Google+ Raúl Acosta: Madrugadas #AntesQueMeOlvide

viernes, 25 de agosto de 2017

Madrugadas #AntesQueMeOlvide


Publicado en diario La Capital

La sociedad ha perdido sus madrugadas. Corrección: nosotros hemos perdido estas madrugadas. La ciudad, de eso se trata, tiene las suyas. El campo también.

Está fuera de lugar, parece antiguo  dividir en campo y ciudad la madrugada y/o el amanecer. Camino de ida el asunto estaba claro.

Madrugada era una palabra especial. Podía dividirse entre finales de un día atrasado o comienzos apresurados de otra jornada.

No cabe muy bien eso de ” al que madruga Dios lo ayuda” porque estamos hablando de otra madrugada. Le del que viene desde la jornada anterior, por caso sábado, y se topa de narices con la primera misa del domingo. Los campanazos de la misa de 7.

Definición en el ciberespacio. Tiempo posterior a la medianoche y anterior al amanecer .Sustantivo femenino. La madrugada. Este vocabulario define a un tiempo o periodo en la cual amanece o comienza el amanecer. Madrugar, como madurar, derivan de “maturo” que es eso: madurar. “Prematuro” igual. Se infiere madrugar al que primero amanece.

En sitios con escasa construcción el amanecer es con sol y el fin de la madrugada tiene una luz especial: las primeras luces del alba. Por algo en los sitios de timba tapan el sol y ponen luces artificiales porque nunca debe terminar la jornada. Negocios son negocios.

En sitios con muchísimo cemento el amanecer se conoce por bocinazos y porteros desperdiciando agua potable. Los ruidos son unos a la noche y otros en la mañana.

En aquellos amaneceres nuestros todos volvíamos caminando (las niñas descalzas, con los zapatos en la mano y nosotros fumando el último “particulares”) Si. Lo que se lee. Caminando. No había tantos colectivos y, obvio, no teníamos autos. Se repite para el archivo: volvíamos caminando.

Era una aventura posible, inocente, usual buscar los churros, el desayuno en la estación de colectivos o la estación de trenes (siempre despiertas) y el regreso para arrumbarse en la cama con apenas eso: los zapatos fuera de la colcha.

La cocina, los hermanos, la vieja, los ruidos del domingo degollaban la madrugada y la volvían dolor de cabeza, vacío en el estómago, los ojos irritados y esos tres monosílabos en el almuerzo. Hum. Si. No. Poco mas.

En el campo éramos poco mas que una mínima cosa sobre  el sembradío. En la puerta de la casa.

En la ciudad una sombra que estiraban los faroles de mitad de la calle, larga y sin semáforos, en avenidas que conservaban árboles y portales oscuros, misteriosos, infranqueables.

En las madrugadas aquellas, las primeras, el tiempo de nuestro mundo estaba por llegar y sería claramente diferente del que ofrecían nuestros padres, los abuelos, los inmigrantes y los barcos.

Sucedió. Llegaron.  Son otras las madrugadas. No las que soñamos porque ya se sabe: los sueños… sueños son y eso sucedía: en aquellas madrugadas nosotros  soñábamos. Hoy no.

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