Google+ Raúl Acosta: Libretas #AntesQueMeOlvide

viernes, 18 de agosto de 2017

Libretas #AntesQueMeOlvide


Publicado en diario La Capital

Había varias libretas en nuestras vidas, caminito de ida por el mundo. La Libreta de Estímulo que era rosada y traía frases conceptuosas, estimulantes, de la maestra de grado porque en los primeros (grados) la calificación podía no ser estimulante y no le convenía a nadie.

Después la Libreta de Ahorro, de la Caja Nacional de Ahorro Postal, con esa piba peladita en la tapa, con la alcancía y dentro los huequitos punteados para pegar las estampillas de la plata canjeada por esos timbres. Si, leyó bien. Ahorro.

La Cédula de Identidad nos acompañaba hasta que llegáramos a la Libreta de Enrolamiento, a los 18 años de edad. Similar a la Libreta Cívica, para las mujeres, por la misma razón: mayoría de edad. En la libreta de enrolamiento el himno, el escudo, el lugar para votar, similar a los huequitos de la libreta de ahorro, punteados parecidos pero diferentes aunque no tanto, votar es una forma de invertir, de ahorrar. A veces.

La mas temible nos parecía la Libreta de Calificaciones. Años en los que era necesario estudiar, esforzarse, pasar de grado, después de año, rendir las materias en diciembre y / o marzo y el tormento de “las previas”, que si eran mas de dos chau promoción.

No había mucha explicación familiar para los aplazos porque eran el mensaje, desde la trinchera de la instrucción formal, que nosotros no andábamos muy derechos con matemática, física y química, lengua, geografía, idiomas… El mensaje era clarito y llegaba donde correspondía. El viejo la miraba y decía aquí dice un tres, esto es un  aplazo m’hijo… No hay discusión cuando donde dice tres hay un 3.

Las libretas de Trabajo y/o de Sanidad eran importantes, pero menores. Descuidados con el tema “libreta de matrimonio”  no se encontraba fácil, el día de las elecciones, la Libreta de Enrolamiento donde figuraba sello y firma de la última elección. En qué lugar de la mesa de luz, el ropero, el portafolio, el escritorio o el saco gris estaba. Uff.

Las mujeres no querían mostrar la foto de su Libreta Cívica porque habían salido feas y  nosotros nos reíamos de nuestra foto lampìños y con el pelo alisado con gomina en la foto de la nuestra, la de Enrolamiento. 

Poco a poco las libretas se han  ido yendo del día  a día y también del imaginario. Queda una que es inalterable en el corazón, que a veces se aprieta ( el corazón) recordándola. La libreta del almacenero, negra, de hule, con las compras del día por día en lo de Don Pascual, a la vuelta de casa, de mi casa.

Sobre el día 10 del mes siguiente era el momento estrujante. Don Pascual, acaso su mujer, decía: avisale a tu mamá que me la quedo para sumarla. Allá partíamos con el último pedido (fideos sueltos, arvejas, medio de azúcar y un kilo de harina) y sin la libreta. Solo el dinero del sueldo la rescataría. Solo el pago la rescataría. Variante: compras en otro almacén, al contado. Si había. Pero no era lo mismo. No.

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