Google+ Raúl Acosta: Cementerio y olvido

domingo, 27 de noviembre de 2016

Cementerio y olvido


Publicado en diario "La Calle", de Concepción del Uruguay, 27 de noviembre de 2016


El tipo mira sobre el hombro. Acaba de salir del cementerio. Hay un  olor particular. La mañana es de sol. Respira hondo. Parece que el sol le apuntase de un modo cruel, personal. La crueldad suele ser personal, la indiferencia colectiva. Hay indiferencia social, colectiva, lo sabe muy bien. Entrecierra los ojos. Si anduviese con los ojos cerrados igual, el olor indicaría donde está, sabría de dónde viene y como ahora: no sabría donde ir. Se estremece al pensar: ¿debería quedarse?. Aleja la pregunta. Nadie se queda.

Piensa en el ayer pero no le gusta ese caracol. Es misterioso el futuro. Algunos se refugian en el pasado por miedo al mañana, al amanecer. No es su caso. No tiene miedo. Simplemente no sabe dónde ir. Insiste el pensamiento fúnebre: ¿debería quedarse?

Quedan pocos de los suyos. El que se fue era uno. Recuerda las primeras reuniones, la casa con la galería larga y los compañeros en la pieza del fondo. En la galería el olor a jazmines y  glicina. Cooperativismo era el tema. Los recuerdos están perfumados. Un perro. Su mano tirando el cigarrillo al patio regado. Cigarrillos “Continental”. Áspero tabaco. Mate amargo. Cooperativismo. C.O.T.A.S., Cooperativa Obrera del Transporte Automotor Santafesino. La integración de cuotas, el crédito a soñar. Pelear por esas ideas. El cooperativismo es solidario, es mas justo, es mas humano, es mas cristiano. Es más. El hombre, cuando necesita de los demás, es cooperativo.

En aquella pieza del fondo el compañero que acaba de despedir le habló de la Secretaría de Trabajo y Previsión, de viajar a Buenos Aires. Peso sobre peso. Primero colectivo a Rosario, tomar el que hacía la combinación y allí, desde Rosario Norte, el tren a Retiro. Las glicinas aquellas se mezclan, en su evocación, con el aroma de los azahares y el fuerte olor del tabaco correntino, apenas teñido. Y los fósforos “Ranchera”, papel encerado y retorcido, arena pegoteada en la caja de cartón azul, para raspar esa cabecita de azufre trabajado. Otro olor que recuerda: el fósforo raspado y la mano, ahuecada, para frenar el viento. Nada se compara al registro de los olores. Directos al cerebro. No hay censura para lo que se huele. Entre los olores y la conciencia no hay intermediación ni cuentos.

Todo  viaje es sencillo cuando se llevan esperanzas. Nada más liviano e inatajable que un hombre esperanzado.  Si tuviese que contar las cosas diría que lo único que había, en aquellos años de injusticia, era eso: esperanzas. Dinero poco, trabajo escaso y mal pago. Esperanzas todas. Las propias, las de los hermanos, la compañera, los hijos cayendo o al caer.  La vieja, la mínima casa compartida y la idea: crecer. Casa, heladera, cocina. Todo por adquirir. Una mesa grande, una comida de todos un domingo. Comida para todos un domingo.  Ja.  La mesa, el mantel de hule floreado, con el pan fresco y el vino de botella. Empezaba a entender de cromados, chapas dobladas, enlozados. Escuelas Técnicas de Capacitación Laboral.

Todo vuelve al mismo sitio. El amigo que se fue insistía: con estas escuelas los chicos tendrán otro destino. Viene el mundo de los técnicos, negro. Eso diría, si tuviese que contar las cosas. Nadie pregunta por el pasado a quienes vienen escondiéndose del ayer. Advierte con pesadumbre que hoy, al pasado, los que cuentan su historia prefieren imaginarlo solos, para contarlo de otro modo. No preguntan a la memoria popular. La memoria de un  pueblo tiene tantos recuerdos…

Los recuerdos se mezclan con  la memoria y las intenciones de aquellos tiempos. Recuerdo no es lo mismo que memoria y las intenciones cambian los recuerdos, engañan a la memoria. Cuánto tiempo fue el día de espera. Nada, sin embargo fue mucho. Una vida. Aquella vez se quedó ronco. Carraspea. La ronquera es de la plaza, de los cigarrillos apenas teñidos para perfumarlos y la provocó la noche, el largo viaje, el griterío y la pregunta:”dónde estuvo, dónde estuvo…”

Era noche cerrada y, además, fresca. Tenía ganas de orinar y el amigo le dijo “por acá nomás”. Se estrechó contra el tapial. Algunos, que también venían de lejos llegaron antes, acomodaron sus pies descalzos en una fuente que pronto se tiñó de sudores y orines suburbanos.  El no pudo. Ni para las patas en la fuente había lugar.

En la puerta del cementerio se reprocha los recuerdos, la loca pelea con la memoria, la absurda batalla con las intenciones. Para qué. Por cual razón hablar, Con qué precaución callar… .”Ahora habrá que hacer un esfuerzo, negro, tenés que ayudar. De un lado están ellos, los oligarcas, del otro nosotros… “

Sonrió. Sus hijos llegaron a la facultad porque alcanzó la plata para que empezasen a estudiar y después ya no supo cómo pararlos. Como a los recuerdos. Arrancan los recuerdos y bailan solos.  Cuánto pasó. Cuánto. Cuanto socialista mirando de costado, confundido. Cuanto laborista subido a un partido nuevo. Cuanto marxista perdido para siempre. Cuánto liberal acorralado.

Inspiró hondo, llenándose el pecho. Sonaba una campana, otro muerto que venía por su tierra. Llegué hasta aquí para nada, se dijo. El que se queda en el cementerio no sabe que lo acompañé. O si. Quien sabe. Quien. La justicia social sin resolver. Las explicaciones siempre son después. Las explicaciones son el diario del lunes. Hay que estar en la cancha de Colón el domingo para gritar el gol, el lunes los goles no son goles, son relato de los goles. Cuánto abrazo en los días de evocación. La proscripción. El avión negro. Los muchachitos equivocados. La violencia solo engendra la violencia. Los milicos “hijuna gran siete…”


Sigue la campana anunciando muertos pero, en el cementerio, la campana qué puede hacer…Un auto trae deudos de un muerto cualquiera, no del suyo, y lo mueven de la puerta del cementerio con otros llantos y otros recuerdos ¿Cómo era que se llamaba el muerto? Se está poniendo viejo, antes recordaba ése nombre. Antes recordaba muchas cosas. Antes. Advierte que cementerio y olvido se parecen pero el ya lo sabía, solo que también sabe que estar vivo es pensar en mañana, los únicos que piensan en el ayer son los muertos, porque  en el ayer pretenden esconderse de su último sueño.

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