nos despeguemos. Un poco, apenas para elegir buenamente. Mejor dicho: diferente, de modo diferente. Estoy enamorado, no sirvo para la razón que explique lo que pasa. Qué me pasa.
Cada vez que un acontecimiento donde se juega el alma aparece, las razones se esfuman. Nos emparejamos en esto de querer y odiar, de gritar hasta la ronquera. Parecería que los sentimientos no tienen burocracia, ni escalas sociales. Parecería, pero lo sabemos: no es así. Algunos odian más que otros y muchos se envenenan más sencillamente. Y, finalmente, los que se aprovechan del puro sentimiento. Los aprovechados. Cada vez que se pide humildad, reflexión, generosidad, se sabe: el odio creció más que el PBI de los buenos.
¿Es posible un país de este modo? Evidentemente sí, porque así somos. No hemos destruido el país con nuestras pasiones; ciertamente lo hemos puesto varias veces al borde de alguna locura de tales características: pasionales.
Qué otra cosa que la loca pasión puede llevar a un discurso esto: “Por cada uno de los nuestros que caiga caerán cinco de ellos”. Qué más que la ceguera puede escribir en una pared esto otro: “Viva el cáncer”.
La pasión puede encolumnarse detrás de un nombre, un acontecimiento y de hecho así sucede. Es también la pasión la que deja ciegos los pasillos, las calles, los estrados y los libracos. Ante la pasión hasta los jueces flaquean y sigue siendo la fiebre puerperal uno de los últimos bastiones que la justicia no toca. Matar por un amor es toda una historia. Por amor y por odio. La suerte de los pueblos se aturde y acogota con esta cuestión. Lo peor viene después: justificarlo. El gran maestro ha sido Shakespeare. Toda su obra se construye con la exploración de los sentimientos, las diferentes posturas de los hombres, los criados, los reyes, los oscuros e inciertos. Ante un drama, un hombre o un pueblo se encuentran y toman posición. Puro teatro. La vida copiándolo.
Toda la razón marxista (otro dogma) explica las guerras, las muertes, el odio, por razones económicas, matemáticas. El capital que quiere agrandar la plusvalía. El dinero que descubre América y asesina en Sarajevo. El oro moviendo sentimientos. Sí y no. No hay país que se resista, aun en mitad del marxismo más recalcitrante o más despótico, a la pasión de un juego. Chinos jugando al Ma Jong no son otra cosa que jugadores. Los rusos en Juegos Olímpicos. Las chinas en el tenis de alta competencia.
No hay marxismo que explique un gol, el desaforado grito de gol, del mismo modo que este amor que siento, que sentimos, no tiene freudianos y lacanianos que tengan vacunas definitivas.
Pertenezco a la clase de personas que han llorado en una tribuna (Colón, en mi caso Colón y un ascenso, el primero) y me caben todas las previsiones que nos vuelven endebles, influenciables, maleables, dominables, rehenes eternos, carne de púlpito, parroquia, discurso y relato.
¿Es posible escaparse del gol, la alegría y la tristeza? (un gol es a favor y en contra, provoca los dos sentimientos en un mismo instante). La respuesta es personal: no. Se debe trabajar para que el gol no cambie los cheques del lunes y el asma del martes. Tampoco el humor del mes ni los votos del año que viene. Se debe trabajar... racionalmente (risa).
No es sencillo. El gol es sicosomático, como el que lo grita. Acaso por eso, este mundial nos ha pegado de este modo: consistente.
Necesitábamos una alegría. Una. Un viejo triste decía: un terrón de azúcar y una bolsa de sal. No es eso, no es así, pero...
La Argentina es un país con un pasado corto. Alemania tiene, en cualquier pueblo, una iglesia de 500 años y nosotros somos un virreinato desde la segunda mitad del 1700, una colonia liberada desde el 1800 y un país con poca gente desde el 1900. Decimos que tenemos democracia desde el 1983 y gobierno popular desde hace una década. No todo es cierto. Casi nada es cierto porque todo, en el hombre, es sentimiento y los sentimientos, ya se sabe, pertenecen al odio, al amor y al infinito espacio del llanto y la tristeza.
La Argentina es un territorio donde todo se juega, todo se jugó a un grito de gol en mitad de una siesta. Cada lunes, como decía Gardel: el mundo sigue andando. Nosotros también. Pertenecemos a la sinrazón del sentimiento. Ojalá nos despeguemos. Un poco, apenas para elegir buenamente. Mejor dicho: diferente, de modo diferente. Estoy enamorado, no sirvo para la razón que explique lo que pasa. Qué me pasa.
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