Publicado en diario La Capital
La Naturaleza , sobre la que insisto que es programada, no es sabia sino programada, tenía su participación en aquella vieja casa familiar. Los bichitos, los insectos, los pequeños personajes daban el presente en esa asignatura que es el equilibrio de lo dicho: la naturaleza. Mas que una asignatura, acaso el engranaje que nos mantiene por estos pagos.
Las babosas y su huella brillante eran parte del jardín. La vieja sostenía que no eran insectos sino moluscos y a la vieja la discutíamos poco en aquellos años de ida. Suponíamos, con razón según advertíamos, que los adultos conocían de ciertas cosas mas que nosotros, aprendices de la vida día tras día. Junto a las babosas los bichos bolita, también del jardín. Especie mínima mezcla de cien pies y puercoespín, se enrollaban en si mismos convirtiéndose en bolitas. Moluscos unas, crustáceos los otros. El mar en el jardín de mi casa. Suelo verlos a ambos. “Limpiá” el jardín que con la hojarasca crecen estas porquerías, decía la vieja. Mi viejo pasaba por el pequeño jardín de entrada como si en ese sitio estuviese el diablo o la nada. No lo miraba. Eran claros los roles en aquellos años. Eran años de roles, de mandatos según el rol, el libreto de la sociedad.
Recuerdo el recipiente redondo, un cilindro achatado y un clavo de cabeza ancha tapando el orificio, en mitad de la pared lateral, por donde salía un polvo blanco, a poco que apretase arriba y abajo de ése cilindro, esa polvera gigante y rustica. Ese polvo era DDT. Lo aprendí rápido, dicloro, difenil, tricloroetano. Insecticida. DDT. Buscábamos el caminito de las hormigas y la entrada al hormiguero. Allí el polvo. No respirés, decía la vieja, pero dejaba que lo hiciese.
Las hormigas voladoras eran cuestiones de los temporales. Como otras mas grandes, con el abdomen amarillo y el tronco negro. A los abejorros negros (mangangá), como a las avispas y las abejas las veíamos pasar. Dejalas que están haciendo su trabajo decía la vieja. Lo dicho, los adultos sabían, la vieja hacía referencia, supongo, al tan mentado equilibrio ecológico y las abejas como vehículos, en las floraciones, de las especies, el polen y esas cosas. Hacíamos caso.
Una pequeña azada, una palita curva, otra de puntear, el rastrillo. Cuidar el jardín y acomodarlo antes de la primavera era un castigo. Trabajos forzosos que permitían helado el sábado y tortas el domingo. No eran comidas de todos los días, eran festines.
Corré ese grillo, pero no lo mates, comen las medias pero no lo mates. En casa nunca hubo ratones porque el patio trasero cobijaba una gata y cada tanto la cría era entregada a cualquier parte, pero el mismo equilibrio mencionado hacia que entre los dos perros y la gata algunos animales no apareciesen. Sigo aconsejándolo: a los ratones los eliminan los gatos. Con las cucarachas, que a veces aparecían, el remedio de la vieja sigue siendo el mejor: zapatazo, chancletazo. Aún hoy, para toda clase de cucaracha. Infalible.
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