Por Raúl Bigote Acosta
Nota de opinión publicada en diario La Capital el día miércoles 06 de mayo
La transferencia política, que no es la delegación de poder, tiene pocos adherentes. Citan a De Gaulle y a Perón como ejemplos. Este último fue drástico: "Mi único heredero es el pueblo". Es la fe, la adhesión afectiva la que puede sostener una transferencia de uno a otro. Muchos sostienen que solo las ideas perduran. Que una idea se continúa mas allá de los hombres. Las religiones son el mejor ejemplo. Solo la fe sostiene el traspaso.
Una de las más brutales y claras transferencias políticas que reconoce el país es la que protagonizaron un fiel escudero con pocas luces y un inmenso sujeto de la política nacional. Aun cuando era visible quién mandaba y a quién se debía obedecer (votar), el eslogan definía posiciones: "Cámpora al gobierno, Perón al poder".
La disquisición entre gobierno y poder merece capítulos enteros. Esa campaña política resuelve cualquier teorización. Nadie puede omitir el ejemplo de transferencia política. Héctor Cámpora, el odontólogo de San Andrés de Giles recibió, en 1973, tantos votos que asusta pensar en los argentinos entregando un cheque semejante, ya que el voto es la herramienta esencial de la construcción colectiva sobre democracia, gobierno del pueblo y mandato popular.
Sobre 1983, en Argentina, el voto que ofertó el peronismo fue el voto negativo. ¿Qué fe convocaban Luder/Bittel? Fue más sencillo entender el relato alfonsinista. Argentina no tuvo una transferencia positiva del radicalismo de ése Alfonsín con aquel Angeloz. Es evidente que el voto transferido, delegado, necesita, al igual que el tango: dos para bailar.
Menem es un ejemplo perfecto. No puede, no quiere, no desea o simplemente no alcanza. No transfiere a Duhalde. La sociedad decide firmarle un cheque en blanco a la Alianza. Cada tanto aquel sueño de la Unión Democrática se actualiza. Está por suceder. Carrió lo sintetiza.
Es necesario mirar otra vez de qué modo se comportó la clase política en el estallido económico social. Es en las crisis cuando asoman otros dirigentes. La mirada no favorece a los actuales actores, que no sólo que no se fueron sino que nos acompañan y, en muchos casos, nos gobiernan. Puede decirse que ésta, la elección de 2015, es la que concluye aquella crisis y pone en análisis el tema: ¿hay transferencia posible?
La secuencia marido a mujer y mujer que se convierte en viuda llorosa es posible una vez. Las tragedias son únicas. Nadie se muere dos veces. Ni siquiera en la política Argentina. Fue.
Argentina se enfrenta, en estas elecciones, con los primeros gobernantes que no deben rendir cuentas del 2001. Tampoco pueden envilecer el discurso recordando, en cada acto, cómo estábamos cuando estábamos tan mal, para justificar con el pasado arbitrariedades manifiestas. Fin y comienzo. Se terminó.
En la ciudad de Rosario la transferencia política tiene ejemplos para la cátedra. La claudicación caprichosa de Horacio Daniel Usandizaga desnudó al radicalismo. Nunca, nunca más. La ciudad votó a un socialista, Héctor Cavallero. De su mano llegó una saga que nos contiene. Debajo de Cavallero llegó Hermes Juan Binner. Si eso fue un acto de fe la segunda transferencia (Binner a Lifschitz ) fue definitoria. El ingeniero intendente arrancó con 3 por ciento de grado de conocimiento e intención de voto y de la mano de Binner terminó superando a Norberto Nicotra por 5.000 votos (PJ) y la historia continuó.
Binner se pone a Giustiniani al hombro y se acercan a Reutemann en la lucha por las senadurías (elecciones nacionales 2009). Era demasiado; con el Lole no se pudo. Un poder transferido contra un original. Chau. Acaso en este año… en fin… si el Lole juega y Binner juega, se verá la potencia de dos transferencias… hum. Esperemos.
La transferencia es absoluta cuando, en el 2011, contra toda lógica, no es Lifschitz el candidato a gobernador sino el ministro Bonfatti. Hubo en esa campaña más afecto que en la anterior. La transferencia es más fe que conocimiento racional. El voto certificó eso: fe. Confiaron en el que transfería. Binner lleva a Bonfatti a la gobernación sobre Miguel del Sel por 30.000 votos. Por poco. La fe y la confianza son transferibles hasta un cierto punto, pero convengamos: existen. Es un capital político ¿Qué otra cosa que fe es la cara de Macri diciendo que Rodríguez Larreta reescribirá Las glorias de don Ramiro?
Falta eso en Cristina Fernández de Kirchner. ¿A quién, con afecto, transfiere? Para transferir es necesario confiar, demostrar que quien sigue en la fila es parte de la propia historia.
Cuando Binner transfirió el proceso de fe se convirtió en votos. Cuando NK transfirió igual, su mujer heredó el poder. Cuando Perón sonrió y aceptó al inocente tío también se produjo.
Soberbia, desconfianza, egoísmo, las avaricias conspiran contra los procesos colectivos.
El exceso de poder es perjudicial para la honradez, pero también para la generosidad. El poder otorga soledad como condición del sueño. El sueño colectivo es vigilia. Es generosidad. Sin generosidad no hay transferencia.
¿En quien confían los gobernantes? ¿A quién quieren los gobernantes? ¿El pueblo vota transferencias? Responder es entender el futuro. Se sabe quién certifica la respuesta al ciento por ciento: el voto popular.
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