Google+ Raúl Acosta: Dulzura #AntesQueMeOlvide

miércoles, 7 de junio de 2017

Dulzura #AntesQueMeOlvide


Publicado en el diario La Capital

Tengo aun sobre los labios esa sensación, la de comer el azúcar de algodón. Esos copos de azúcar, esos finísimos hilos de una nada dulce que se derrite en la boca, los labios, y deja un pegote que nada arregla. Que se mantiene hasta que el agua y las manos restregando la cara solucionan.

No hay pecado en el algodón de azúcar. Puede haber tentación si los niveles de azúcar en sangre indican stop, cuidado con los dulces, porque es una de las pocas cosas que el libre mercado ni siquiera avisa. Es dulce y chau. No tiene contraindicaciones porque ni siquiera tiene envase. Es su propio packaging.

Suelen envolverlo en una delgadísima bolsa de polietileno, de poquísimos micrones de espesor, para cuidarlo del viento, como si fuese una de esas telarañas del aire, las babas del diablo; también para que aguanten hasta el atardecer.

En parques, paseos, plazas y monumentos hay una máquina donde el cilindro gira y gira fabricándolo. Cerca las manzanas acarameladas. Y el maíz pororó, maíz pisingallo, rosetas de maíz o, si quiere volverse medio yanqui: el pochoclo.

Es toda una experiencia, en la casa que se animen, ver saltar los granos de maíz y reventar contra la tapa de la cacerola puesta encima de la sartén. Lo recuerdo. Era un encuentro, un postre, una diversión. Una grieta que aún divide a los amores. Pororó dulce o salado.

No conozco métodos caseros para fabricar el algodón de azúcar. Si he visto azúcares coloreadas y copos azules y rosados. No le quitan ni le ponen al milagro. Una pequeña cucharada de azúcar y la base que gira y gira, mas el calor y ya está, el milagrito del azúcar volviéndose telaraña, algodón, enroscándose en el palo y dejando todo presto a lo dicho: con poca materia prima una posibilidad de aumentar el valor y ganar algo.
  
También el pororó, como los copos de algodón de azúcar, se comporta como un fenómeno cercano a la multiplicación de los panes, el fenómeno de las Pymes y la tan mentada recuperación económica, por el valor agregado, aumentando la capacidad económica a partir de elaborar la materia prima. Ejem.

Si pensamos en las cadenas de cine, con la venta industrializada del pochoclo, advertiremos que el asunto es mundial y de giros en dólares y eso asusta. Un puñadito de maíz, comprado en bolsas, o en toneladas cuando se trata de una cadena de cines, se convierte en un formidable negocio. Muy rentable.
  
Quedémonos con lo simple, lo que nadie podrá quitarnos. La cara totalmente embadurnada por comer, lengüetazos mediante, un copo de azúcar que, como la mejor metáfora de la felicidad, no es tan sólida ni tan duradera pero eso si: es dulce. Es difícil separar la definición de felicidad de la dulzura. Dificilísimo.

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